'Nuestras madres', Guatemala y la luz de sus muertos
Cámara de Oro en Cannes, César Díaz y su directora de fotografía, Virginie Surdej, crean la paleta de colores de la gran tragedia del país de la guerra infinita
Ernesto, el hijo de una activista pareja de un guerrillero desaparecido en los horrores del conflicto armado que empezó en 1960 y no acabó en ... 1996 como se dijo en los Tratados de Paz, trabaja rescatando restos humanos desperdigados por los cientos de fosas comunes aún no abiertas. Es el punto de partida de una película capaz en sus 77 minutos de metraje de estremecer al espectador en todas sus fibras; las de cinéfago y las de criatura comprometida. Una película que comienza con la imagen de la reconstrucción, minuciosa y delicada de un esqueleto acaso sin nombre. La escena está bañada en tonos dorados, como si esos huesos fueran los de un faraón, los de una momia imperial.
La luz es, precisamente, uno de los grandes poderes de la primera obra de este realizador nacido en 1977 que estudió cine en México, Bélgica y París. La luz del altiplano, que, como élmismo contaba en la mañana lluviosa del domingo, al estallar justo desde tan alto provoca el impresionante cromatismo de 'Nuestras madres' pues no hay 'levantadas de sol' que compararse se puedan en toda América Central. 'Levantadas' y también esas 'magical hours' de las caídas del atardecer. Increíble paleta de colores perfectamente aprovechada y manejada por Virginie Surdej, directora polaco- belga de fotografía que en 2018 ganase por 'Une familie syrienne' el premio que lleva el nombre del pintor surrealista de 'Los amantes' y 'Esto no es una pipa': Magritte.
Pero no es solo la luz , las luces, lo que hizo a 'Nuestras madres', acreedora a la Cámara de Oro de Cannes, galardón que también poseen Jarmusch, Kawase, Porumboiu o McQueen. Esta presencia tremenda en la sección de Horizonte latinos lo es porque descose las costuras del documenal típico y crea un drama auténtico de ficción con personajes más grandes que la vida. Y que la muerte. No confía mucho (aunque lo aprecie tanto) en el cine al que el público debe acercarse desde lo intelectual y la militancia. Ama por contra el buen melodrama que mete al espectador en la pantalla desde las emociones. Para César, Lars von Trier, su 'Rompiendo las olas' y su 'Melancolía', son melodramas. De ley. De raza. Como Shakespeare. Como tantas tragedias griegas.
'Nuestras madres' tiene un valor añadido que no es, para nada, el etnográfico aunque sus mujeres mayas, algunas yermas, todas heridas, sean presencias brutales y duraderas. 'Nuestras madres' explora las mil y un maneras de afrontar eso que hoy llamamos 'memoria histórica'. Desde aquellos que piensan, desde el destrozo vital, 'los muertos están muertros' y no importa dónde están' hasta quien se niega a contar lo que sucedió desde 1960 hasta 1996 (y más allá y más acá; más hasta hoy y mañana) porque quiere proteger a los suyos de la... verdad. Sí, de la Verdad. Y de la vergüenza que a veces provoca. Ocultar lo qué paso para que quien amas pueda seguir mirándose al espejo.
César trabaja en su segundo filme. 'Los jueces' ya está en el punto de mira del Foro de Coproducción Europa-América Latina. Sigue buscando la 'distancia precisa' para acercarse 'a la Historia con mayúsculas desde las historias con minúsculas' porque no quiere 'convencer al convencido' sino atraer a su cine a aquellos que no sabén cuán grande es el horror de Guatemala, el mismo que cuenta Bustamante en 'La llorona'.
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