Ainhoa Nuñez, ama de casa: «Dejar mi empleo fue la única forma de arreglarnos con los críos»
Día Internacional de la Mujer ·
Siempre ha sido una trabajadora infatigable. Como dependienta, cuidadora y operaria de fábrica, pero desde que nació su segundo hijo, Jon Ander, hace siete años, decidió dejar su empleo para poder ocuparse de sus dos niñosSiempre ha sido una trabajadora infatigable. Como dependienta, cuidadora y operaria de fábrica, pero desde que nació su segundo hijo, Jon Ander, hace siete años decidió dejar su empleo para poder ocuparse de sus dos niños. Larraitz, la mayor, tenía entonces cuatro años. Viven en Astigarraga. «Yo lo resumo así: pasamos de ser tres con dos sueldos a ser cuatro con solo uno. Pero no teníamos otra forma de arreglarnos. Mi compañero también trabaja en una fábrica y también a turnos que no podíamos compaginar. ¿Si me arrepiento? Hoy estoy contenta de haberlo hecho, veo más cerca el momento en el que podré volver al mercado laboral, aunque reconozco que más de una vez he dicho eso de ‘no puedo más’ o ‘tierra trágame’».
Cuando nació Larraitz, 12 años, se arreglaron con los abuelos. Las empresas en las que trabajaban les permitían armonizar sus turnos y así tenían tiempo para el cuidado de la niña. Pero la crisis cambió las cosas y ya no podían escoger turno. Él podría tener el de 6 a 2 o el de 2 a 10, pero lo malo es que a ella le podía coincidir.
«Parece que no saben decir aita, de forma inconsciente siempre me piden todo a mí»
«A los aitonas no podíamos pedirles que se ocuparan de dos, son personas mayores. Le dimos muchas vueltas. Los horarios eran malos. ¿Quién iba a venir a las seis de la mañana? ¿Con qué persona dejaba a mis niños a esas horas después de pegarme un madrugón. Tampoco tenía un sueldo que me compensara, porque haciendo cálculos, el 80% se iba a ir en pagar al cuidador. Si dejaba de trabajar iba a ser yo la que estuviera con ellos, la que viviera esos momento. Eso sí, hubo que apretarse el cinturón».
Ainhoa les lleva al pediatra, a la ikastola, a las extraescolares, «Larraitz canta en el Orfeón, pero además juega a baloncesto y hace solfeo y el pequeño también tiene deportes y va a crossfield con su padre».
No solo es cuestión de ingresos. Dejar de trabajar supuso para ella ocuparse de la casa y de la familia en general, no tener horario, estar las 24 horas pendiente de los niños. «Mi compañero no tiene ninguna culpa, es que inconscientemente siempre piensas, oye Ainhoa, que él trabaja. ¿Cómo se va a levantar a darle el Dalsy si mañana tiene que madrugar? ¿Cómo va a hacer esto? Es algo que te impones tú misma».
«El 80% de mi sueldo se hubiera ido para pagar un cuidador, y era complicado encontrarlo»
Y que tiene alguna consecuencia. «A veces creo que no saben decir aita», bromea. Porque siempre recurren a ella para todo. «Están los tres en el sillón viendo la tele y yo en mi cuarto. Oigo un voz: ‘amaaa’. Después la de su padre: ‘pero bueno, ¿no estoy yo aquí? Les da igual que esté en la ducha o haciendo la comida. Se han acostumbrado a que esté en casa con ellos, a que me ocupe de todo, y les da igual si está su padre o no».
Se van haciendo mayores y a la pareja les gusta irse alguna vez a cenar solos. «Pero ya tienen una edad y los dejamos con mis suegros. Una cosa es pasar un día con los aitonas, que lo agradecen todos y otra dejarles a su cuidado cuando son pequeños, hay que cambiar pañales, estar pendientes de cada gesto. Larraitz cada vez es más independiente y el pequeño también crece. Pronto podré dejarle las llaves de casa a la mayor».
Cuando dejó el trabajo tampoco le apetecía salir ni hacer cosas por más que su pareja le animara a hacerlo. Porque él siempre la ha apoyado en todo. «Estaba pendiente de los niños. Ahora las cosas han cambiado, tengo más tiempo para mí, incluso para arreglarme o hacer un poco de deporte. Estos años han sido un poco montaña rusa, pero he visto a mis hijos cómo crecían. Volveré a trabajar, claro, supongo que habrá un hueco para mí en alguna fábrica».
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