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La socialista Isabel Celaá (Bilbao, 1949) ha podido conocer de cerca al Papa Francisco como embajadora de España ante la Santa Sede. «Conmovida» por su ... fallecimiento, repasa momentos compartidos en los últimos tres años. La exministra pudo tener una relación muy estrecha: «Era como encontrarte con familia, con un amigo, que te invitaba a entrar: «'¡Ah, aquí viene la mujer de la sonrisa! ¿A ver qué nos traes?', decía cuando llegábamos a alguna audiencia».
-¿Qué recuerdos le han venido a la cabeza al conocer el fallecimiento del Papa?
-Me ha conmovido mucho. Ayer atendí a todo lo que fue el Urbi et Orbi y le vi muy demacrado, muy triste, pero no pensé de ninguna manera que fuera tan súbito el desenlace. Es una gran pérdida porque ha sido un Papa extraordinario, un gobernante en el amplio sentido de la palabra, una persona con autoridad, que no se ha dejado manejar ni por unos ni por otros. Siempre ha sabido leer la contemporaneidad tan cruel y tan llena de sufrimiento en la que nos encontramos, con dos guerras terribles, aparte de las llamadas guerras olvidadas, que él nunca olvidaba en sus discursos.
-Como el que ofreció el mismo domingo...
-Así es, fue un discurso de gran profundidad política, de buscar lo mejor para la polis, lo mejor para el mundo, y donde recordó incluso el conflicto del Yemen, más allá de lo que siempre decía de la martirizada Ucrania, y de la ensangrentada Gaza. Fue un hombre del mundo, que no se tapó los ojos ni se dio la vuelta ante los desafíos contemporáneos. Era un hombre de gran modernidad. Le importaba lo que pasaba con la Inteligencia Artificial y escribió sobre ella, también sobre la literatura y su importancia en un mundo como este, de redes sociales. Le importó el cambio climático, el cuidado de la casa común. Le importaron los abusos a menores y fue tajante ahí.
-¿Desde su cargo de embajadora ha podido comprobar que era un Papa muy querido?
-Ha sido una persona muy querida. Todo el mundo quería ver al Papa Francisco. Por algo será. Como embajadora, en estos tres años he recibido a muchísimas delegaciones españolas de todas las regiones que querían verle. Todo el mundo, gobernantes y no, artistas, militares, periodistas... Hemos tenido al Orfeón Donostiarra y otros grupos culturales que han tenido además eventos en la Embajada. Yo siempre les decía: 'Entraréis y encontraréis una persona que os encantará'. Y efectivamente era así. Decían: 'Qué persona más increíble'. Venían fascinados. El Papa se levantaba a las cuatro de la mañana y tenía cuatro o cinco audiencias por la mañana. Y luego tomaba 45 minutos de siesta, como decía él, y otra vez toda la tarde se pasaba con llamadas de teléfono, escritura de cartas, respondiendo... Era un trabajador nato y un hombre con mucha experiencia. Sabía entender la modernidad, el mundo en el que estaba viviendo.
-¿Esa fascinación de la que habla también la atrapó a usted?
-Sí, porque hemos tenido afortunadamente una relación muy estrecha.
-¿Qué anécdotas puede compartir?
-Ha sido un hombre con un gran sentido del humor. Primero, muy acogedor. Segundo, nada de pompa, nada de rito. Era como encontrarte con familia, con un amigo que te invitaba a entrar. «¡Ah, aquí viene la mujer de la sonrisa! ¡Qué bien, qué bien! ¿A ver, qué nos traes?». Yo acompañaba a las personas y él siempre tenía mucha memoria, si había visto a esa persona, recordaba lo que le había traído y cómo había ido la visita. Siempre terminaba con un 'Rece por mí. Y no se deje vencer por la rigidez de las ideologías'.
-¿Recuerda alguno de esos gestos de buen humor?
-Era un hombre de bromas. Solía decir: 'Mire, le voy a acompañar hasta la puerta. ¿Ya sabe usted para qué se le acompaña a la gente al salir? Pues para asegurarme de que se van'.
-¿Con su fallecimiento se puede dar un retroceso en la modernidad que ha promovido a lo largo de estos años?
-Yo creo que no. El referente que ha establecido es tan fuerte, tan poderoso, que será muy difícil que se vuelva a lo que había antes, es decir, a más filosofía... Él detestaba y además denunciaba una Iglesia que se encierre en sí misma. Lo que quería era que la Iglesia saliera y se mezclara. Solía decir: 'Somos pastores y el pastor es el que va por delante en el rebaño y también por detrás para ir recogiendo a las ovejas que se quedan desperdigadas'. Y yo creo que eso de alguna manera sintetiza su filosofía. Él no quería esos clérigos llenos de pompa, subidos a una torre de marfil. Quería gente que estuviera en el mundo de facto.
-¿Cómo fue su relación con Euskadi?
-De esa relación con Euskadi le he hablado yo varias veces. Era siempre buena, ecuménica. El lehendakari Urkullu estuvo de visita en un par de ocasiones. Pero el Papa nunca vino a España. Sí que es cierto que el presidente del Gobierno le invitó a Canarias. Pero bueno, las circunstancias han impedido que se haga ese viaje. Realmente le interesaba ir a lugares en los que nunca había ido un Papa, a Guinea, Oceanía, Mongolia...
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