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Una carrera con vehículos caseros en la Semana Grande de Donostia
Treinta y cuatro goitibeheras descendieron ayer a toda velocidad por el camino de Markotegi
ENAR DERQUI
Lunes, 13 de agosto 2018, 07:37
Triciclos, coches y vehículos de dos ruedas invadieron un año más la cuesta del camino de Markotegi. Treinta y cuatro fueron las goitibeheras que decidieron apuntarse a esta carrera en la que el objetivo primordial era disfrutar. Era la quinta edición de esta ya clásica carrera de Semana Grande, que mantuvo el interés hasta el último minuto. Unos vehículos impecables, unas bajadas con mucha emoción, una carretera complicada y algún pequeño susto definen a la perfección lo sucedido ayer en Zuatzu.
La prueba comenzó a las cinco de la tarde, pero bastante antes de que se anunciará por megafonía que la primera goitibehera iba a descender por la cuesta ya había muchos aficionados reservando sitio en las mejores curvas para no perderse ni un solo segundo de la carrera. Varios de los allí presentes eran familiares y amigos de los pilotos, que coincidían en estar «algo preocupados, porque son vehículos muy inestables».
Por parejas o en solitario, los concursantes se montaban en su goitibehera y, al oír el silbato que marcaba la salida, se dejaban caer cuesta abajo sin frenar hasta llegar a la meta. Uno por uno, iba saliendo cada coche y hasta que el primero no llegaba a la meta no se le daba salida al siguiente. Y así con los treinta y cuatro bólidos. Todos los participantes hicieron el recorrido en tres ocasiones. La primera vez que bajaron fue para probar que todo estaba listo para empezar a cronometrar. En las otras dos el tiempo sí contaba y el más rápido sería el ganador.
Así, uno detrás de otro, comenzaron a bajar por el camino de Markotegi «sin ningún miedo, aunque eso sí con un poco de respeto porque podemos alcanzar los 130 kilómetros por hora», relataba Iván Hiermas, un piloto catalán que lleva viniendo a correr tres años.
Todos los pilotos tenían el mismo ritual al llegar a la meta: quitarse el casco, asegurarse de que todo en el coche estaba bien, beber un poco de agua y prepararse para la siguiente ronda. «Hay que tener claro que esto es una afición, lo hacemos porque nos encantan las carreras de coches y la mecánica. Digamos que es la manera que tenemos de correr de una forma más económica», decía entre risas Pérez Solei, que lleva cuatro años siendo piloto de goitibeheras.
Aunque para estos aficionados a la velocidad ganar era lo menos importante, como en toda competición que se precie hubo premios. Cinco para ser exactos. Uno por cada categoría y otro extra para el corredor más rápido entre los pilotos que no estaban federados. El premio para el más veloz de cada clase era de 120 euros.
Los vehículos se encontraban en una categoría o en otra dependiendo del diseño del bólido. Así, entre aquellos que empleaban ruedas neumáticas tipo moto participaron 12 coches al igual que en 'Drift Strike' -triciclos-. En cambio en categoría de vehículos ligeros había nueve participantes. En lo que respecta a la categoría de vehículos que giraban sobre rodamientos metálicos solo hubo un corredor.
Ni la edad y ni el sexo fueron un problema para participar en la carrera. La única condición para correr era tener un coche de carreras fabricado en casa. «Dependiendo de cómo se quiera la goitibehera puedes tardar entre tres meses y un año en construirla», explicaba Saioa Elorza, una de las cuatro corredoras que participaron y que había fabricado su coche con la ayuda de su familia. Todos los coches estaban hechos por los propios corredores «con cosas de por aquí y por allá. Al final lo vas construyendo con piezas que encuentras en los desguaces, pero a veces compro las piezas».
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