«Es una lotería nacer a un lado o al otro de la raya»
Jaouad Modahara e Iñigo Gutiérrez, dos miradas al desafío de la inmigración. El marroquí se marchó de casa con 16 años y ha tenido que dormir en la calle; el donostiarra es parte del 'Aita Mari', que rescató a 78 personas en el Mediterráneo
El 2 de septiembre de 2015 una foto consternó Europa. El cadáver de Aylan, un niño sirio de tres años que llegó a la ... orilla de Bodrum, en la costa suroeste de Turquía, removió la conciencia de miles de personas del mundo occidental. Entre ellas la de Iñigo Gutiérrez, un publicista donostiarra que hasta entonces pensaba que «había que hacer algo para ayudar, pero al mismo tiempo te decías que ya lo harían otros». Ahora es vicepresidente de Salvamento Marítimo Humanitario, la ONG que fletó el 'Aita Mari', el barco que hace un mes rescató a 78 personas en el Mediterráneo. Por esa época Jaouad Modahara tenía 15 años y vivía en Nador, una ciudad costera de Marruecos, cerca de Melilla. Entonces ya barruntaba que tenía que hacer algo para salir de un país «donde una persona normal tarda día y medio en ser atendida en el servicio de urgencias de un hospital». Unos meses después tomó la decisión definitiva de marcharse en busca de un futuro prometedor en Donostia, que hoy no lo es tanto, pero que no le lleva a «arrepentirse» a pesar de todos los problemas que se ha encontrado en los tres años que han pasado. Los dos se reúnen para hablar de sus experiencias desde perspectivas diferentes, como si fueran dos orillas no tan opuestas del mismo mar.
Escuchar a Jaouad Modahara encoge el corazón. Cuando uno piensa en cómo era su vida con 16 años, vienen a la memoria las fiestas, la cuadrilla e intentar que en casa te dejaran llegar cada vez más tarde. En el caso de este chaval marroquí, a esa edad sus perspectivas eran bien diferentes. Quería viajar, sí, pero para «cambiar mi vida porque en mi país no había nada, ni trabajo ni educación». Sus padres entendieron su situación y le animaron a marcharse en busca de un futuro más prometedor de lo que realmente ha sido.
Primero Melilla
El primer destino de ese periplo fue Melilla. Intentó en varias ocasiones atravesar la frontera. Estuvo dos días observando la mecánica y aprovechó un pequeño barullo que se formó en el paso donde se piden los pasaportes para echar a correr y llegar a la zona española. Después pasaron dos años hasta que pudo regularizar su situación. Entre tanto limpiaba coches, ayudaba a cargar la compra a la salida de los comercios y dormía en centros de menores, en la calle o en el puerto, alimentándose de lo que le llevaban los trabajadores sociales. Luego encontró un barco que le llevó hasta Málaga. El primer día durmió en la calle y después fue a una mezquita a pedir ayuda. En su mente tenía un lugar al que dirigirse, Donostia. Aquí tenía un primo que le había hablado de las bondades de la ciudad. «Es que muchos vienen por el efecto llamada y luego se dan cuenta de que no todo es como se lo pintaban» , comenta Gutiérrez.
Eso es lo que le pasó a Jaouad. «Mi primo me dijo que aquí había mucha gente que me podía ayudar, pero no me contó lo difícil que resultaba hacerte aquí una vida. Yo lo estoy intentando». Cuando vio el panorama le dijo a su primo: «Me mentiste, no es verdad lo que me explicaste». A pesar de ello «repetiría, en Marruecos no tenía futuro. Aquí estoy contento». Este joven marroquí es uno de los miles y miles que abandonan su país. «Casi todos los chavales de mi barrio están en centros de menores de Melilla», retrata.
Tras su llegada a la capital donostiarra tardó seis meses en poder empadronarse para así recibir alguna ayuda, como la del Ayuntamiento que le sirve para alquilar una habitación y comer. «Cáritas me ayudó, también Cruz Roja. Todos los días iba a desayunar a un sitio que se llama Colores». Ese era el lado más suave de una historia en «la que he pasado mucho, cuando me marché era un niño y he estado muy solo», comenta emocionado, con las lágrimas a punto de brotarle y la voz quebrada. La otra cara de la moneda han sido, después de los tres primeros días en un albergue, muchas noches durmiendo en la calle, buscando cobijo en la estación de autobuses «donde la Guardia Municipal nos echaba a las tres de la mañana, aunque lloviera». Encontró un coche abandonado en el barrio de Loiola que se convirtió en su dormitorio. Así durante seis meses.
Teatro y dibujo
Ahora, empadronado en un piso compartido, estudia Mecánica a través de Lanbide y por las tardes va a Tabakalera, donde participa en varios talleres de teatro, dibujo e idiomas, además de pasar horas en la biblioteca Ubik leyendo libros y viendo películas para aprender mejor español. «También, a través del ordenador, por Skype, hablo con mis padres», unos progenitores que han visto cómo su segundo hijo, Samir, emprendía el mismo viaje físico y personal que su hermano mayor. Tiene 17 años y se encuentra en un centro de menores de Melilla «donde la convivencia es muy difícil porque está abarrotado».
No son los únicos miembros de su familia que se han marchado de Marruecos. Además del primo que le animó a venir a Donostia, tiene otro que optó por huir de «un destino de miseria» en una patera hacia Canarias. «Primero llegó a El Aaiún, en el Sáhara, y luego pagó por subirse a la pequeña embarcación en la que emprendió el viaje junto a otras 71 personas. Estuvo dos días en el mar. Cuando partieron -por la antigua ruta de los cayucos-, el agua estaba muy calmada, pero luego se puso brava y el final fue terrible». Solo 5 de los 72 pasajeros lograron sobrevivir y alcanzar las costas canarias.
Iñigo Gutiérrez escucha emocionado el relato de Jaouad, a pesar de conocer de cerca la realidad de muchos emigrantes. El día que vio la foto del pequeño Alyan decidió dar un paso adelante y buscó dónde podía ayudar. «A muchos nos debió pasar lo mismo porque hubo una avalancha de voluntarios y las ONG donde consulté estaban a tope». A través de un amigo contactó con Salvamento Marítimo Humanitario y se presentó voluntario. En las navidades de 2015 fue a Chíos, en Grecia, por primera vez y «volví enganchado». En principio, Salvamento Marítimo Humanitario se fundó para una expedición de tres meses y «ya llevamos cuatro años, tenemos un equipo médico permanente en Chíos y el 'Aita Mari'». Reconoce que alternar su vida laboral con su labor como vicepresidente de la ONG no es sencillo y todavía más complicado resulta gestionar la vida personal porque «tienes una postura un poco egoísta, destinas mucho tiempo a otros que no son tu familia. Cuesta tener pareja. Es cuestión de prioridades y en estos cuatro años he priorizado el voluntariado. Igual en el futuro me lo tengo que replantear», sopesa.
El pasado 18 de diciembre se cumplieron cuatro años de la primera vez que viajó a esa zona de Grecia donde casi literalmente se amontonan los inmigrantes que han huido de Siria y Libia, principalmente, con el propósito de encontrar una nueva vida en Europa. «Aquí estábamos pensando en celebrar Santo Tomás cuando allí llegaban miles de personas casi a diario, era gente asustada, con el sufrimiento en la mirada». Desde entonces, todo lo relacionado con estas fechas navideñas le da bastante repelús. «Te das cuenta de que el mundo está loco. Es una lotería nacer a un lado u otro de una raya. En estos momentos tener un pasaporte europeo es como en la Edad Media tener un título nobiliario. Si yo quiero ir a Marruecos lo puedo hacer tranquilamente, en cambio a ellos se les impide la entrada en nuestros países y muchos, por intentarlo, mueren. El mar tiene que ser vida, no muerte».
La frustración
Con Jaouad tiene un punto en común, los dos han tenido que aprender a gestionar las frustraciones. Si el marroquí se enfrenta con un muro de incomprensión -«muchos piensan que venimos a robar y a aprovecharnos de la gente»-, el vicepresidente de SMH choca contra «una gran montaña que no se mueve, aunque el esfuerzo compensa».
Dentro de ese balance tan positivo que realiza, se queda con momentos que nunca olvidará como cuando rescataron a los 78 inmigrantes y veía en sus caras que «sabían que si no les hubiéramos encontrado no estarían vivos».
En el lado negativo se encuentran situaciones que le han marcado para siempre, «que nunca podré olvidar porque son una pesadilla». Cuando partieron para Lesbos llevando la ayuda humanitaria, Gutiérrez e Iñigo Mijangos, el presidente de SMH, se acercaron a Chíos donde un equipo médico de la ONG trabaja a destajo. «Fue uno de los peores momentos de mi vida. Hace dos años las cosas estaban muy mal y pensaba que era un vergüenza, pero es que ahora es un verdadero vertedero humano, salimos sin palabras». Asegura que las condiciones de vida ahí son terribles, «incluso con riesgo de muerte». Las instalaciones están pensadas para 1.000 personas y actualmente viven 6.000. Campo de concentración o estercolero son algunas de las palabras con las que compara lo visto. Escasean los alimentos y el agua potable, además de la asistencia sanitaria. «Viven hacinados en tiendas de campaña, algunas hechas con juncos y plásticos, o duermen al raso, por no hablar de la situación sanitaria».
Sobre su experiencia a bordo del 'Aita Mari', Iñigo Gutiérrez comenta que «el barco se ha portado como un campeón, incluso durante los temporales». Asegura que eso se debe, en gran parte, a lo bien que se ha acondicionado. «Cuando los italianos realizaron la inspección del barco se quedaron impresionados, cumplíamos con creces todos los requisitos», explica orgulloso por el trabajo realizado.
Consciente de que SMH ha recibido críticas «incluso de personas cercanas a otras ONG», responde que «la gente no se da cuenta de lo que es pelear contra varios Estados y contra Europa. Nosotros hemos hecho las cosas despacio para que no nos echaran nada atrás y hemos optado por tener un perfil bajo. Hay cuestiones muy farragosas que cuesta sacar adelante». Y pone por ejemplo «la excusa de llevar ayuda humanitaria para después poder acercarnos a la zona SAR en aguas internacionales para poder hacer el rescate de las personas. Claro que hubiera sido más barato llevar las cosas en camiones, pero entonces el 'Aita Mari' no hubiera estado para rescatar a esas 78 personas que hubieran muerto».
«Algunos nos han machacado -continúa su relato-, nos han dicho que éramos una estafa, pero no saben que luchar por los derechos de las personas es muy complicado». Para explicarlo pone otro ejemplo: «En Chíos se han ido casi todas las ONG por todas las trabas burocráticas que encuentran y nosotros seguimos allí». Ahora, además de su trabajo como publicista, imparte charlas sobre su experiencia a la espera de que pasen las navidades para preparar la próxima expedición.
«En mi cabeza tengo un plano con mi futuro»
Jaouad Modahara quiere quedarse en Donostia porque «es una ciudad bastante agradable». «Tengo en mi cabeza un plano de mi futuro», que, cuando lo cuenta, en muchos aspectos se asemeja al de la mayoría de los jóvenes. Sus prioridades son encontrar trabajo y tener una familia. Pero el planteamiento difiere de los chavales de su edad cuando habla de «ganar lo suficiente para poder enviar dinero a mi familia. Lo necesitan».
También, como muchos guipuzcoanos, «salgo con amigos, principalmente de la escuela donde estudio Mecánica» y también forma parte de un equipo de fútbol con el que juega los fines de semana. «Estoy contento en San Sebastián, es una ciudad bastante tranquila, aunque también es cierto que es bastante cara, y pienso que mi vida está aquí, pero para eso tengo que renovar el permiso de residencia».
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