El nuevo arcángel de la Real se llama Asier Illarramendi
Illarramendi reaparece como titular 507 días después de su último partido y deja un catálogo de intenciones que siembra optimismo
A la Real se le apareció ayer su nuevo arcángel. Un mensajero celestial. Asier Illarramendi reapareció, con titularidad incluida, 507 días después de ... San Mamés. En un estadio cuyo nombre bíblico proviene del griego, volvió lo más clásico que tiene Zubieta. ¿Dónde si no? El antiguo prefijo griego 'arc-' significa 'que gobierna, que dirige, que comanda, que lidera'. Pues eso. Si se le suma 'ángelos', que significa 'mensajero', no hay duda. Es Asier Illarramendi. A partir de estas raíces, el significado dado en la tradición al arcángel ha sido el de 'ángel jefe' o 'ángel principal'. Según la sintaxis del idioma griego, indica supremacía, uno de los primeros en su clase o liderazgo ante determinado grupo. Es Asier.
No hubo más mensaje ayer en el Nuevo Arcángel: el capitán ya está aquí. La película, llena de secundarios, duró 45 minutos, pues fue sustituido en el descanso por Guridi. Su presencia, tan esperada, eclipsó al resto. Como en el gran cine clásico, la estrella principal, por sí misma, justifica la obra. ¿Que no emergió en su mejor versión, en ritmo y chispa? ¡Qué más dará! A las figuras les basta con figurar. Y, por fin, lo hizo.
Pero no se limitó a comparecer. Rescató detalles que el espectador ya había olvidado. Como el balón que consigue sacar jugado ante la presión de dos contrarios, arrinconado cerca del banderín de córner en el minuto 4. Como el sombrero que hace a su par en el centro del campo en el 18. Como el pase interior por el pasillo dejado por los centrales rivales segundos después. Como el balón bombeado que supera la línea defensiva para dejar a Roberto López dentro del área en el 28. Como cada pausa que dio al juego al recibir y levantar la cabeza eligiendo la mejor opción. Lo suyo fue una declaración de intenciones para los meses providenciales que esperan a esta Real. Mejor afrontarlos con el nuevo arcángel en el equipo que sin él.
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En el minuto 36 vio una amarilla por agarrar a Traoré cuando corría hacia atrás en una contra peligrosa del Córdoba. No se le ha esfumado el oficio al mutrikuarra, que sonrió tras ver la amonestación. Año y medio después volvía a dar una lección a sus compañeros. Para qué enfadarse. No es el estilo de los enviados celestiales.
Tal vez esa amarilla y la presumible merma de su capacidad física durante la segunda parte aconsejaron a Imanol dejarlo en el vestuario antes de la reanudación, pero lo cierto es que durante los últimos minutos del primer periodo completó acciones que requerían piernas. En el 41 barrió un balón para recuperar la posesión tras pérdida de Aihen por la banda izquierda, a quien escoltaba con todas las de la ley. Un minuto más tarde llegaba hasta el área pequeña, listo para rematar un contraataque conducido por Roberto López y que terminó con un centro de Merquelanz por la derecha. Hasta se atrevió con un disparo desde fuera del área y con su pierna menos buena –la zurda– en el 44, cuando lo más fácil habría sido seguir con la serie de pases cortos al borde del área. Tampoco dejó de ser el interlocutor de sus compañeros con el árbitro con el talante diplomático de buen capitán.
Lo suyo ayer fue la reencarnación de aquel jugador que lideró una generación, descendido al infierno de las lesiones y recaídas, y cuya recuperación ha sido un puro acto de fe por su parte y la de quienes le rodean. La Real ya tiene un nuevo destino de peregrinaje: Córdoba, estadio Nuevo Arcángel. Allí empezó ayer la nueva era de Asier Illarramendi.
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