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Empiezas divirtiéndote pero te acabas consumiendo. Es la trampa de la droga», resume Ander, vecino de Zizurkil de 40 años, que accede a relatar su ... historia bajo un nombre ficticio. «Mi vida son 23 años de consumo, una locura. Estaba desquiciado por no poder parar de consumir, he llegado a estar cinco días seguidos sin dormir», cuenta en una sala del centro de Lasao, en Zestoa, donde ingresó para salir de su adicción. Lleva un año sin consumir y aunque «no ha sido fácil, estoy mejor que nunca. He recuperado las ganas de vivir, porque entré en una depresión inmensa. Me sentía un despojo de la sociedad».
Ander empezó en el mundo de las drogas «bastante joven», con 16 años. «Al principio era algo social, con los amigos en el local, pero hacía vida normal, entre semana estudiaba y los findes salía. Luego conocí a otra gente y empecé con el éxtasis y a mezclarlo con anfetaminas para pasar de viernes a domingo de discotecas», relata.
El consumo fue a más, tanto en frecuencia como en intensidad, hasta que perdió el control y la droga se convirtió en el centro de su vida. La cocaína fue su perdición, «mi droga 'fetiche', y ahí empezó el declive, con 19 años. Al principio consumía de vez en cuando, entre semana, cogíamos medio gramo entre los amigos pero luego fue a más. Un día se me cruzó el cable y empecé a consumir como un cosaco. Me pasé dos semanas sin ir al trabajo y me gasté 12.000 euros en cocaína, en fiestas, en prostitutas...».
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Patricia Rodríguez
Fueron sus padres los que le llevaron a Proyecto Hombre y después de realizar el programa, logró estar abstinente «unos seis años», pero las cosas se volvieron a torcer. «Caí», dice concediéndose una tregua. «Entonces no sabía pedir ayuda y aquí me han enseñado a hacerlo».
Afirma que las recaídas suelen ser «bastante más duras que la primera vez que consumes. Como que recuperas el tiempo perdido. Era un consumo diario, podían ser 3 o 4 gramos al día, lo que el cuerpo aguantase. Arruiné el taller de mi padre, debía dinero, mis parejas me dejaban por el consumo, no podía mantener un trabajo normal y me puse por mi cuenta. A los 37 años tuve una hija y me frenó un poco pero mi pareja empezó a consumir también, cada vez más, y acabamos la relación». Ander volvió a refugiarse en la cocaína, «pero fumada, lo que es el 'crack' y la adicción es muchísimo mayor. Si trabajaba algo, todo era para fumar. No comía, llegué a pesar 56 kilos. Acabé durmiendo en un pabellón en una tienda de campaña. La droga me hizo quedarme solo y perder todo lo que quería. Y me di un ultimátum y toqué las puertas de Ategorrieta, con 39 años». Sabe que el camino es incierto pero cada día se esfuerza por recuperar la libertad perdida.
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