Atano X | Pelotari

Las txapelas del frontón y de la vida

Para entonces ya le habían inoculado la afición a la pelota. Cuenta Atano X que «un día mi madre me pidió ir al mercado a por berza para acompañar a las alubias. El puesto estaba cerca del Kontzejupe, donde me quedé a jugar a pelota. Dejé la berza bajo la chapa. Llegó mi padre a casa y no estábamos ni yo ni la verdura. En cuanto le vi aparecer, recogí la berza y fui corriendo a casa». La pescadería fue una escuela de vida. «El pescatero iba todos los días a Donostia a la lonja a por género. Una vez me llevó con él. Tendría yo unos diez años. Benito sufrió un ataque de lumbago y fui solo a San Sebastián en tren. Llegó la fecha en la que tocaba hacer las cuentas con el armador, Nanclares. Benito me dio 8.000 pesetas que guardé en la chaqueta. En el tren, mi preocupación era que nadie se sentara a mi lado por el miedo a que me quitaran el dinero. Hicimos las cuentas, tomé un café con leche y vuelta a Azkoitia». Un detalle llamó la atención a aquel chaval tan delgado como avispado. «Las mujeres de los armadores tenían puestos con bacalao... más barato que el que se vendía en Azkoitia. En el siguiente viaje compré quince kilos. Todavía no me explico cómo los transporté a casa. Supongo que me ayudó alguien. Los vendimos en Azkoitia para sacar algo de dinero».

La posguerra apretaba. «Después de mi experiencia en la pescadería, trabajé tres años en la fabricación de alpargatas. Con 13 años fui a una armería de Soraluze donde me pusieron una caja para subirme porque no llegaba a la máquina de lo pequeño que era. Allí, a los 15, aprendí el significado de la palabra 'eventual'. No había trabajo y prescindieron de mí por ser eventual».

El siguiente capítulo laboral lo completó «en la empresa Epelde y Larrañaga, de Azkoitia y dedicada también a las alpargatas». Fue entonces cuando comenzó en la pelota. «Mi hermano Luis, Atano IX, diez años mayor, me dijo que fuera con él a Legazpi porque su compañero no podía jugar. Debí gustar. Empezaron a llamarme de distintos sitios y me daban dinero. Entregaba todo en casa. Así lo hice hasta que me casé. Contactó conmigo Enrique Abril para un partido en Añorga. Terminamos y a los contrarios les dio 300 pesetas, una barbaridad. Recibí mi sobre y lo guardé en el bolsillo. La curiosidad podía conmigo y entré al baño para abrirlo. Había 2.500 pesetas. No me caí hacia atrás de milagro». Miguel Mari Echavarren y José Ignacio Urbieta, médico y entrenador de la Real, le ofrecieron ir a entrenarse dos días a la semana a San Sebastián. La empresa no le dio permiso.

Se hizo profesional tarde, «a los 28 años» y tras ser campeón manomanista de Segunda en 1961 ganó su primera txapela de Primera con 33 años tras quedar subcampeón en 1965. «Anunciaron que Televisión Española iba a emitir por primera vez la final. Chus Fernández Iriondo, federativo, vino a casa y me dijo que después del partido nos harían una entrevista. En Azkoitia no se decía una palabra en castellano y estaba convencido de que haría el ridículo. Me entró tal miedo que no dormí las tres noches anteriores a la final».

Los primeros años de profesional seguía «entregando el sueldo en casa y encontré un nuevo trabajo en la empresa Ibarmia con el acuerdo de que me dejaran libre las tardes. Preocupado por mi futuro, quería aprender un oficio y les dije que estaba dispuesto a trabajar gratis. Me pagaron desde el principio». «Me casé con Inaxita a los 30 años», recuerda Luciano. Al poco tiempo dejaron Azkoitia para instalarse en Oiartzun, donde «el bertsolari Mitxelena e Iragorri me propusieron poner un restaurante. Primero dije que no, pero insistieron, acepté y así nació Atamitx».

En Oiartzun permaneció 30 años y se embarcó también en un negocio relacionado con «los brillantes. No tenía ni idea cuando empecé, pero aprendí. Vendí la primera joya por ocho millones de pesetas». En épocas más prósperas que cuando repartía pescado, invirtió en pinares y en la construcción. La sociedad guipuzcoana y vasca, dinámica, progresaba de la mano del trabajo y de los emprendedores.

Todo bajo el hilo conductor de la pelota, como cuando «Vergara I, Tapia II y yo estuvimos dispuestos a hacer un plante y tanteamos a cronistas de pelota si estaban dispuestos a apoyarnos. De mí escribían maravillas, pero me fiaba más de quienes apuntaban mis puntos débiles. Darte cuenta de ellos y corregirlos es la única manera de progresar y crecer».

Le encanta Altuna III, pero no todo son flores para el amezketarra. «Es bueno, bueno, bueno, muy bueno. Ha nacido para jugar a pelota y trabaja esas aptitudes. Sin embargo, no me gustan sus gestos en la cancha cuando hace un tanto o celebra algunas victorias».

Los halagos siempre han estado caros en casa de los Atano. «Mi padre no iba nunca a verme y sus únicas referencias eran las que le daban los pocos amigos que leían el periódico en mi juventud. Uno de ellos le ofreció ir un día juntos a un partido mío en el torneo de Legazpi. Gané aquel día. 'Te he visto porque me ha llevado Joxe', me dijo. '¿Y?', le pregunté. 'Si no haces más que hoy, estás arreglado', me contestó. Siempre hay algo que corregir»