Tolosa | Jordi Esteva

Escritor, fotógrafo y cineasta

«Me consideré nómada hasta los treinta y pico años, cuando se acabó mi ensoñación»

–¿Cómo es el mundo que ve?

–Incierto, pero creo que en cada época la gente ha visto cómo el mundo que conocía se tambaleaba. En realidad, en la época y parte del mundo en que nos ha tocado vivir somos unos privilegiados porque no hemos conocido ni la guerra ni el hambre. Aunque los mayores sí hemos conocido la dictadura y el fascismo. Los desafíos son nuevos, como el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad. En nuestra sociedad, además, se ha dado el paso prodigioso del avance del feminismo que considero la misma lucha que por los derechos LGTBI contra el heteropatriarcado que se está cuestionando e incluso declinando por el avance de las conquistas sociales. Ojalá la mujer consiga derrocar el régimen de los ayatolás. Sin embargo, la homosexualidad está prohibida en muchos países, incluso castigada con pena capital. Los derechos de las mujeres son pisoteados en la mayoría de los países musulmanes. Queda mucho por conseguir. También en Europa.

–Dice que envejecer comporta una pérdida de curiosidad. ¿Qué le interesa hoy?

–Como corresponde a mi edad, me gusta reflexionar y mirar las musarañas mientras me vienen a la cabeza cosas que luego escribiré o nuevos proyectos. Ahora me interesa bucear en mi interior.

–«Alma nómada». Habla de «impulso»... Parece que aún y todo no lo ha perdido.

–No del todo, pero no puedo viajar a los países que más me interesaban como Irán, Irak, Siria o incluso viajar sin cortapisas por el Sudán. Tampoco los países del Sahel como Mali o Níger.

–¿Cómo se plantea el futuro una persona que se ha considerado a sí misma nómada?

–Me consideré nómada hasta los treinta y pico años, cuando se acabó mi ensoñación. Cuando se me rompió el cántaro como en el cuento de la lechera. Era una forma de huida. De un mundo gris y asfixiante. De la educación represiva y religiosa, de la España franquista. De la grisura y la mediocridad. Los beats y la música de Dylan o de los Doors eran alegatos contra el sistema. Me tocó vivir la explosión underground, el mundo hippie, la contracultura. No existía el mañana. El futuro era una sucesión de presentes, y había que vivir el momento y experimentarlo todo. Durante mi nomadismo me sentía libre, feliz.

–En Egipto pasó uno de los peores momentos de su vida...

–Una maldita noche de 1985 la policía egipcia me encarceló acusado de formar parte de un grupo terrorista de carácter trotskista. Quedé desnortado. Sin ilusión. No pude regresar a Egipto en quince años. Tras mi abrupta llegada a Barcelona, pasé dos años de bajada a los infiernos. Un mundo de sexo anónimo y drogas. Luego, poco después, con Pepe Ribas resucitamos la revista 'Ajoblanco'. Permanecí en la redacción siete años. Tras esta experiencia regresé a mis primeros amores: Oriente. África, Los árabes del mar. Pero ya no era nómada. Viajaba con un propósito concreto. Con billete –aunque fuera siempre así– de vuelta. Fue un trauma que me cuesta recordar. Fue el fin de un sueño. El descubrimiento de la imposibilidad de ser libre. Hay un antes y un después en mi vida. Viví una intensa depresión de la que me ha salvado la bondad y paciencia de Jordi Tresserras, mi pareja y mi trabajo. Los libros, las fotografías y las películas. También mis animales. Mi perra y mis gatos.

–Acaba de llegar de Egipto. ¿Qué le ha llevado a volver? El Cairo era una de las ciudades que más le fascinaban. ¿Le sigue atrayendo? ¿Cómo has visto el país en su última visita?

–Vuelvo por los amigos que viven allí. Ellos son mi Egipto. Me horroriza la situación del país. Las diferencias sociales, la inflación y la falta de libertades. No soy tan ingenuo como para querer revivir experiencias. Es imposible regresar a la juventud. El agua no corre dos veces bajo el mismo puente. Hay algo en el alma egipcia que me sigue cautivando. La hospitalidad, el humor, incluso una cierta bondad. Egipto es una droga. Quien lo prueba de veras no puede desengancharse.

–¿Se puede ser nómada hoy?

–Supongo que sí. He conocido gente joven europea por Irán que viajaba un poco al modo hippie de mis primeros viajes. Pero los europeos somos unos privilegiados. Muchos jóvenes son nómadas a su pesar. Pienso en los hombres y mujeres tan desesperados que atraviesan peligrosas fronteras y son extorsionados y violados por las mafias que a menudo los abandonan en alta mar. En todos los muertos que se tragan las aguas. Hoy todo es muy rápido. Cuando viajé por primera vez a Oriente, era un mundo en el que cada ciudad, país, vivían su propio tiempo. La televisión no había invadido aún los hogares, y tras la cena se leía en voz alta, se cantaba o se contaban historias. Cada viajero era portador de noticias de otros mundos y existía verdadera curiosidad e interés por la vida del otro. En la actualidad, nos conformamos con lo que vemos o leemos en las pantallas y ya apenas nadie indaga ni se molesta en cerciorarse de la veracidad de las noticias. La excesiva información nos hace creer que lo sabemos todo y, en esta era de los móviles y las tabletas, esa información extraída de no se sabe dónde se ha convertido en 'conocimiento'. Antes, viajando se podía cambiar de tiempo, incluso detenerlo. Poco a poco, uno se iba adentrando en otro espacio y realidad. Eran viajes sin retorno vital posible. Al regresar no eras el mismo.

–¿Busca el viaje permanente?

–No me gusta viajar por viajar. Ni coleccionar países. No me considero 'viajero' ni mucho menos 'aventurero'. No se me ha perdido nada en Guatemala o en Mongolia por nombrar los primeros dos países que me han venido a la cabeza. Tampoco coleccionar sellos en el pasaporte. Hay una serie de lugares que me interesan desde la infancia. Oriente, el Índico o el África del animismo. Procuro no perder el contacto con los amigos hechos en esos lugares queridos. Pero no me apetece demasiado viajar en este mundo rápido cada vez más homogéneo y por tanto menos interesante. También me gusta viajar a través de la memoria de los ancianos. Que me cuenten las historias que con ellos desaparecerán. En realidad me gusta la literatura oral y la antropología. Es el material sobre el que elaboro un discurso que quiero propio. Escribo, fotografío y filmo. Pero todo obedece a la misma inquietud.

–¿Ha desaparecido alguno?

–Todo cambia constantemente. Es lógico. Regresé al oasis de Bahariya y fue decepcionante. Muchos amigos habían muerto. La gente ya vestía ropas chinas. Las bellas casas de adobe se desmoronaban. Los bellos útiles de agricultura, norias, tahonas, o molinos de piedra, habían sido reemplazados por maquinaria moderna. Pero en honor a la verdad, ya entonces, hace treinta años había quien se quejaba de lo mucho que habían cambiado los oasis. Pero ¿acaso no han cambiado nuestras ciudades? Todos los centros se parecen con las mismas tiendas y cafés. Ya sean en Shanghai o en Vitoria.

–¿Un recuerdo?

–La sencilla vida en los Oasis. Aprendiendo a trasquilar camellas, a hacer pan a la beduina, a dar palmas siguiendo el ritmo de mis amigos músicos el oasis de Siwa.

–¿Qué ha cambiado en sus viajes? ¿Y en la forma de viajar?

–A cierta edad a uno le duele todo. Ya no podría viajar durante dos días en cuarta clase en un tren de la India o varios días en la caja de un camión por el desierto de Sudán sobre sacos de cemento.

–¿Y qué une a todos sus viajes?

–La curiosidad. En realidad son sueños de niño. Los lugares con los que soñaba y a los que viajaba sin salir de la habitación. Creo que los he cumplido, cuando quería huir para conocer los mundos que veía en los libros de maravillas del mundo de mi padre. ¿Qué queda cuando los sueños se han cumplido? Muy sencillo volverlos a soñar. Y así lo hago, reescribiendo, revisando antiguas fotos, o filmando.