«Mi hijo iba a casa de su padre y temía que no volviera»
El virus de la violencia machista no encuentra vacuna con la suficiente carga de inmunidad como para lograr desactivarlo. Agresiones, amenazas, vejaciones, acoso... Unas 5.000 mujeres en Euskadi siguen inmersas en situaciones de violencia física o psicológica que les obligan a mantener medidas de protección para evitar nuevos ataques por parte de sus parejas o exparejas
Miércoles, 25 de noviembre 2020, 11:18
Aunque hace más de diez años que se separó de su expareja, Ana (nombre ficticio para preservar su identidad) sigue viviendo con miedo. Durante todos ... estos años, con decenas de juicios por distintos motivos mediante, las amenazas y el acoso han sido una constante. A ella y a su hijo, que a día de hoy no mantiene ningún tipo de relación con su padre. Para él y para el resto de menores, «que cuando viven en un entorno de violencia de género también son víctimas», pide más apoyo y protección.
Como sucede en tantas historias de violencia machista, el maltrato no apareció desde el principio de la relación. En este caso comenzó a aflorar cuando Ana se quedó embarazada. «Se volvió agresivo, se daban situaciones violentas en las que rompía la puerta de un puñetazo o daba golpes contra las paredes». Una noche, cuando su pequeño apenas tenía un año, no pudo más y salió de casa con lo puesto, como ya había hecho otras veces, aunque esta fue para no volver. Su calvario, sin embargo, no había hecho más que empezar.
Esa noche puso la primera de muchas denuncias contra su ex. Pero su periplo con la justicia fue mucho más duro lo que esperaba. «Es tu palabra contra la suya. Llegó un punto que me acostumbré a que saliera absuelto». Entre tanto, le esperaba debajo de su casa y amenazaba con matarle. Hasta que una de esas amenazas se produjo en un punto de encuentro, donde se citaban para que viera al pequeño. Gracias al testimonio de varios testigos, consiguió la primera orden de alejamiento, aunque solo para ella. Su hijo tuvo que mantener el régimen de visitas establecido por un juez.
Un día el niño «empezó a encontrarse mal, no quería ir con su padre. Sufría ataques de ansiedad cuando estaba con él», que en un principio pensaron que podía ser asma, «pero el médico me dijo que no tenía asma, sino miedo». Su hijo le contó que en esos momentos en los que no podía respirar «su padre se sentaba frente a él y se quedaba mirando».
El menor acudió a un psiquiatra, que una vez evaluada su situación recomendó suspender de inmediato las visitas paternas. «No es lo habitual, pero el único que sabía lo que pasaba cuando estaban solos era el niño, y la fiscal y la jueza decidieron entrevistarse con él a solas. Cuando terminaron decidieron anular el régimen de visitas, algo muy difícil de conseguir. No sé qué les dijo, pero no tuvieron dudas». No obstante, en el tiempo desde que se realizó la solicitud hasta que la suspensión se hizo efectiva por sentencia, el menor tuvo que seguir viendo a su padre. «Cuando mi hijo se iba a su casa tenía miedo de que no volviera. Una vez me dijo: 'ama, ¿qué van a esperar, a que me mate?'». Ana denuncia que «no se puede consentir que los derechos de los maltratadores estén por encima de los de los niños. Un hombre maltratador nunca va a ser un buen padre».
Aunque conseguir eliminar el régimen de visitas fue un paso muy importante para ellos, el acoso siguió. Aún hoy sigue. «Hace unos años se presentó en mi trabajo y volvió a amenazarme. Desde entonces no había tenido noticias, pero hace unas semanas recibí un mensaje suyo. Para él es un juego, pero no puedo más, estoy agotada, solo quiero vivir en paz», dice Ana entre lágrimas de desesperación. Porque ese continuo acoso le hizo estar ocho años encerrada en casa, en los que solo salía para trabajar, no tenía vida social y se descuidó totalmente.
La denuncia
Ana reconoce que se siente «muy decepcionada con la justicia». Por eso cuando escucha las campañas en las que se anima a las víctimas a denunciar pide «prudencia». «Hay que denunciar, pero hay que informar a la víctima primero de lo que supone. Para empezar, porque ir a una comisaría o a un juzgado a contarlo resulta muy humillante. Y lo más importante, porque el proceso es una carrera de fondo en el que no siempre consigues lo que esperas. Muchos creen que denunciar es el fin a los problemas, pero la verdad es que sales de un agujero y entras en un túnel en el que todo se ve negro».
Considera además que la actitud de la sociedad ante la violencia machista «tiene mucho más de populismo que de implicación real». Recuerda que cuando los gritos, las amenazas y los golpes llegaron a su casa «nadie me dijo que eso no estaba bien. Te dicen que ya se pasará, que aguantes, que tienes un niño... Mi entorno no quería ni que denunciara». Tampoco cree que los gobiernos estén dando pasos certeros en la materia. «No se ha hecho tanto como se piensa. El Pacto de Estado, la Ley de Igualdad... es que me da la risa. Tengo la sensación de que no tienen ni idea. Viven en otra realidad que desde luego no es la de las víctimas».
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