De Buzzati a Wilde
Es como si fuera algo parecido a refocilo del mal seguir hablando de estos tiempos de esta pandemia –que hay algunos que dicen que ya ... es concluso pero muchos que no se lo creen– pero que nos es, como poco, un tiempo bien aburrido de ese masajeador de masas en que nos convertimos hablando de ello día va y día viene, lo que no deja de ser, en varios momentos, una especie de infierno, lo que me lleva a acordarme, una vez más, de aquel momento en el que Dino Buzzati, de manera parecida a lo que le ocurrió a su paisano Alighieri, se encontró ante esos umbrales del infierno en uno de los anexos del Metro de Milán y, una vez de haber dado con su puerta introductoria tras sortear una serie de diablesas al paso, entró y vió que, desde la gran vidriera de la sala se dominaba el panorama de la monstruosa ciudad. La cual era el Infierno. ¿Birmingham? ¿Detroit? ¿Sidney? ¿Osaka? ¿Krasnoiarsk? ¿Samarkanda? ¿Milán? «Veía las hormigas, los microbios, los hombres agitarse uno por uno en la infatigable carrera: ¿para qué? ¿para qué? Corrían, golpeaban, escribían, telefoneaban, discutían, cortaban comían, abrían, miraban, besaban, empujaban, pensaban, apretaban, inventaban, hollaban, limpiaban ensuciaban, veía los pliegues de las mangas los puntos de las medias las curvas de los hombros las arrugas en torno a los ojos. Veía los ojos con aquella luz dentro, hecha de necesidad, deseo, sufrimiento, ansia, avidez, lucro y miedo», que es que, como así ha ocurrido y aún más si a todo ello añadimos la tan indespegable pandemia, he ahí que hemos dado con el infierno del vivir en su auténtica realidad y en ese confinamiento que mal que bien vamos soportando. Infiernos, muchos y muy variados. Imprevisibles e inescrutables. Cercanos y lejanos. Sórdidos y encenagados... Sin esfuerzo alguno, desde la prensa diaria es posible contemplar algunos horripilantes a nuestros pies, tal como corresponde, ya que etimológicamente infierno significa lo inferior, lo de abajo, razias fundamentalistas y víctimas degolladas, guerras genocidas y abusos intolerables, asesinatos de todo tipo, violaciones humillantes... toda una amplia manifestación de la perversa conciencia humana.
Pero no es de estos avernos de lo que quisiera hablar. Ni tampoco de esa creación siniestra de los infiernos religiosos que pueden hacer desteñir la imagen del Dios bondadoso aunque haya ahora menos savonarolas ardidos que en otro tiempo que truenen desde los púlpitos sus amenazas, entre otras cosas porque esos púlpitos se han convertido en meros adornos de templos, iglesias y catedrales y tengo la duda de si no lo dejé escrito antes y es caparazón que me es indehiscible hacia los infiernos que ahora pretendo atalayar se percibe la sombra de la barca de Caronte que va navegando sobre aguas estigias; estamos en el reino de la mitología y en esos apartados que son los lugares de atrocidades que la imaginación humana ha sido capaz de crear; que hay, sin duda, una apasionante historia de los infiernos que han sido concebidos por personajes como Homero, Virgilio, Dante, Pascal, Bossuet, Sade, Blake, Novalis, Goethe, Maturin, Flaubert, Barbey D'Aurevilly, Rimbaud, Huysmans, Mirbeau, Dostoievski, Strindberg, Barbusse, Bernanos, Sartre, Thomas Mann, Chalamov, Genet, Julien Green, etc, nombres todos ellos, como se ve, de primera línea en la historia de la literatura universal. Que hay que convenir en que, religiones y tendencias filosóficas varias han inventado sus infiernos particulares y, en razón a estas invenciones, saber de infiernos ya forma parte del índice cultural de cada uno, cada época creando los suyos propios así como cada místico o vidente, y de esta variabilidad han nacido las antinomias, los contrapuntos, los enfrentamientos entre una y otra manera de ver ese fenómeno infernal: Bossuet y Pascal, por ejemplo, coincidiendo en en ver que el infierno está en nosotros mismos; sin embargo, mientras el Dios del primero condena, el del segundo, es todo compasión; Sade rehabilita un infierno un tanto desvanecido por los idearios del Siglo de las Luces y lo sitúa en una mescolanza entre víctimas y verdugos con tan particularmente significativos infiernos como los demonios de William Blake, Goethe, Thomas Mann o los errantes diablos bajo un cielo vacío de Henry Barbusse con las sutilezas voyeurísticas existenciales de su protagonista; los de Bernanos, Sartre, así como en las sutilezas ontológicas de Julien Green; es decir infiernos literarios imposibles de recorrer en su totalidad, con nombres que saltan y asaltan a manera de pulsaciones de teclas de piano como ocurre con los de Baudelaire, Kafka y sus avernos del absurdo; con los de Stevenson, Balzac y Max Beerbohm y sus famosos pactos diabólicos; los de Beckett y sus diablos personales; Cernuda y su demonio hastiado; los de Melville, Borges, Klossowsky, Hawthorne... sin olvidarnos, como nota humorística, tan gastronómica como malabarísta, de Oscar Wilde, quien concibió el infierno como 'un lugar donde el cocinero es inglés...'
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