Trasladan al vertedero de Artigas a la ballena varada en Sopela
El fuerte oleaje pudo con el rorcual, de 18 metros y 20 toneladas, que terminó ayer en la playa de Atxabiribil, donde murió tras tres horas de agonía
txema izagirre
Lunes, 4 de febrero 2019, 19:52
El rorcual común de 18 metros que el domingo por la mañana quedó varado en la playa de Atxabiribil, en Sopela, está ... ha sido trasladado al vertedero de Artigas , tras ser izada de la playa por dos grúas de grandes dimensiones. La maniobra no ha resultado ni fácil ni rápida. Desde este lunes al mediodía, tres tractores y dos todoterrenos han intentado llevarse el cuerpo de la arena, pero no han podido por su enorme peso, unas 20 toneladas, según los expertos que trabajan en la zona.
Al principio han intentado arrastrar al animal -que falleció sobre las 13.00 horas del domingo- con cadenas y cuerdas colocadas en su cola. Todos los esfuerzos han sido en vano porque los vehículos patinaban y no podían con la mole. Poco antes de las 11.00 horas ha llegado una retroexcavadora para intentar darle la vuelta al rorcual, de modo que fuera más fácil sacarlo de la playa. Han logrado desplazarla más de 100 metros, sobre todo, para alejarla de la línea de la marea.
La asociación Ámbar y técnicos de la UPV ya han tomado muestras de él, que serán analizadas en las próximas horas. Tambien está previsto realizarle la necropsia este martes, si todo sigue su curso. Asimismo, también se le hará a la marsupa encontrada ayer en Zarautz.
Una pelea sin cuartel
Seli Gabantxo, uno de los propietarios del bar El Peñón, vio llegar al animal moribundo ayer. «Peleaba por volver al agua», explicaba con una punzada de admiración. Fue él quien dio la voz de alerta a la Policía Municipal, que acudió al lugar en cuestión de minutos y activó el protocolo de actuación.
El cetáceo fue arrastrado por la corriente hasta la parte derecha del arenal, la más próxima a la urbanización Sopelmar. Sus intentos de volver a mar abierto, inútiles a causa del oleaje, acabaron por arrastrarle unos 70 metros, hasta el otro lado de Peñatxuri. Tenía muchas heridas, la más aparatosa en el vientre, y sangraba por ellas. «Seguramente se haya hecho la avería con las rocas», aventuraba Gabantxo. A las 13.00 horas, los voluntarios de la asociación Ámbar le daban por muerto. Leire Ruiz, responsable de la agrupación, carecía de datos para saber el motivo de tan inesperada visita. «Puede ser cualquier cosa, una enfermedad, un mal golpe, incluso el ataque de otra especie».
«Peleaba por volver al agua, pero fue inútil por el oleaje», comentaban los curiosos desde la orilla
La mar de fondo impedía llegar hasta la ballena y las biólogas desplazadas al lugar tuvieron que hacerlo todo a ojo de buen cubero. «La gente tiene muy buena voluntad y quiere ayudar empujando al rorcual al mar, pero es peligroso. Si una ola te echa el rorcual encima, ya no sales».
Ruiz está acostumbrada a episodios de este tipo. No es que sean habituales, pero Ámbar, asociación que integra a un centenar de miembros, interviene en estos casos desde hace 21 años. Ayer tocó doble trabajo, porque una marsopa de apenas 1,20 metros apareció en la playa de Zarautz a las nueve y media de la mañana. ¿Casualidad? Ninguna. En esta época del año, con los fondos revueltos y fuerte oleaje, es cuando más ballenas y animales marinos terminan arrastrados hasta la arena. Moribundos o aquejados por enfermedades, su debilidad les impide luchar contra los maretones y sucumben.
En su contexto
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18 metros y algo más de 20 toneladas son las cifras que arrojaba el rorcual común que ayer quedó varado en Sopela, muy delgado y débil. Luchó por su vida hasta perecer tres horas después de ser localizado. La mayoría llegan malnutridos y enfermos por golpes, heridas o enfermedades. Son más frecuentes en invierno, con temporales.
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Rorcual común. Pueden llegar a centenarios y rondan los 20 metros, pero las hembras tienen mayor tamaño (la más grande capturada medía 27). Más pequeños en el Atlántico Norte, lo contrario en el Océano Antártico.
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42 asistencias se practicaron el año pasado en Euskadi, la mayoría a focas. La mayor curiosidad estuvo en la tortuga laúd rescatada en Plentzia. Ayer también se rescató una marsopa en Zarautz.
El año pasado llegaron a nuestras costas 42 animales marinos, en línea con lo que es habitual. Algunas intervenciones son meras asistencias, «principalmente porque llegan focas en busca de comida y luego se marchan». El cetáceo más habitual que vara en la costa vasca es el rorcual común, por delante del aliblanco o ballena enana.
Así le sucedió al ejemplar de ayer. Ayer, los expertos no podían precisar su peso ni su sexo con seguridad, «porque no podemos entrar al agua. Es seguro que está muy delgada. Estaría ahí fuera enferma y ha sucumbido al temporal».
«Ha habido más gente en la playa que en pleno verano»
La playa de Sopela estaba ayer repleta de gente. «Ha venido más público que un día de verano por la mañana; más incluso que en julio», comentaba sonriendo un policía municipal. Tan inesperada afluencia de curiosos obligó a que los agentes se vieran forzados a regular el tráfico en los accesos al arenal de Atxabiribil.
«Esto parece un circo, no para de llegar de gente», comentaba jocoso el joven getxotarra Aitzol Gutiérrez. En plenos estertores de la borrasca 'Helena', fueron muchas las familias con niños que desafiaron al temporal para ver de cerca al cetáceo. Las colas de los vehículos llegaron a alcanzar hasta un kilómetro de longitud;y los agentes tuvieron que lidiar con algunos conductores reacios a estacionar el vehículo lejos de primera línea de mar dado el mal tiempo reinante.
El aparcamiento de la playa se llenó en muy poco tiempo y las patrullas desplazadas al lugar se vieron en la necesidad de tener que dar mil y una explicaciones a los automovilistas que iban llegando. La llegada del cetáceo despertó tal expectación que se hizo imposible dejar el coche cerca de la arena.
Cientos de personas, la mayoría con plumífero y capucha, buscaron su hueco donde rompen las olas para inmortalizar con los teléfonos móviles la inesperada visita de uno de los grandes del mar. «No sé qué resulta mayor espectáculo, si la ballena varada o el gentío que hay con la que está cayendo», soltó incrédulo Juan Agirre, un jubilado de Sopela que no tuvo reparos en reconocer el motivo de su visita. «¡A qué voy a venir! A fisgar un poco, por supuesto!», bromeó.
Los rorcuales que frecuentan el Cantábrico suelen ir de norte a sur y son avistados en invierno y en verano. «En esta época del año se les ve de paso y, en muchos casos, alimentándose». No es la única especie que acaba en nuestras playas. Los más habituales son el delfín listado y el común, aunque a veces aparecen mulares, marsopas como la de este domingo en Zarautz, y algún zifio o ballenato de Cuvier. También han asistido a «tres o cuatro cachalotes en 21 años».
Enferma y desnutrida
La marsopa que apareció en Zarautz «es una rareza, lo mismo viva que muerta». Tanto que los defensores de los animales luchan porque esta especie vulnerable pase a considerarse en peligro de extinción. Pero la lista de intervenciones de la asociación en 2018 incluye una tortuga laúd en Plentzia y un par de focas.
Los ejemplares que asiste la red de varamientos están, por lo general, enfermos o moribundos. «Su estado de salud suele ser malo y están desnutridos». Los que siguen en mar abierto no tienen nada que ver, están sanos, musculosos y son más grandes». Ahora falta saber qué se hará con un ejemplar que, calculan, pesará entre 20 y 25 toneladas y que, de momento, no han logrado sacar de la playa.
Las redes sociales han contribuido a que las actuaciones sean más rápidas. «La tecnología avanza. Ahora cualquiera envía un whatsApp o te avisa por el móvil, de manera que la respuesta es más rápida». Eso se traduce en que la red de varamientos está mucho «más afianzada». Ámbar cuenta con financiación Gobierno vasco y el número de voluntarios ha aumentado.
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