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De pequeña fabriqué un caleidoscopio con una cartulina, cristal de espejo y confeti; también pinté montones de sal con tizas de colores para rellenar después ... un bote de cristal en el que se diferenciaban distintos estratos; con un cartón circular y lana amarilla hice un pollito al que tomé mucho cariño. Ninguna de esas cosas me salió bien porque yo siempre he sido torpe con los trabajos manuales; sin embargo, me entretenía y me sentía medianamente orgullosa al dar por concluidas las tareas.
En algún momento, dejé de disfrutar al hacer chapuzas porque la autoexigencia, que puede resultar paralizante, asoma pronto por el horizonte de la edad adulta. Creo que es importante no dejar nunca de celebrar la imperfección. Casi todo lo importante lo aprendemos de niños, y lo olvidamos después. ¿Cómo era lo de, simplemente, divertirse? Algo de aquello me recuerda el pollito, tan feo, que aún guardo en la casa de mi madre.
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