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Era la primera vez que Rosa acudía a la bebida como anestesia. «Empecé a beber de golpe, una cerveza detrás de otra, bebía unas diez ... latas al día. Lo que quería era irme al sofá, dormirme y no pensar en nada. Al principio lo hacía a escondidas, sola en casa, luego ya te da igual», se sincera esta donostiarra de 62 años, que se encuentra en la última fase del programa Itxaro, de Proyecto Hombre, que asiste a personas con dependencia del alcohol.
Sus problemas con la bebida empezaron «curiosamente» cuando se prejubiló a los 54 años, según cuenta. «Yo veía a mis compañeros que se jubilaban y pensaba la de cosas que iba a hacer cuando me tocase a mí. Pues me llegó el día y el mundo se me cayó encima. Me encontré en casa, sola, con mis hijas mayores, que ya no tenía que llevarlas al cole, sin mis obligaciones y horarios, tampoco tenía que cuidar de mi madre porque estaba en una residencia, es como que ya no me necesitaba nadie, fue una sensación de soledad… Tenía que hacerme una vida nueva. Decía '¿y qué hago ahora?' No sabía quién era, ni qué quería. Y me hundí, me rendí. A esperar a morirme», relata Rosa (nombre ficticio), que lleva «un año» sin beber.
Su vida se desmoronó y la bebida fue su vía de escape. «Al principio escondía las latas para que no me viera mi hija, que todavía vivía conmigo, e intentaba que no se me notara que había bebido pero era evidente». Fue solo el comienzo de un infierno que se alargó durante seis años en los que esta mujer se «aisló» del mundo. «No quería estar con nadie, no salía de casa y solo bajaba a la compra. Mis hijas me repetían que buscara ayuda. Yo veía que estaba deprimida, que me había hundido pero no llegaba a ver el problema de alcohol», expresa. Detectar que el consumo es problemático suele ser complicado y siempre hay excusas para justificarse. «Decía 'ya me lo quitaré cuando pase esta mala racha'. Pero no era capaz». A sus hijas, eso les «enfadaba» aún más. «Muchas veces me llamaban borracha. Lo que más me dolía era ver que había perdido toda dignidad, el ser madre, el que se me respetara…». Rosa habla de los estigmas que existen hoy en día por el hecho de ser alcohólico a pesar de la normalización del consumo a nivel social.
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Patricia Rodríguez
En poco tiempo, el alcohol fue consumiendo a esta mujer, incapaz de escapar de su adicción. «Tuve un par de episodios de perder un poco la cabeza, de malestar, de rabia por decir 'mañana ya no, mañana ya no' y no poder. El alcohol había organizado mi vida», cuenta.
Aunque quienes presentan una adicción al alcohol, hombres y mujeres, sufren por igual las consecuencias directas de la enfermedad, ellas tienen que luchar además contra los estigmas sociales que supone vivir bajo la etiqueta de «borracha». Esa sanción de género hace que tarden más en pedir ayuda, según observan desde Proyecto Hombre. «Queda más feo y por eso creo que bebemos en casa. No es común encontrarte una mujer sola por los bares bebiendo, no está bien visto», apunta Rosa.
Fue el 7 de septiembre de 2023 cuando se armó de valor y tocó las puertas de Proyecto Hombre, un sitio que «pensaba que era de drogadictos y que yo no pintaba nada allí». Tras la valoración, «entré en Itxaro. Se me hizo un mundo, quedarme aquí a dormir y todo. Sentía mucha culpa y vergüenza, los primeros días venía con las orejas gachas. Fue muy duro dejar a mis hijas, era algo antinatural. Pero ahora estoy encantada, tengo ganas de vivir. Me siento orgullosa de haber podido con esto, gracias al apoyo de mi familia y del resto de familias que me han acompañado. Es mi momento para disfrutar de la vida y dedicarme a mí», dice, aunque sin desprenderse del todo del «miedo» a volver a su rutina anterior. Pero tiene claro que «no quiero volver a sentirme así», asegura.
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