Así era la Jarana, el barrio donostiarra que cumple 175 años
El Muelle ·
El auge pesquero y mercantil de la ciudad a partir de 1850 permitió la construcción de casas para las familias de los arrantzales lo que transformó la vida y el ambiente de este barrioLola Horcajo / Juan Jose Fdez Beobide
San Sebastián
Viernes, 1 de agosto 2025, 00:03
El barrio de la Jarana nació hace 175 años, al mismo tiempo que se reformaba y ampliaba el Puerto de San Sebastián a comienzos de ... la década de 1850. Fue poblado por las familias pescadoras, que desarrollaban sus tareas cotidianas bajo la larga portalada de sus casas, constituyendo el barrio más peculiar de la ciudad.
La ampliación del Muelle
Hasta 1850, la única edificación permanente del muelle fue la Casa Torre del Consulado, construido en el siglo XVIII para vivienda del «teniente de muelles», en el solar donde hoy se ubica el Museo Marítimo. También existían algunos cobertizos de madera que albergaban talleres y sotos para los trabajos del Puerto. Hasta entonces, las humildes familias marineras vivían en el interior de la ciudad amurallada, hacinadas en los pisos más altos de las casas, y los pescadores dependían del horario de cierre y apertura de las puertas de la ciudad, sobre todo de la Puerta de mar, la actual Portaletas.
En 1847, el Gobierno estudiaba la mejora del puerto donostiarra que, desde la época de Carlos V, apenas había sufrido reformas importantes. Al año siguiente, el ingeniero Manuel Peironcely presentó un primer plan para su reforma y ampliación, justificando su necesidad por el gran aumento del comercio en nuestra ciudad una vez efectuado el traslado de las aduanas a la costa, en 1841.
Peironcely proponía el recorte y la eliminación de alguno de los viejos muelles, la construcción de un nuevo malecón que ampliaría al doble la capacidad del puerto, y la apertura de otra puerta en la muralla para comunicar la nueva dársena con la calle Ijentea.
Cronología
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1850 Se habitan las primeras viviendas del muelle, popularmente conocido como barrio de La Jarana
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1851-58 Se realiza la reforma y ampliación del puerto, dotándolo de una nueva dársena con compuertas. El ingeniero de estos trabajos fue Manuel Peironcely y el constructor, Fermín Lasala Urbieta.
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1896 Se inaugura la iglesia de San Pedro de los Mareantes.
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1946 Reforma de la dársena de pescadores, ampliando el muelle y levantando el 'portaaviones' para servicio de los barcos pesqueros.
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1985 Comienza el rápido declive de la flota pesquera por esquilmación de los caladeros y falta de competitividad con la pesca industrial.
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2025 El puerto es principalmente deportivo, quedando apenas dos pequeños barcos pesqueros.
En 1850, Fermín Lasala Urbieta, padre del futuro duque de Mandas, se ofreció al Estado para realizar la construcción del nuevo puerto aportando el capital necesario. Las obras empezaron un año después y concluyeron en 1858.
Se crearon el muelle Kaiberri, y la dársena mercantil que se cerraba mediante compuertas para mantener el nivel del agua de la pleamar cuando bajaba la marea, evitando que quedaran en seco los navíos.
El barrio de la Jarana
Entre tanto, en 1849, por Real Orden de Isabel II, se autorizó la construcción de viviendas en el muelle «para la necesitada clase pescadora». Al año siguiente ya estaban construidas las primeras casas que contaban con amplios soportales para realizar a cubierto los trabajos de reparación de redes y la salazón del pescado.
Desde el principio se le denominó barrio de 'la Jarana', un nombre que nunca fue oficial, pero que fue aceptado popularmente ya que definía perfectamente la algarabía que reinaba en el lugar.
La vida en el Muelle
Para los actuales paseantes es difícil hacerse idea de lo que fue este barrio desde sus inicios hasta que empezó a decaer la pesca artesanal hace 40 años. Ahora es un puerto deportivo, que conserva los viejos muelles y el tipismo de las casas de pescadores y sigue atrayendo a turistas y locales, aunque pocos recuerdan ya la gran flota pesquera que tuvo, o la actividad de la gente marinera, si no fuera por testimonios de antiguos cronistas.
Mujeres de barco
Fréderic Le Play en 1856 describió el trabajo de las mujeres de los pescadores de Donostia: «Las labores del hogar constituyen su principal ocupación; sin embargo... la mujer encuentra todavía el tiempo necesario para ejercer la función de mujer de barco, en la asociación de pescadores, de la que su marido forma parte. En calidad de ello está obligada a trabajar en la reparación y mantenimiento de los aparejos de pesca, así como a encontrarse presente en el momento en el que el barco entra en el puerto, a fin de transportar el pescado a la pescadería, en donde será puesto a la venta. El salario que recibe por este trabajo –la mitad del salario de un pescador– contribuye a aumentar los ingresos de la familia... La mujer participa también, en ocasiones, en la descarga de la arena contenida en la cala de los navíos que llegan en lastre al puerto... La presencia de estas mujeres –a veces rodeada de sus hijos y llevando a los más pequeños en brazos–, sus continuas discusiones y los gritos que las acompañan, dieron a los puertos de Bilbao y San Sebastián una fisonomía muy especial en ciertos días».
Griteríos y perrita al agua
Lo que más llamaba la atención a los visitantes del Puerto, además del fuerte olor a pescado rancio y a brea, era el griterío de las pescadoras que disputaban la venta del pescado y de los chavales del barrio, que pedían que les lanzaran una moneda al agua para zambullirse y sacarla con pasmosa habilidad.
En 1942, el periodista Ángel Azcona escribía: «Allí hay un poco de todo, calafates, herreros, pequeños arsenales, subastas de pescado, viejas barcas... Interesantísimas partidas de cartas llenas de seriedad. Fuerte olor a pescado en salazón listo para el embarque. Carabineros. Guardias municipales. Gritos. Muchos gritos. Chiquillos con la máxima dosis de travesura en sus actos y la audacia de futuros jornaleros del mar. Un lavadero público en el que las mozas con sus cantos apagan el ruido de los gritos y en el que de vez en cuando salen a relucir rencillas que llegan a alterar el peinado de las que participan en la disputa».
Vida y ocaso de la Jarana
La Jarana nació cuando la pesca se hacía en txalupas a golpe de remo, siempre sometidas a las inclemencias del tiempo y a la aparición de galernas que con frecuencia teñían de negro a las familias del barrio. Era un mundo aparte que tenía su propia cultura con sus héroes, historias y leyendas, sus oficios y ocupaciones, sus horarios particulares de ocio y actividad que dependían del tiempo y de las épocas de pesca, y su idioma euskaldun plagado de jerga marinera y maldiciones castellanas. Incluso, desde 1896, tuvo su propia iglesia, la de San Pedro de los Mareantes, construida por la familia Loidi-Zulaica.
Bergantines y goletas atracaban en la dársena mercantil atendidos en el muelle de La Lasta por dos grandes grúas, y por boyeros que transportaban las mercancías. Poco a poco, la modernidad del vapor fue imponiéndose a los remos y las velas. A partir de 1879 aparecieron los 'mamelenas', barcos a vapor del armador Ignacio Mercader, a comienzos del siglo XX las barcas fueron incorporando calderas de vapor y más tarde motores de gasolina. En los años 30 del pasado siglo, Donostia llegó a ser el puerto pesquero más importante de Gipuzkoa. Los barcos se iban haciendo cada vez de mayor tamaño y aumentaba el volumen de las capturas.
El portaviones
En 1946 se realizaron nuevas obras en el Muelle, reformando los sotos de Kai-arriba, dragando las dársenas y, sobre todo, ampliando 30 metros, sobre pilotes, el muelle pesquero para construir una nueva lonja para la venta del pescado, preparar salazones y en su cubierta secar y reparar las redes. Esta estructura conocida como 'el portaaviones', aún se mantiene, aunque muy transformada.
El puerto deportivo
La pesca siempre fue un trabajo duro, peligroso, con horarios muy exigentes, y un oficio rentable. Mientras hubo pesca, la Jarana no perdió su espíritu, pero a mediados de los años 80 el cambio fue radical. La pesca artesanal tradicional fue barrida por la pesca industrial y dejó de ser competitiva. Mientras tanto, la demanda de amarres para embarcaciones de recreo fue en aumento. En 1975 cesó la actividad mercantil y su dársena fue ocupada por txalupas, motoras. En 2015, en la entonces infrautilizada dársena pesquera, se planificaron pantalanes para atraques en tránsito. Hoy en día, casi hemos olvidado a las vendedoras de karrakelas y kiskillas, los magníficos barcos pesqueros de casco de madera y el espectáculo de la descarga del pescado.
Ahora la mayor actividad en el antiguo muelle pesquero se debe al Aquarium, los restaurantes ('La Pantxika' fue el primero, abierto hacia 1945) y a las tres embarcaciones turísticas 'Aita Julián' de la familia Isturiz, y al catamarán 'Ciudad San Sebastián'. Como recuerdo quedan un par de barcos pesqueros, de apenas 12 metros de eslora, el 'Satan Bi', y el 'Isturiz'. La Jarana ya no es lo que fue, pero aún conserva su especial atractivo.
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