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Real Sociedad - Mirandés de Copa: La larga marcha
A la Real se le vienen encima los 32 años de padecimientos en Copa y descubre que la final no estaba tan cerca
Pensaba que estaba a dos pasos y la Real Sociedad se dio cuenta de que Sevilla está a mil kilómetros. Treinta y dos años ... de penurias que se le vinieron encima en la noche de ayer. Parecía que esta Copa era única y en el último momento se descubre que es una etapa más de la larga marcha que el club blanquiazul emprendió en 1988. La final de Copa no era un duelo a dos partidos, sino el final de camino. Ahora lo sabe la Real. Justo a tiempo. Y eso le salvará dentro de tres semanas en Anduva.
La Real pensaba que flotaba y resulta que andaba por el mismo camino de siempre. Anoeta acusó el golpe. Se fue marchitando el ambiente, los gritos no animaban, desnudaban la angustia, la sorpresa y la incertidumbre. Nadie había ido al estadio preparado para ver lo que vio.
Mil kilómetros son tres millones de pasos y esta nueva Real se dio cuenta ayer. Un buen día para un correctivo, el único de toda la competición que deja margen de enmienda. Hasta ahora, a partido único, no había redención posible. Tampoco a partir de hoy.
Ayer, a los jugadores de la Real y a los jóvenes aficionados que han asaltado en nombre de la fiesta el nuevo Anoeta se les apareció todo el peso del escudo de la Real Sociedad. Se les vino encima una historia que desconocían. Nada saben de Soria, ni de Beasain, ni de Zamora. Ahora comprenden mejor toda la grandeza de la Real, hecha de hazañas y sufrimiento. Llevar esa camiseta no es cualquier cosa, y ya lo saben desde ayer, primer día de sufrimiento verdadero en el nuevo coliseo blanquiazul.
El escudo de la Real Sociedad pesa, para lo bueno y para lo malo, y pocas veces se explica de forma tan transparente como ayer. Sepultada bajo su historia negra, bajo nada menos que 32 años de calamidades coperas capaces de acabar con cualquiera, la Real se las arregló para ganar el partido. Podría considerarse una heroicidad. O un guiño del destino. Si jugando así gana, debe de ser por alguna razón misteriosa y la respuesta parece estar en Sevilla.
La Real era un equipo ligero, que volaba, y se vio comprometido en su sueño de la tercera Copa por un adversario correcto, que sabe jugar. Anoeta asistía pasmada al espectáculo. Cantaba pensando en otra cosa, y se notaba. Goazen txapeldun, gritaba. Así no vamos a ninguna parte, temía.
Sus figuras fueron las que más sintieron el peso de esos 32 años, de esa larga marcha, de los pasos hasta Sevilla, que parecían dos y han resultado ser tres millones. Isak, Odegaard y Oyarzabal saben ahora cómo de duro ha sido el camino hasta aquí. Pero son jóvenes y los jóvenes no se preocupan de esas tonterías. Como dijo Bertrand Russell, «la mejor parte de la historia humana no reside en el pasado, sino en el futuro». Y el futuro no es ayer. Es Sevilla.
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