Albert Rivera no parece que sea ahora el mismo político que estrechó la mano de Pedro Sánchez aquel 24 de febrero de 2016. Ambos firmaron ... en la sala Constitucional del Congreso el llamado pacto de 'El abrazo'. Una de las obras más icónicas de la Transición, de Juan Genovés, fue testigo en la sala Constitucional del Congreso de un acuerdo que de nada sirvió porque la suma de PSOE y Cs no fue suficiente para superar el desbloqueo que España vivía en eses momentos. Rajoy, en un hecho inédito, rechazaba la invitación del rey Felipe VI para afrontar la investidura. Al líder del PP, que había ganado las elecciones, tampoco le daban los números, pero prefirió que otros sufrieran en sus propias carnes el bloqueo manifiesto y se repitieran las elecciones. El líder de la formación naranja, adalid entonces de la nueva política emergente, se aprestó para ese imposible y, de paso, aprovechó la ocasión para presentar una tarjeta de visita de bisagra entre la derecha y la izquierda, que en la actualidad ha abandonado por su escoramiento apasionado hacia el lado conservador. Ahora Rivera, que podría ejercer de comodín y facilitador de gobiernos entre los dos grandes bloques ideológicos, niega el pan y la sal a quien antes prestigiaba. El líder de la formación naranja, que no logró dar el 'sorpasso' al PP en la últimas elecciones generales, prefiere mantener una férrea presión a Sánchez -ya incluso da plantón al presidente en funciones- desde la orilla conservadora, aunque, eso sí, evite visualizar su relación con la ultraderecha de Vox. No le perdona al líder socialista haber ganado la moción a Rajoy con ayuda de los independentistas. Sin embargo, Rivera, que ha visto bajarse del barco a importantes compañeros de partido en los últimos días, puede perder ese espacio central tan valioso por el que podía decidir un partido desde el punto de penalti. Una repetición de elecciones sería letal para Rivera. Una abstención responsable podría devolverle al punto de partida.
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