Voces
Escondida en un videojuego, hay una cafetería virtual donde Alexa, Siri y otras asistentes virtuales quedan tras el trabajo. Allí, las inteligencias artificiales reponen fuerzas ... y se cuentan las anécdotas divertidas que les suceden mientras intentan entenderse con sus torpes usuarios humanos. Seguro que la voz del 1004 ya les ha contado lo nuestro. Desde hace una semana, cada día le deletreo mi DNI, pulso las teclas que me indica, acato sus órdenes y, pese a mi desesperación, ella consigue mantener esa serenidad mecánica, metálica, del primer día.
Puestos a diseñar un mundo artificial me gustaría uno en que Siri de Apple y Bixby de Samsung se llevaran bien pese a la rivalidad de sus jefes. Que Cortana de Microsoft llegara a algo con el GPS, pese a su tono de suficiencia. Que Alexa reivindicara la igualdad salarial frente a Ziggy, la voz masculina que Amazon acaba de añadir a su oferta. Pero, a pesar de que cada vez se expresan con un tono más cálido y natural, son máquinas. Voces sintéticas que no firman convenios, no tienen hijos ni piden bajas.
Tras mucho rogar, la asistente virtual del 1004 me pasó con una voz humana. Tras solucionar mis demandas con amabilidad y diligencia, Luisa me avisó de que recibiría una llamada para verificar la calidad de su servicio y me sugirió que la valorara positivamente. Dos días después, recibí la llamada del 1004. Y aunque parezca increíble, triste, premonitorio, la encuesta de evaluación de Luisa me la hizo una máquina.
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