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«'¡Aquí vienen las telefonistas!', nos gritaban cuando salíamos al café»

Kontxi Martija trabajó para Telefónica en la central de Azpeitia

Estrella Vallejo

San Sebastián

Lunes, 8 de marzo 2021, 06:41

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A Kontxi Martija (Zestoa, 1947) le es imposible no acordarse de sus 30 años de telefonista cada vez que habla con familiares que tiene en Argentina por videconferencia. Inevitable no pensar en cuánto han cambiado las comunicaciones en esas tres décadas. «Cuando trabajaba en Telefónica, recuerdo mucha una anécdota de unos que querían hablar con su familia de Extremadura. El del locutorio nos llamaba a nosotras, y nosotras pedíamos conexión múltiple con Madrid, luego Badajoz y luego Quintana de la Serena. Hasta cuatro horas estuvieron esperando para hablar de la matanza del cerdo, y cuando lo consiguieron se les entrecortaba la llamada. Daba mucha rabia querer atender bien y no poder», reconoce.

Esta mujer empezó a trabajar en la central de Azpeitia con 22 años. «Fue una pasada», exclama. Al entrar en las instalaciones «me quede asustada, pero en el buen sentido, porque había muchísimas mujeres. Éramos 105 y de todas partes, Burgos, Galicia, Cádiz...».

Apenas habían empezado los años 70 y cuenta que aquella central azpeitiarra era «la más importante de Gipuzkoa. Todas las llamadas de CAF y de las empresas importantes pasaban por nosotras y poníamos pinzas de ropa en los cables para no confundirnos».

Admite que entre una cosa y otra, terminaban enterándose de todo. «Había parejas del pueblo que no querían que escucháramos lo que se decían y se iban a Tolosa a pedir la conferencia. Lo que no sabían era que les atendíamos nosotras igualmente. Muchos días me daban ganas de decirles que no hacía falta que se fueran tan lejos», comenta riéndose.

Los turnos eran de siete horas, y recuerda que cuando salían a hacer el descanso, «a txandas, porque no podíamos parar todas la vez», la gente, y sobre todo los hombres, «¡cómo nos miraban! 'Aquí vienen las telefonistas', nos decían. Yo creo que la gente sí nos tenía en consideración y también un poco de envidia sana por tener este trabajo tan bonito», señala Kontxi, aún «muy agradecida por los buenos años que pasé».

El trabajo le resultaba satisfactorio, pero también duro, porque requería de mucha dedicación. «Nos controlaban mucho, si atendíamos bien, si éramos respetuosas...». Ahora, a sus 73 años, echa la vista atrás y dice sin dudar que para ella el cambio más brusco fue «cuando se normalizó el hacer las llamadas sin pasar por nosotras. Aquello me pareció la bomba».

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