En los 94...
La meta de los 94, en estos primeros metros, parece como que estuviera algo lejana, pero todo se andará, dice el animoso. Como nunca he ... sabido celebrar nada, ahora, al llegar al día ciertamente conmemorable me parece que cierra la valla de mis 93 años pasados en este lacrimoso valle, he aquí que las dificultades de siempre, una vez más, se me hacen presentes bajo la égida tan conocida, aunque tan sorprendente también para mí modo de visión, de cómo trastear este morlaco de hoy mismo según las varias costumbres ya tan conocidas hasta para los mínimos habitantes de cada lugar. Es decir, de cómo y de qué manera alentar el apetito en quien nunca ha sabido tenerlo frente a las mayores sabrosuras culinarias; de, qué beber para quien la única bebida ha sido y sigue siendo el agua; qué ruido musical más grato que el del más absoluto silencio, y etcétera y etcétera y etcétera en los puntos más cardinales de los hedonistas y los sibaritas. Claro que existen más y mejores salidas para gestionar otras preeminencias de envidiable disfrute, pero son precisamente ésas que me las callo porque me temo que pudieran ser mal interpretadas nada más al correr de estas mis teclas que ahora pulso.
Dicho lo cual, me atrevo a decir, que sí, que este breve exordio en que me he envuelto corresponde a que en la mañana del día en que esto escribo (1-08-2021), en domingo para más señas, me dice el calendario, que es hoy, justamente, el día en que me toca cumplir mis noventa y tres años en este desgraciado mundo al que me nacieron, no sé bien a qué determinada hora porque nunca se me ocurrió preguntar por ese detalle a mi señora madre, es decir, cuándo se produjo el feliz momento (para ella), de dejarla en paz, libre de mis estorbos biológicos; o, cuando el tan infeliz para mí de iniciarme y seguir en la escalada de tantos inútiles pasos que he ido andando y zapateando hasta ahora y, he aquí la contradicción vital y viaria de que, sigo viviendo y pernoctando según aquella fabrilla de la que nos dejó dicho el Arcipreste de que, 'por lo pasado no estés mano en mejilla' (que siempre viene bien una apoyatura como la de esta cita para darle al escrito un aire como claustral de biblioteca de clásicos escogidos).
Una edad, ésta de ahora pues, que me parece la suficiente como para verla un tanto cenizosa y sin las suficientes luces como para auscultarla y así molestarla sobre qué hacer con ella, y como zumbándome, ahí por las sienes, una especie de salmo gutural que parece sugerirme que lo deje todo tal como está pues que ya vendrá otro momento en el que se me dirá (espontáneamente se supone que personalmente sería incapaz), qué mejor o peor pudiera hacer o, mejor aún, de que modo esos cambios pudieran afectar a mi actual forma de vida en declive que se ha hecho tan evidente: un rastreo de los pies buscando no se sabe que contrafuertes para que el balanceo y el desequilibrio senil discurran, en lo posible, sin recursos adventicios excesivamente extras como pudieran ser bastones, taca-tacas, etc; admitiendo, eso sí, pues que nada pudiera hacerse para que así no fuese, que la sordera vaya ocupando zonas cada vez más amplias para que nos sea muy natural el no poder oír lo que nos dicen, que tampoco me importa tanto o nada; de igual manera acostumbrarnos a que las cataratas oftalmológicas más o menos rápidas o pausadas nos obliguen a no olvidarnos de las gafas y tenerlas siempre muy a mano, y pocas, muy pocas cosas más.
Queda acaso como solución aleatoria o más procaz, quedarse a ver con qué pautas vamos contando nuestros tiempos. Aquellos por ejemplo de la niñez que se sentían como con velocidades de traca o fuego artificial que se desleía en sus propias prisas; que viniera luego el de la pubescencia o mocedad que enfermaba de nervios a los que ansiaban la libertad quinceañera; por décadas acaso más allá de los veinte y por veintenas como el numeral vasco acostumbra, que, en llegando a las anodinas cuevas por donde la senilidad se nos anuncia o se nos denuncia, puede el conteo bajar a lustros y a ser anuales, que para cuando nos alientan más los vientos que los tientos, usa la vejez sus propias medidas tan personales que tengan que ver con riegos corporales más hondos y atentos a hervores de su dinámica más específica y su estado de uso, que es cuando la razón vital se instala, digamos que en el nido del cuco, una adivinanza cada mañana del estado de salud en sus distintos compartimentos.
Y 'Deo gratias', sea dicho aquí en pertinente latinajo como al evento y al envite corresponde y hasta cuándo, que acaso sea esta última incógnita la más acuciante puya para seguir viviendo.
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