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De cuidar a ser cuidada en una residencia
GORKA ESTRADA

Garbiñe Landaberea | 93 años

De cuidar a ser cuidada en una residencia

Primero se dedicó a hacer chaquetas de punto y después fue secretaria en la consulta de un médico psiquiatra, pero cuando se casó, la donostiarra Garbiñe Landaberea dejó de trabajar para dedicarse a su familia. «Era otra época», reconoce a sus 93 años. Vive en un centro de mayores por elección propia y no se arrepiente

Macarena Tejada

San Sebastián

Lunes, 18 de noviembre 2024

Q

ue hace algo más de dos años cuando Garbiñe Landaberea tomó la decisión de ir a vivir a una residencia de mayores. Estaba «estupenda», era «totalmente autónoma», pero se adelantó a una previsible mayor dependencia y decidió dar un paso que «nunca antes hubiera imaginado». Tiene 93 años y como la mayoría de personas de su edad -ocho de cada diez según las estadísticas- «siempre» ha querido envejecer en su hogar, en lo que ella llama con cariño su «txokito». Ha pasado «tantas horas y anécdotas» en su casa de Donostia que moverse a un centro para personas mayores le parecía «impensable». No entraba en sus planes, pero la realidad se impuso. «Fue elección propia y no me lamento», asegura mientras descansa al sol en la terraza de la residencia Bermingham de San Sebastián, donde vive en la actualidad. Los comienzos le «costaron mucho», pero ahora está «contenta». No falta a ninguna de las actividades que hacen en este centro de la Fundación Matia: dibujo, canto, cocina, punto... Y, por supuesto, su momento favorito son las visitas de su hijo Aitor, que no falla a la cita. Como Garbiñe, más de 5.000 mayores de Gipuzkoa están ingresados en residencias, y en torno a 700 personas se encuentran en lista de espera para unos recursos que abordan una demanda creciente de una sociedad cada vez más envejecida. La atención a la dependencia dentro de las políticas sociales copa cuatro de cada diez euros del presupuesto de Gipuzkoa. El mayor desafío como país reside precisamente en garantizar una buena red de cuidados, tanto en el hogar como en la red de centros.

Aclimatarse a su nuevo hogar «no fue fácil», admite. Por bien cuidada que estuviera, echaba de menos la rutina, sus paredes, sus costumbres, las vistas desde su ventana... «Todo». Pero el tiempo, y de eso Garbiñe sabe mucho, resultó ser la mejor medicina. Hoy dice estar «feliz» y disfrutar de la vida. Su rutina empieza a las nueve y se acuesta sobre las diez y media. No se salta su ración de lectura diaria. ¿Y algún secreto más? «El destino y la genética», pero también «la cabezonería», bromea. Garbiñe se pone pequeños retos, y ahora tiene uno que no falla. Cada noche, antes de acostarse, llena «hasta arriba» el vaso de agua con el que se toma las pastillas. Se da una vuelta por la habitación con él en la mano «sin que caiga ni una gota. Es la muestra de que estoy bien, con buen pulso. No sé qué pasará el día que esto falle», ríe y sigue caminando.

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