«El amigo que nos ayudó a salir asesinó luego a mis familiares»
Lejla Oruc pone voz al testimonio de su madre Behija, que tuvo que huir de Bosnia con sus dos hijas hace 33 años y encontró en Ordizia su nuevo hogar tras un largo camino
Con tan solo cinco años, la vida de Lejla Oruc cambió para siempre. En 1992, su madre, Behija, decidió que sus dos hijas, de tres y cinco años, no podían crecer en un país en guerra y movió tierra mar y aire para iniciar el proceso de salida. «No me acuerdo del camino y casi que mejor», reconoce Lejla. Sus primeros recuerdos serán ya en Ordizia, a casi 2.500 kilómetros de su Cajnice natal, hoy parte de la República Srpska, lo que no le ha quitado ni una pizca del arraigo por su país. No fue sencillo el periplo de salir de Bosnia hasta llegar a Gipuzkoa, que duró seis meses.
«Antes de empezar oficialmente la guerra, comenzó a sonar que los serbios iban a atacar nuestro pueblo. Entonces, uno de los compañeros de trabajo de mi madre en la fábrica le ayudó a salir. Le llevó a casa, le dijo que cogiese lo más necesario y le condujo a tomar un autobús que nos llevara hasta Montenegro», cuenta Lejla en una historia que le ha transmitido su madre. Allí esperaba un amigo de su abuelo materno. Era serbio, pero no dudó en ayudar a Behija y sus hijas, Lejla y Emina, pese a ser bosníacas. «Él no podía tener a bosnios en casa, pero nos ayudó durante un mes, nos tuvo en su garaje escondidos. Pasado ese mes, mi madre tuvo que ir a Macedonia, a un campo de refugiados», prosigue. Más tarde se daría cuenta de que «el amigo que nos ayudó a salir asesinó luego a mis familiares».
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La situación seguía siendo de necesidad, pero al menos, pensaba Behija, «estábamos lejos de la guerra y no escuchábamos bombas a diario». Los seis meses que estuvieron en aquel campamento, lógicamente, «no fueron los más idóneos para niños ni para nadie. Nos daban comida una vez al día. Era lo más básico, arroz, macarrones o lo que fuese. Mi madre iba a las carnicerías y pedía huesos para hacernos un caldo o cualquier cosa».
«En el campamento de refugiados nos robaron los documentos y mi madre no podía alegar que éramos hijas suyas»
En una de esas salidas en las que Lejla y Emina se tenían que quedar con una tía, alguien –nunca supieron quién era aunque Lejla imagina que lo haría «alguien que quería documentos falsos para poder salir»– robó los documentos de identidad y el dinero de la familia. De un momento para otro no había forma de acreditar que Lejla y Emina eran hijas de Behija para, en un futuro, abandonar el campo de refugiados. «Menos mal que había gente conocida de mi madre, que le dijo a la policía que éramos hijas suyas, y nos dieron un justificante en bosnio que decía que Emina y yo éramos hijas de Behija», agradece Lejla.
Una vez retomado el vínculo por escrito, se empezó a preparar el terreno para la salida. La Media Luna (Cruz Roja para musulmanes) organizó un grupo de mujeres que quisiera salir. Behija trabajó en todo lo que pudo, «mascando tabaco», por ejemplo, para conseguir dinero hasta que «se hizo con los papeles» y se le asignó Ordizia como destino a su familia. «Vinimos 22 personas. El Ayuntamiento fue el que nos acogió en la fábrica de Apellaniz. Dispuso literas y todo lo necesario para que 22 personas pudiesen vivir durante dos años». Una travesía eterna, «desde marzo hasta pocos días antes de navidades», que por fin terminaba.
El padre no sabía nada
Mientras tanto, el padre de Lejla y Emina no supo nada de la historia de su familia. «Mi padre era pintor, entonces trabajaba fuera. Mi madre le dijo a mi difunta abuela paterna que ella no quería esto para sus hijas y que se iba. Entonces, durante mucho tiempo, mi padre no supo de mi madre ni de dónde estábamos ni nada», confiesa Lejla. Su padre falleció durante la guerra fruto de la explosión de una bomba en un parque. «Mi madre lo supo dos años después mediante una carta de la Cruz Roja. Y como mi padre un tío, primos... Mi madre perdió 30 familiares durante la guerra».
La madre de Behija tampoco era consciente de que su hija había salido de Bosnia. Tardó más de un año en saber de ella. Lejla relata cómo se volvieron a poner en contacto:«Mi madre se iba en autobús hasta Bizkaia porque había una emisora desde la que hablaba con Radio Sarajevo. Un día, no sé cómo, mi abuelo escuchó a mi madre que estaba buscando a sus familiares. Así consiguió mi madre saber que sus padres estaban vivos».
«Convivencia cordial»
La guerra ha dejado muchas heridas abiertas y las comunidades no retoman el trato que tenían antes del 92, donde convivían todos mezclados sin ningún problema. La guerra ha sido tema tabú durante muchos años, lo que no ayudó en la reconstrucción de las relaciones. «Ahora ya hablan más abiertamente. En el pueblo donde ahora viven mis tíos, Gorazde, viven serbios y bosnios. Entonces, tienes que convivir con ellos. A la escuela iban juntos. No puedes hacer una escuela de serbios y otra de bosnios», afirma Lejla. Sin embargo, y pese a que no viven ya de espaldas unos a otros, la sinergia entre comunidades sigue sin producirse. «La convicencia es cordial, pero sin mezclas. Siempre va a estar dentro el dolor de que el de enfrente o 'uno de los suyos' haya matado a tu familia. Y el dolor, por ejemplo, yo puedo tenerlo muy diferente al que tiene mi tío. Él nunca va a perdonar esto. Jamás. Le han arruinado la vida de alguna manera», considera Lejla.
Todas estas trabas son las que están frenando el avance del país y su reconstrucción. Decenas de miles de bosnios siguen desplazados y no pueden volver a su lugar de origen porque hay zonas que son para serbios y otras para croatas. «La gente está reconstruyendo sus casas o por lo menos intenta ir hacia delante», admite Lejla, menos optimista con la reconstrucción social:«Hace unos años decían que podía volver a haber un enfrentamiento, sigue habiendo gente que cree que sólo hay una Serbia grande y unida». El tiempo dirá.
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