Juego de expectativas
Un futuro imaginado toma sentido cuando es un futuro construido permanentemente en el presente
Economista y doctor en Competitividad Empresarial y Territorial, Innovación y Sostenibilidad
Sábado, 7 de junio 2025, 23:59
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Economista y doctor en Competitividad Empresarial y Territorial, Innovación y Sostenibilidad
Sábado, 7 de junio 2025, 23:59
El futuro siempre es una construcción del presente. Todo lo que imaginamos, lo que aspiramos a vivir y disfrutar, o lo que tememos enfrentar, … todo ... ello, lo proyectamos y lo hacemos posible actuando en el presente. Paso a paso, presente a presente, construimos nuestro futuro. Por eso, imaginar el futuro es fundamental para dar sentido al presente. Porque un presente sin expectativas es una desgracia.
Pero el futuro sin actuar en el día a día, presente a presente, nunca dejaría de ser una pura ilusión que se desvanecerá con el paso del tiempo. Por eso un futuro imaginado toma sentido cuando es un futuro construido permanentemente en el presente. Decía el filósofo McLuhan que el futuro es cosa del pasado, yo diría que es, más bien, cosa del presente.
Y aquí es donde aparecen las expectativas. Porque el futuro imaginado es siempre una cuestión de expectativas. Para bien o para mal. Expectativas ilusionantes, que nos hacen vivir el momento con ilusión, o expectativas negativas, que nos generan incertidumbre y miedos. Pero todo ello, ilusión o miedos, se vive en el presente. Un presente que alimenta la construcción de relatos que recogen esas expectativas. Relatos que son el verdadero motor del progreso, basados en expectativas acerca del futuro.
Así que la gestión de las expectativas se convierte en un elemento capital para que las personas, a título individual y como colectivo, avancen construyendo su futuro. Y gestionar expectativas no es una cuestión fácil. Si son muy bajas no ilusionan y, al final, cundirá el desánimo. Si son muy altas no se alcanzan y decepcionan. En uno y otro caso está en juego la idea de bienestar. Porque el bienestar, el sentirnos bien en cualquier faceta de la vida, va a depender de la diferencia entre las expectativas generadas y la realidad vivida. Por eso es clave acertar con la gestión de las expectativas, porque está en juego la idea del bienestar percibido por cada uno. De ahí que ajustar expectativas está en la base del debate sobre el modelo de bienestar que esperamos alcanzar.
Vivimos momentos en los que necesitamos de nuevos relatos que ajusten las expectativas con las que nos enfrentamos al futuro. Tenemos que ser muy cuidadosos para que sean lo suficientemente ilusionantes, al mismo tiempo que sean alcanzables y realistas. Y aquí es donde surge un gran conflicto entre el corto plazo y el largo plazo.
En un mundo impregnado de una urgencia vital que parece acompañarlo todo, y en donde la inmediatez se impone en cualquier discusión o debate, las expectativas que se generan no son capaces de ir más allá de lo inmediato. Expectativas para salir del paso día a día, que nos llevan a un proceso de construcción del futuro que no es tal, que siempre es presente, que no es capaz de incorporar la más mínima renuncia en el cortísimo plazo para poder alcanzar un futuro mejor. En esta dinámica en la que estamos envueltos, más allá de pensar a quien echar las culpas, nos encontramos con una sociedad que solo ve lo inmediato, que vive en un juego de expectativas falsas porque no está dispuesta a entrar en serio a debatir sobre el futuro, porque ese futuro exige al presente algunas renuncias.
Así vivimos día a día una realidad que no cumple nuestras expectativas, pero que tampoco nos lleva a replantarnos por qué ocurre esto. Y enseguida nos envolvemos en nuevas expectativas que no son sino patadas hacia delante para no pensar en lo fundamental. Y aparecen lideres que son verdaderos expertos en gestionar expectativas cada día, cada momento, para ir saliendo del paso, sin afrontar el futuro. Verdaderos trileros de expectativas, personajes que juegan a esconder la verdad, los hechos que les incomodan. Porque el buen trilero mueve tan rápido los tres cubiletes que es imposible saber dónde está la bola.
Lamentablemente, asistimos a liderazgos en donde se impone esta forma de gestionar las expectativas. Y así nos va. En todo caso, resulta curioso observar que la sociedad parece haber entrado en el juego sin problemas. La inmediatez se impone, la historia de las expectativas generadas en el pasado y no cumplidas no parece afectar a la credibilidad de los liderazgos; y lo de cumplir la palabra dada, o sea cumplir las expectativas generadas, no parece tener mucha importancia. Como no se mira más allá de lo inmediato, no hay contraste válido. Y además siempre hay un discurso para no mirar atrás, porque eso de la coherencia no importa demasiado.
Se trabaja día a día, generando nuevas expectativas que tapan a las incumplidas en una suerte de juego permanente en los que los trileros se mueven como pez en el agua, manejando los cubiletes para llevarnos a donde quieren. Dice Joan Norberg que «a veces parece que estamos dispuestos a tirar los dados y probar suerte con cualquier demagogo que nos ofrezca soluciones rápidas y simples para recuperar el esplendor perdido». Y así nos va…
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