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Aquí se viene a luchar o no se viene
Sensacional victoria de Alex Aranburu en la segunda etapa de la Itzulia con un ataque que le consagra como un rematador de categoría
Nunca -y se lleva disputando desde 1924- había llegado la Vuelta al País Vasco a Sestao. No había tenido lo que hay que tener, ... porque aquí se viene a luchar o no se viene. En las fábricas, en las calles y en las montañas para sacarles el mineral. También para ganar una carrera ciclista. La subida a La Arboleda por la parte de atrás, por Peñas Negras, asemejaba una manifestación anarquista, todos contra todos. A palos, de Pogacar (UAE) para abajo. Gaudu (Groupama), Ion Izagirre (Astana), Schachmann (Bora), Roglic (Jumbo)... Aquello parecía el Boulevard Saint Michel en mayo del 68.
Pero era la zona minera, la Margen Izquierda. Territorio de combate, no de batallitas de burgueses finos. Alex Aranburu (Astana) se ha puesto el mono de dinamitero y reventado la carrera justo antes de pasar por el museo de la minería de La Arboleda -esta cima, sí, clásica de la Itzulia-. En un ataque de clasicómano puro, de alguien al que le han explotado las piernas en la Milán-San Remo y sabe que el más dañino no es el que se hace en la parte más dura de la subida, sino cuando esta suaviza. En ese momento en que las piernas revientan, cuando los cuerpos buscan un hilo de aire para seguir vivos, si alguien ataca lo destroza todo. En el falso llano del Poggio, en el falso llano de La Arboleda. Es el territorio de los campeones, porque solo se pueden mover ellos.
El ezkiotarra ha arrancado en ese momento de agonía, midiendo los metros hasta el inicio de la bajada, para gastar el último gramo de fuerza justo antes de dejarse ayudar por la ley de gravedad en el espectacular descenso hasta la desembocadura de la ría del Nervión en el Abra, tierras fabriles, mineras y portuarias.
Faltaban diez kilómetros a meta. Aranburu ha bajado bien, como corresponde a un clasicómano, y se ha beneficiado de la labor de equipo que han hecho por detrás sus compañeros Omar Fraile y Ion Izagirre. Ha abierto hueco y a un corredor de este calibre ya no se le echa el lazo en estas distancias y estos terrenos. El ezkiotarra se ha presentado en Sestao solo, con medio minuto de ventaja, y no iba a perdonar.
Nunca se perdona en Sestao y menos si la meta está junto al campo de Las Llanas, vieja reliquia de los tiempos del fútbol salvaje, antes de que fuera domesticado. Cuando era posible que a Hugo Sánchez le dieran un botellazo y no pasaba nada, sigan, sigan. Aranburu ha sido una fuerza de la naturaleza y esa subida final no le ha frenado.
Un salto importante
Tras él ha entrado su guardaespaldas, Omar Fraile, que ha celebrado el triunfo del ezkiotarra como propio. Le habría gustado ganar a él, de Santurtzi, a dos pasos de la meta, pero ha hecho una labor de equipo preciosa junto a Ion Izagirre. Nivel World Tour, la máxima categoría. Correr ahí, en el Astana, ha permitido a Aranburu dar un salto importante, porque la calidad se le veía desde que dio sus primeros pasos en el Murias y luego en el Caja Rural. Siempre ha sido un caballo de carreras.
La victoria confirma esa evolución y le consagra entre los grandes rematadores del pelotón internacional. El Astana le echó el lazo y desde el primer día le dio galones, llevándole a las mejores carreras, aunque el de ayer es su primer triunfo con el equipo kazajo. Dos veces séptimo en la Milán-San Remo, hasta este martes su obra maestra era el quinto puesto en aquella impresionante etapa de la Tirreno-Adriático de este año tras Julian Alaphilippe, Wout van Aert, Mathieu van der Poel y Tadej Pogacar. Cuando se vive ahí, la victoria es cuestión de tiempo, porque el talento está.
Movimiento sorpresa
El movimiento de Aranburu ha sido perfecto y una sorpresa, porque se le esperaba en el sprint del grupo en Sestao. Si pasaba con los mejores Peñas Negras, su punta de velocidad era un argumento muy poderoso en la rampa final. Favorito claro. Y, sin embargo, ha eligido otro camino.
Ha sido valiente y creativo. Ha sido un intérprete destacado del zeitgeist, del espíritu de los tiempos, del nuevo ciclismo de ataque y espectáculo, el mundo que le ha tocado vivir. No se puede ganar en las mejores carreras del mundo -la Itzulia lo es, sin ninguna duda- si no se ejecuta esta partitura. Hay que ganar con estilo, y ver rodar a Aranburu es un espectáculo, con su planta soberbia.
Las claves de la etapa Zalla - Sestao de la Itzulia
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Estilo: El ezkiotarra interpretóel espíritu de los tiempos, del ciclismo de ataque y espectáculo en el que vive
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Talento; Para ganar después de que ataquen Pogacar, Roglic, Schachmann o Izagirre, hay que tenerlo todo
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Escapada: Mikel Iturria y Jon Irisarri fueron protagonistas en la fuga del día, neutralizadaa 20 kilómetros de meta
Para ganar después de que en un puerto ataquen, uno tras otro, Gaudu, Pogacar, Roglic, Izagirre o Schachmann hace falta tenerlo todo: clase, motor, cabeza y equipo. El nivel de esta carrera no admite menos, no hay más que ver los diez primeros clasificados de la etapa, con Valverde décimo, tan convencido de que iba a ganar que tuvo al Movistar trabajando todo el día.
Aranburu es ahora segundo en la general, a cinco segundos de Roglic, tras sumar a los quince con que cruzó la meta los diez de bonificación por la victoria. Hoy cederá esa posición.
El ciclismo vasco
La etapa ha sido significativa para el ciclismo vasco, y no solo por la victoria. Aranburu ha ganado después de un día donde han sido protagonistas Mikel Iturria (Euskaltel) y Jon Irisarri (Caja Rural). Dos buenos corredores cuya presencia en la escapada, y la de sus equipos, por extensión, viene a ilustrar las dificultades en las que se mueve el ciclismo de este país, en un momento de fragilidad que la organización de la salida del Tour de Francia de 2023 no oculta.
Es importante el triunfo de Aranburu -importantísimo- pero tanto o más ver a Iturria y a Irisarri en la lucha, porque han mostrado la necesidad de que haya estructuras sólidas que sostengan todo el entramado del ciclismo vasco. Aranburu no ha caído de la luna, ha pasado por el Goierriko, por el Murias, por el Caja Rural. Alguien le llevaba a las carreras, alguien cuidaba los cruces para que él y los de su quinta pudieran correr, muchos compañeros le pusieron las cosas difíciles para que mejorara. Ese patrimonio lo han simbolizado Iturria e Irisarri, y Aranburu puso la guinda.
La necesidad de contar con una estructura por la que el talento pueda ascender de forma natural hasta lo más alto es una noción filosófica del deporte vasco en general. El ciclismo, muy sujeto a los vaivenes económicos y por tanto en un momento complicado ahora mismo, necesita esa pirámide, esa rampa de lanzamiento para que un Aranburu llegue a Sestao con los brazos en alto tras atacar a Roglic y a Pogacar. En este sentido, la etapa ha sido una imagen perfecta de lo que podría llegar a ser el ciclismo vasco.
Aranburu, la primera figura vasca no nacida del viejo Euskaltel, se ha consagrado. Ha abierto una puerta para que otros le sigan. Ese es el reto. Aquí se viene a luchar o no se viene.
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