Dos hombres y un destino
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Aperribay ha encontrado en Imanol el perfil ideal para liderar un proyecto que ha generado una Real creativa, valiente y ambiciosa que lleva camino de firmar una temporada históricaLa noche de Anduva dejó imágenes imborrables, llenas de sentimiento. Una de las más significativas fue el encuentro entre Imanol Alguacil y Jokin Aperribay cuando ... los focos del campo hacía minutos que descansaban. Con el frenesí de la celebración sobre el césped y la atención a los medios de comunicación no habían tenido oportunidad de verse. Y ya había pasado hora y media desde que la Real estaba en la final. Dos de los máximos responsables de este éxito histórico se fundieron en un emotivo abrazo en el que uno puso las lágrimas y el otro la pasión. Hasta para eso se compenetran a la perfección. Son tan escasos estos momentos en el fútbol que cuando llegan se hace difícil controlarlos.
Aperribay ha protagonizado un auténtico milagro. No sé si existe un caso igual, no ya en el fútbol español, sino en el europeo. De un club arruinado, amenazado con su desaparición, ha construido uno solvente y moderno que es la envidia de todos. Y eso en once años y sin renunciar a unas señas de identidad que lo hacen único más allá de Gipuzkoa: cantera, talento y juventud.
Un club reconocible
Porque siguen pasando los años pero uno mira a la Real a los ojos y se reconoce en ella. Oyarzabal, la reencarnación deportiva de Xabi Prieto, selló el billete para Sevilla con la ikurriña cosida al brazo. Zubeldia levantó un muro en el centro del campo para contener a las huestes jabatas. Aritz aguantó con el tobillo colgando las embestidas de Matheus. Zaldua, como en su día gustaba hacer a su hoy entrenador, se echó el equipo a los hombros en una arrancada que le dejó a las puertas de la Giralda. Le Normand debió caerse en la marmita del druida de pequeño porque no hay quien pueda con el galo. A Barrenetxea le faltó tiempo para meter un balón de oro a Isak que no fue el 0-2 porque el VAR hiló demasiado fino al tirar el fuera de juego. Y Guevara se unió a la fiesta en el descuento para reivindicarse en un curso en el que tanto ha dado al equipo.
Junto a ese corazón de Zubieta, tres navarros de raza, carácter y mejor pie como Remiro, Monreal y Merino, que como le gusta decir a Aperribay, son de aquí, más Willian José y Januzaj, que llevan tiempo en Donostia, y Odegaard e Isak, la pareja de veinteañeros nórdica que ha cambiado la cara al equipo en ataque.
Cultura del esfuerzo
La apuesta por la cantera fue la que salvó el club de la ruina hace once años pero para competir al máximo nivel Aperribay y su Consejo enseguida tuvieron claro que necesitaban complementarla con talento externo. Y conforme fueron cuadrando las cuentas, los jugadores que empezaron a llegar eran mejores y las plantillas, más armadas. Si la Real era un club básicamente formador, ¿por qué no podía acabar de moldear a jóvenes talentosos de otras procedencias? Pero antes había que proyectar una imagen positiva que les sedujera.
Tener un estilo de juego moderno y atractivo era el punto de partida. Montanier, Arrasate y Eusebio, con sus distintos matices, fueron apuestas en esa línea. Con ellos la Real se dio a conocer en Europa y firmó grandes campañas. Después había que construir un hogar confortable en el que el jugador se sintiera como en casa y no como un alma errante del que todos se compadecen. Y el ingrediente final para rematar el éxito era la ambición, construida sobre la cultura del esfuerzo.
En once años la Real ha pasado de ser un club al borde de la ruina a uno solvente, moderno y ahora ganador
Aperribay tuvo claro hace dos años que el club necesitaba un cambio de rumbo y tomó, seguramente, la decisión más dura de sus once años como presidente: prescindir de Loren y Eusebio, dos personas que habían trabajado mucho y bien por el club. El fichaje de Olabe representaba una apuesta por la cultura del esfuerzo, lo que se definió como 'ser los mejores de lunes a sábado'. Antes del partido en Miranda Odegaard confesaba en una entrevista a este periódico que «nunca había trabajado tan duro como en la Real». Que los entrenamientos parecían partidos por su intensidad.
Priorizar la Copa
Ya la temporada pasada, cuando llegó Asier Garitano, uno de los mensajes que le transmitió el club fue que había que priorizar la Copa. No se podían permitir más resbalones como el del Lleida que supuso el principio del fin para Eusebio. Y desde entonces, en dos años, el balance en el torneo es espectacular: ocho victorias y tres empates en once partidos, con siete eliminatorias superadas (Celta, Becerril, Ceuta, Espanyol, Osasuna, Real Madrid y Mirandés).
La guinda al proyecto fue la llegada de Imanol. Su estreno no pudo ser más prometedor, con aquel 0-2 en el Bernabéu hace apenas catorce meses. Entonces creí asistir a un momento histórico, pues nunca había visto ver ganar allí a la Real. Me equivoqué. En este tiempo ha vuelto a asaltar el fortín blanco para allanar el camino hacia Sevilla y va a jugar una final de Copa, el sueño de varias generaciones. El oriotarra aúna sentimiento, sentido común, personalidad y mucho conocimiento futbolístico. Una mezcla que le ha hecho conquistar el vestuario y ganarse el respaldo de los resultados. Con los partidos que lleva en el banquillo txuri-urdin, solo Ormaetxea supera sus números. Palabras mayores. Él y Aperribay tienen mucha culpa de este éxito y es de justicia reconocérselo. Dos hombres con un mismo destino: hacer una Real campeona.
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