La libertad de la mujer
Su incorporación al mercado laboral desde finales de los años 70 y 80 fue el motor que impulsó a la mujer a ir ganando cotas de independencia, libertad y derechos
C
uando este periódico vio la luz hace 90 años, las mujeres españolas votaban, podían divorciarse, jurídicamente eran iguales a los hombres. Nunca antes habían alcanzado tal grado de presencia y participación en la vida política y social, aunque tampoco lo disfrutaron tanto. Fue prácticamente durante el pestañeo que duró la II República, entre 1931 y 1936, hasta que el franquismo derogó de un plumazo todas aquellas libertades que habían sido conquistadas durante el lustro del régimen republicano.
Aquel clima reformista para la mujer en el que DV nació en 1934 no habría sido posible sin la figura de Clara Campoamor, abogada y rompedora diputada que peleó por los derechos de las mujeres, entre ellos, el sufragio femenino aprobado en 1931, que finalmente pudo ser efectivo en las elecciones municipales de 1933. Republicana y feminista, su búsqueda libertaria chocó con la dictadura, lo que llevó a esta madrileña nacida en 1888 al exilio en París y Lausana hasta su fallecimiento en 1972. Sus restos mortales reposan en el cementerio de Polloe, en Donostia, ciudad muy presente en sus años de lucha y que en la actualidad le brinda una plaza con su nombre y también una estatua. «Ella fue una pionera, porque cuando en 1931 pidió que las mujeres pudieran votar, estaba ella sola y dos más. Y de entrada, se lo echaron para atrás. Pero sí, a partir de entonces es cuando verdaderamente comienza la igualdad de la mujer. Desde el punto de vista de la igualdad jurídica entre hombres y mujeres, fue entonces cuando se reconoció de verdad, sin distinción por razón de sexo. Y, en consecuencia, también el derecho de acceso de la mujer al desempeño de cargos públicos», valora Cristina Ramos, abogada de la Asociación Clara Campoamor en Gipuzkoa.
Los años de dictadura supusieron una amplia limitación de derechos y libertades individuales. Especialmente para la mujer, que retrocedió todos los pasos que había avanzado al inicio de los años 30, desapareció de las profesiones y funciones liberales y adoptó un rol principal como sostén del marido y de los hijos en el hogar. Su día a día se vio reducido al ámbito doméstico y al respeto de los valores tradicionales de la familia y la religión, mientras su acceso al mundo laboral era muy restringido.
«El franquismo -afirma Cristina Ramos- fue una época en la que la mujer no tenía derecho a nada. Estamos hablando de una vuelta al patriarcado, a unos años en los que la mujer no tenía derecho ni a abrir una cuenta bancaria si no era con permiso del hombre. O a aceptar una herencia, que la recibía él aunque fuera de ella. Ni a divorciarse... Debía seguir junto al hombre con el que se había casado», que, por otra parte, el matrimonio era junto al convento la vía para poder abandonar el hogar paterno. Quien hoy es hijo o nieta de aquellos hombres y mujeres, de aquellos padres y madres, «lo vemos como una película. Pero entonces, si nacías mujer, nacías para casarte, tener hijos, cuidarlos y estar en casa. Sin oportunidades de nada», apunta Ramos, que acto seguido pregunta: «¿Pero hablamos solo de España, no? Porque en el mundo hay países en los que la situación es otra muchísimo peor, como en Afganistán, por no irnos a África donde todavía existe la ablación. Es que no quiero que nos olvidemos de estas situaciones, muchas de las cuales se han vivido aquí».
Sin embargo, una vez que el Estado español emprendió la Transición, el país comenzó a transitar hacia una sociedad más abierta y plural y «la mujer fue recuperando derechos y libertades». Ha sido un camino arduo y largo, pero es que el punto de partida era un sótano repleto de derechos reducidos a escombro. «Con la democracia -valora la letrada de Clara Campoamor-, o incluso en el tránsito de la democracia, es cuando verdaderamente se vuelven a instaurar las leyes para la igualdad de la mujer». Y cita como hitos que la mujer recuperara «el derecho al voto», hecho que alcanzó en las elecciones generales de 1977; «o simplemente que desde 1978 se permitiera comercializar los anticonceptivos y que así una mujer pudiera acceder a ellos»; «la aprobación de la ley del divorcio en 1981, porque hasta entonces una mujer no se podía divorciar»; la del aborto, que garantizó el derecho a decidir sobre su maternidad (1985); o más recientemente «la ley de igualdad de género de 2007» y, en 2004, la ley de protección contra la violencia de género, que «es uno de los ámbitos en los que más se ha evolucionado», hasta la aprobación de la ley del 'solo sí es sí'.
«Aún hay muchísimo que trabajar», incide Nerea Ibañez, presidenta de Aspegi, la Asociación de Empresarias, Directivas y Profesionales de Gipuzkoa, que fue fundada en 1988 por seis mujeres y ahora agrupa a unas 600. En este sentido, argumenta que «los datos siguen demostrando que la renta media de las mujeres vascas es significativamente inferior a la de los hombres». Prueba de ello, la presidenta de Aspegi recuerda que las mujeres vascas cobran de media «casi 6.000 euros menos al año que los hombres» -29.314 euros frente a 35.095, es decir, 5.781 euros menos-, según los datos del INE que Emakunde aportó el pasado septiembre. Por tanto, en Euskadi existe una brecha salarial del 17,8%.
Ibañez se muestra «preocupada» al observar que en «profesiones tradicionalmente bien consideradas en cuanto a remuneración como es el ámbito médico, parece que las condiciones han ido disminuyendo conforme el sector se ha ido feminizando. Seguramente influirán más indicadores, pero preocupa». Al mismo tiempo, la empresaria considera que, cuando las cosas vienen mal dadas, «la crisis se ceba con las mujeres, el paro se ceba en los sectores en los que predominan las mujeres, que suelen ser los que están más precarizados», como el de los cuidados o el de los empleos del hogar.
Cristina Ramos y Nerea Ibañez coinciden en que además de ir limando la brecha salarial, el otro gran reto de la mujer es ganar espacio «en el ámbito de las oportunidades, en la oportunidad para poder acceder a un trabajo igual que un hombre, porque hace unos años era algo que no se nos permitía pero ahora podemos hacerlo», apunta la abogada, que lo ha sufrido en sus carnes. Fue al principio de su carrera: «Uno me dijo eso de que te ve muy lista, pero para llevar este tema o este negocio, no». «Tradicionalmente -tercia Nerea Ibañez- pensábamos que una de las llaves para ese acceso era que las mujeres alcanzasen unos estudios superiores, pero ahora sabemos que no es así». Y aporta un dato: Euskadi, con una de las tasas de universitarias más elevadas del Estado, «es la comunidad con menos mujeres en cargos directivos», solo un 24%, cuando «el 58% de las personas ocupadas con estudios superiores son mujeres».
La presidenta de Aspegi achaca esta realidad «a toda una serie de barreras culturales y estructurales que limitan ese acceso de las mujeres a puestos de liderazgo», que resume en factores como «los roles de género, que son los más tradicionales, la falta de redes de apoyo concretas y una menor visibilidad de referentes femeninos. Por eso, es necesario ver en nuestro entorno a mujeres ocupando esas posiciones para poder reconocer que es una realidad posible y alcanzable». A su juicio también hay un componente psicológico o de carácter con respecto al hombre: cuando a un varón le proponen un ascenso, lo acepta sin mucho miramiento. «Nosotras nos lo pensamos más, dudamos de incluso si estaremos preparadas». El factor familiar e hijos también lo sopesan más ellas. Según Ibañez, la economista vizcaína Sara de la Rica, directora de la Fundación Iseak, «ha realizado interesantes estudios sobre el impacto de la maternidad en el desarrollo profesional de las mujeres, y cuenta que incluso hay un hito anterior que es cuando la mujer empieza a vivir en pareja, y ya entonces adquiere un rol cuidador. Es un temazo en el que hay que indagar. Porque me pasa a mí misma, que se supone que tengo trabajado, pero me afectaba cuando tenía que viajar por trabajo y alguien me decía '¡pero si tienes un crío superpequeño!' Pues sí, ¿y? Está el aita. Ese comentario no se da cuando el que viaja es el padre».
La introducción del factor familiar y las relaciones de pareja nos conduce a abordar la violencia contra la mujer, un ámbito que cada año viene ganando espacio en las comisarías y en los despachos. Solo en los primeros nueve meses de este año, en Gipuzkoa se han registrado 1.220 casos de violencia de género, un 13,6% más que en 2023 (1.074). Siete de cada diez agresiones a mujeres que salen a la luz han sido ejercidas por parte de su pareja o expareja. «En este sentido se ha avanzado mucho en la protección de la mujer, pero es que antes no existía nada», recuerda Cristina Ramos. La abogada de Clara Campoamor reivindica el papel de la fundadora, Blanca Estrella Ruiz, fallecida en septiembre. «Ella solía contar cómo hace 35 años empezó a llevar a mujeres a escondidas a la comisaría en una época en la que si tu marido te pegaba, no se contaba». Se aguantaba y callaba. «Ella trabajaba de telefonista en Telefónica, y recibía llamadas de mujeres que contaban que sus maridos les pegaban. Ella las animaba a denunciarlo, y se ofrecía a ir a la comisaría. Muchas veces la propia policía le quitaba importancia y te decía vete, que esas cosas se arreglan en casa».
Ya no. Ya no es la víctima quien pasa «vergüenza, sino que te plantas y denuncias porque hay una ley que te protege. Cuántas mujeres te cuentan que 'mi padre le pegaba a mi madre' y que era algo que lo sabían casi todos los vecinos pero nadie decía nada. Y no te podías divorciar de alguien que te daba mala vida. Hoy hay una ley que te ampara». Pese a la mayor concienciación social para denunciar y combatir la violencia de género, Ramos observa «un aumento» de las relaciones tóxicas entre los más jóvenes, con situaciones de control y acoso que a menudo son alimentadas por un mal uso de los teléfonos móviles y las redes sociales.
Desde su experiencia en sus respectivos ámbitos, Cristina Ramos y Nerea Ibañez estiman que se están dando pasos pedagógicamente importantes en materia de igualdad, de forma que las nuevas generaciones «tienen asumido que una mujer tenga el mismo derecho de estudiar una carrera o acceder a un trabajo», tal como defendía Clara Campoamor, con quien coinciden en una de sus frases para la historia: «La libertad se aprende ejercitándola».
Créditos
-
Ilustración Higinia Garay
-
Gráficos Izania Ollo
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