La crisis global de la vivienda
Aunque la sociedad ha ganado en bienestar, las dificultades de emancipación ante la escasez de pisos y la carestía del precio está ensanchando la brecha entre jóvenes y mayores
E
l horizonte de una vida estable en la edad adulta, con una vivienda propia y un buen empleo que aseguren una jubilación tranquila, se nubla por momentos para los llamados millennials y centennials. La dificultad de abandonar el hogar familiar -la edad de emancipación se sitúa en los 29,8 años en Euskadi- se ha convertido en uno de los principales problemas de una sociedad en plena crisis demográfica. Muchos jóvenes se mueven en un escenario paradójico: trabajan y ganan un sueldo, con un mercado laboral con apenas paro, pero resulta insuficiente para pagar una hipoteca o un alquiler. Un desafío que ha entrado de lleno en la agenda política y que obliga a diseñar estrategias para hacerle frente.
Gipuzkoa afronta así el reto de una generación joven que necesita ayuda para salir adelante y otra, la de los mayores, que vive cada vez mas años por los avances en la prevención y los tratamientos de las enfermedades. Esa brecha intergeneracional es la que lleva a preguntarse, por primera vez en la historia, si los descendientes vivirán peor que sus padres.
Hoy por hoy, muchos jóvenes no pueden emanciparse exclusivamente por sus propios medios, y no parece que la escalada de precios de la vivienda vaya a frenarse en un futuro próximo. Paradójicamente, al no haber casas para todos los demandantes -en Gipuzkoa hacen falta cerca de 30.000-, todo lo que se construye se vende; y todo lo que sale al alquiler se arrienda de inmediato. En este contexto, surgen nuevas formas de alojamiento en Euskadi, como la copropiedad ante la dificultad de comprar un piso en solitario -nueve de cada diez vascos menores de 35 años reconoce no tener ingresos suficientes y/o estables para acceder a una compra. La media de una vivienda en Gipuzkoa se sitúa ya en 277.075 euros y necesitarían 7 años de salario para pagar solo la entrada de un piso-.
Irse de alquiler tampoco resulta viable para muchos guipuzcoanos. Los precios han subido 2,5 veces más que los salarios y teniendo en cuenta que el sueldo de los menores de entre 18 y 34 años ronda los 1.416 euros al mes, deberían destinar el 59,3% de sus ingresos a pagar las cuotas -el doble de lo recomendado por los expertos en materia financiera-. De momento, si eres inquilino, toca compartir.
«Las oportunidades educativas, tecnológicas y el acceso a la protección social han mejorado, pero en ciertos aspectos clave de la vida en comparación con generaciones anteriores, nosotros afrontamos mayores dificultades, especialmente en el acceso a la vivienda, el empleo estable y las oportunidades económicas. La brecha intergeneracional se ha ido ampliando en algunos sectores, generando una preocupación legítima sobre las condiciones de vida actuales y futuras para las personas jóvenes de Euskadi», afirma la presidenta del Consejo de la Juventud de Euskadi, Iratxe Uriarte, que destaca cómo los precios de la vivienda, tanto en compra como en alquiler, «se han incrementado considerablemente», y «las condiciones laborales actuales dificultan la capacidad de ahorro». Se estima que «un 30% de las personas jóvenes con formación superior no logran acceder a un empleo acorde con su cualificación en los primeros cuatro años tras terminar sus estudios. Es imprescindible tomar medidas firmes para corregir esta situación, promoviendo políticas que fomenten la creación de empleos de calidad».
Existe un consenso casi absoluto en que una vivienda es la condición indispensable para poder tener un proyecto de vida. Pero hasta ahora, las medidas adoptadas no están atajando el problema. A la hora de plantear soluciones, la llave la tienen los ayuntamientos, a juicio de Uriarte. «Tienen un papel determinante en la movilización de suelo y en la ampliación del parque público de vivienda en Euskadi, son los que gestionan gran parte del suelo urbanizable y quienes tienen la capacidad de planificar el uso del territorio en sus municipios. Los ayuntamientos deben comprometerse a desarrollar planes urbanísticos y garantizar que el suelo disponible no sea utilizado únicamente para la construcción de viviendas de lujo sino para cumplir con la función social que requiere la construcción de vivienda pública», expone.
Esta emancipación tardía está alargando cada vez más el concepto de juventud, según opina la filósofa y escritora Nerea Blanco (Madrid, 1987), creadora de la plataforma Filosofers. Lo primero que se pregunta es: «¿Qué queremos decir cuando hablamos de juventud? Creo que tenemos un problema porque ya consideramos joven a una persona de 37 años. Desde que la crisis nos llegó a los millennials, hemos dejado de poder ser adultos funcionales, porque nos hemos ido comiendo crisis tras crisis y vivimos como en una eterna juventud, cada vez se va alargando más porque se considera joven aquel que todavía no ha llegado a ser un adulto funcional. ¿Y cómo vamos a serlo si no podemos pagarnos ni una casa?».
El difícil acceso a la vivienda «es uno de los principales retos sociales porque esa dificultad está limitando la adaptación a los diferentes modos de habitar, porque lo urgente es conseguir una vivienda, sea como sea. Pero los hábitos de vida cambian constantemente, la vivienda ya no es solo una estancia en la que descansar, sino donde se realizan muchas actividades», manifiesta el director de la Escuela de Arquitectura de la UPV, Jon Begiristain, que comenta que «generalmente son más los casos en los que se repiten modelos de vivienda del pasado que los que se innovan. Hay cierto conservadurismo en el ámbito de la vivienda y en el de la construcción en general, que tiende a mantenerse. Por eso los cambios se retrasan respecto a otros ámbitos».
Esa lenta transición de los jóvenes hacia una vida adulta independiente supone un lastre también económico. En un sector empresarial donde la falta de relevo y la escasez de mano de obra se han convertido en un problema creciente, la dificultad de atraer talento por la falta de vivienda y la carestía de los pisos añade un grado extra de dificultad y ya se han alzado las voces de alerta. Incluso las empresas empiezan a valorar construir sus propias residencias, como ocurría en los sesenta con las fábricas y la generación emigrada. La UE también ha anunciado «un plan de vivienda asequible» para paliar una crisis global.
Esta tormenta perfecta llega precisamente en un contexto de revolución demográfica, con una población mayor en aumento, que disfruta de la vejez pero que también multiplica sus necesidades, con lo que supone de desafío para los sistemas de salud y pensiones. ¿Y cuántos años viviremos? Los guipuzcoanos viven de media 83,39 años -80,37 los hombres y 86,35 las mujeres-, lo que sitúa al territorio muy cerca de países y regiones como Hong Kong (84,9) y Japón (84,6). Sin embargo, llegar a los 100 años seguirá siendo algo extraordinario. Según un estudio publicado recientemente en la revista 'Nature Aging' -que analizó datos recopilados entre 1990 y 2019- el incremento de la esperanza de vida al nacer parece estar ralentizándose tras décadas de aumento, y la idea de que la expectativa de vida aumentará constantemente y para siempre resulta poco probable. Según expone la doctora en bioquímica y biología molecular María Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), «lo que relatan en este importante trabajo es que desde 1990 se ha desacelerado la esperanza de vida, que se sitúa en 90 años de máxima y solo un 15% de las mujeres y un 5% de los hombres vivirán más de 100 años, sin intervenciones, simplemente con la mejora de la salubridad, la prevención, y los tratamientos».
¿Hemos llegado por tanto a nuestro límite? Blasco aclara que «si se intervienen los mecanismos del envejecimiento, obviamente se podría superar el límite biológico de nuestra especie, pero eso es algo que todavía no se está haciendo, es decir, ahora mismo toda esa investigación de por qué envejecemos se está utilizando para poder prevenir y curar enfermedades degenerativas. Este conocimiento de por qué envejecen nuestras células y nuestro organismo a nivel molecular y celular se va a poder utilizar para tratar y frenar la provisión de enfermedades degenerativas que hoy por hoy no sabemos cómo frenar. Ahora, de ahí a que eso se utilice para que vivamos más años... Lo veo más como un paso siguiente. No es la prioridad. El envejecimiento no se considera algo que se tenga que modular». De momento, los avances médicos no ofrecen pistas sobre las causas de muerte que podrían ser más comunes en las próximas generaciones. No obstante, esta experta, autora del libro de divulgación 'Morir joven, a los 140', explica el envejecimiento como «la causa de enfermedades que nos matan con el paso de los años. Es la causa de las enfermedades degenerativas de distintos órganos, del cáncer, de enfermedades neurodegenerativas y cardiovasculares... Por lo tanto, solo si entendemos esa causa a nivel molecular podremos prevenir estas enfermedades o tratarlas eficientemente y eso es algo que creo que vamos a ver pronto. Todo ello se está estudiando y cuando se puedan curar estas enfermedades será un hito muy importante, una revolución médica».
Como especialista en envejecimiento y telómeros -los extremos de los cromosomas que contribuyen a la longevidad de las células-, Blasco añade que «el cáncer es la enfermedad del envejecimiento que mejor entendemos y para la que más soluciones y tratamientos hay. Sabemos muchísimo del cáncer pero es una enfermedad complejísima y por eso todavía no sabemos curarlos todos».
Tampoco se sabe con certeza por qué hay personas que llegan hasta los 122 años, como la francesa Jeanne Calmen, la persona más anciana de la que se tiene constancia. «No entendemos todavía por qué algunas personas llegan a 120 años y otras no, se piensa que es una combinación de hábitos de vida, de factores epigenéticos... De cómo somos capaces de reparar el daño del organismo. Eso es lo que se ha visto en el tiburón de Groenlandia, que puede llegar a vivir hasta 500 años: reparan muy eficientemente cuando hay daño en su material genético».
Envejecer no significa de forma automática deteriorarse. «No es un cataclismo», resume Javier Yanguas, director científico del Programa de Mayores de Fundación la Caixa y director de proyectos de Aubixa, que anima a «repensar esta etapa de la vida que dura entre veinte y treinta años», a no reducirla a estereotipos, a construir «una nueva vejez». Pero a la vez el tsunami de la dependencia es real. En los últimos diez años, el número de personas con dependencia ha subido un 16% hasta rozar las 30.000 y se disparará un 30% para 2036, unas cifras que exigen una creciente inversión en políticas sociales, a la vez que construir un sistema de apoyos comunitario y de calidad, para garantizar los cuidados en el hogar y retrasar la entrada en una residencia. La pandemia, que sacudió los centros de mayores, aunque Gipuzkoa aguantó mejor el golpe por las medidas de prevención, puso de relieve la necesidad de revisar los cuidados a largo plazo y descubrió de manera descarnada la dificultad de atender a una población mayor donde la soledad crece. La falta de relevo generacional, la escasez de mano de obra, la incorporación de la mujer al mercado laboral y los cambios en los modelos de familia reducen la bolsa de cuidadores y urgen a adoptar soluciones nuevas, con apoyo de las tecnologías. La gran pregunta del futuro es quién cuidará y cómo. «Y falta un verdadero debate público al respecto. Estamos ante un desafío de la envergadura del cambio climático», concluye.
Créditos
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Ilustración Ane Picaza
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Gráficos Izania Ollo
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