«Seis meses después, queremos despedir a mi madre como se merece»
Serafín Sáez Sandonis pone rostro al dolor de las 322 familias que han perdido a un ser querido en Gipuzkoa, que registró la primera muerte por Covid el 9 de marzo
Casi medio año después, frente a la residencia de mayores San José de Ordizia, Serafín Sáez Sandonís muestra emocionado el retrato de su ... madre fallecida por coronavirus y pone rostro más allá de las cifras al dolor de las 322 familias en Gipuzkoa que han perdido a un ser querido por el «maldito bicho» en este largo y extraño tiempo de pandemia. Maritxu, como le llamaban a esta mujer de 92 años nacida en Siete Iglesias de Trabancos, un pueblo de Valladolid desde donde emigraron para instalarse en Lazkao, murió el 13 de abril en la residencia donde llevaba años ingresada aquejada de un Parkinson, pero «con muchas ganas de vivir. Le encantaba bailar. Iba en silla de ruedas, le hacíamos andar lo que las piernas le dejaban», evoca Serafín, uno de sus seis hijos. La recuerda sentada a la mesa junto a otras amigas que terminó por hacer en el centro con las que compartía «risas, o estaban haciendo ganchillo o cantando con un familiar». De muchas de ellas, en cambio, ahora conserva la esquela. «Murieron muchos mayores del centro. Era un goteo incesante. Una enfermera nos contaba lo duro que estaba siendo ver que todos los días se les iba uno. No esperábamos ese desenlace. No sabíamos cuánto les podía quedar de vida, pero desde luego que no estaban como para morirse. El bicho las cogió».
La trágica lista de muertes que deja la pandemia en el territorio se empezó a escribir hace hoy seis meses, un 9 de marzo, con el fallecimiento en Donostia de una mujer de 69 años, enferma de cáncer. En el primer embate de la pandemia, las residencias de mayores de Gipuzkoa sufrieron el mayor golpe, con 168 ancianos muertos por coronavirus. En la segunda ola, con una letalidad más baja y una capacidad de respuesta más organizada y dotada de medios en los centros, se han registrado cuatro fallecimientos por Covid en dos residencias -tres en Hermano Garate-San Ignacio en Donostia y uno en la residencia hernaniarra Santa María Magdalena-.
La familia Sáez Sandonis «sobrelleva» el duelo, pero aún quiere completar la despedida «que se merece» Maritxu con un funeral tras el cual quieren que las cenizas de su madre reposen junto a las de su padre, Narciso, fallecido hace dos años. «Queremos que tenga un final como se merece», expresa su deseo. Es pronto para que las heridas cicatricen. Serafín admite que ha sido una muerte «con un dolor diferente». Superar el fallecimiento de un ser querido no resulta nunca fácil, pero los decesos durante la pandemia, como todo lo que toca el coronavirus, se han hecho más lacerantes. Sin despedida, ni abrazos, ni funerales hasta que se levantó el confinamiento. «Nosotros recogimos la urna de la funeraria una mañana cuando nos llamaron y ya está».
En cifras
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172 La mitad de los fallecidos estaban en geriátricos. La pandemia golpeó duro en las residencias de mayores de Gipuzkoa en primavera, con 563 personas contagiadas de las cuales 168 fallecieron. En esta segunda ola, son cuatro los ancianos que han perdido la vida por coronavirus, después de que ayer se sumara un nuevo deceso. En total, desde el inicio de la pandemia, son 172 fallecimientos, que representan el 53% de las 322 muertes en total que ha causado hasta la fecha el coronavirus en Gipuzkoa. Osakidetza actualizará hoy los datos de la última semana.
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4,3% Más contagios, pero menor letalidad del virus en la segunda ola. El virus ha cambiado su comportamiento en esta semana ola de la pandemia. Aunque el número de contagios ha sido elevado, e incluso se ha superado el récord diario de positivos con 866 casos en Euskadi el 29 de agosto, la tasa de letalidad se ha reducido, como confirmó el informe publicado el pasado fin de semana por el Departamento de Salud. Así, actualmente, la media se sitúa en el 4,3%, mientras que a comienzos el porcentaje rondaba el 7%. La tasa de muertes por contagios entre los mayores de 90 años alcanza el 28,2%.
En una semana
No le cuesta recordar las fechas. El repaso demuestra el deterioro fulminante que causó el coronavirus en muchos ancianos contagiados. A Maritxu le atacó un 7 de abril. «Nos llamaron para decirnos que había dado positivo, pero que era asintomática, que le iban a aislar y poner medicación». Para entonces, las residencias ya llevaban cerradas al exterior más de tres semanas. «Hablábamos con ella por teléfono, nos parecía más sencillo y cómodo para ella que una videoconferencia. Estaba bien».
El diagnóstico fue irreversible. «Enseguida recibimos otra llamada porque tenía alguna décima. A los dos días, la enfermera nos avisó de que tenía más fiebre. Un jueves por la noche, ya se había puesto peor y nos dejaron que un familiar pudiera estar con ella un cuarto de hora». La persona que acudió fue uno de los hermanos de Serafín. «Ya no respondía a nada. Estaba ya sedada». El 13 de abril falleció. «La enfermera me contó que a todos les dieron la mano, que les hablaron hasta el final. Dicen que el último sentido que se pierde es el oído. Me aferro a esas palabras. No pongo en duda la buena voluntad de las trabajadoras. Se han dejado la piel».
Por eso observa con «preocupación» la irrupción de la segunda ola de la pandemia, que no esperó al invierno para despertar y ha vuelto a obligar a imponer restricciones, incluido en los centros de mayores. «Me preocupa mucho la gente que queda en las residencias, donde siguen las restricciones a las visitas. Es como meterles en una cárcel. No entienden por qué nadie les va a ver y eso les causa un gran daño emocional. Al final, si no se mueren de coronavirus se van a morir de pena», lamenta Serafín, que forma parte de la asociación Gipuzkoako Senideak. Aprovecha para pedir a las instituciones «que miren con otros ojos» la realidad de estos centros, y que ahora que se ha avanzado en las medidas de protección, «pongan algo más para que esa estancia sea más llevadera y no cerrar el centro porque sí». Las visitas siguen restringidas a una persona por usuario, una vez a la semana. Él, que acudía mañana y tarde cada día a ver a su madre, junto a sus hermanos, sabe el vacío que deja la falta de contacto físico. «Prefiero quedarme con los mejores recuerdos de mis padres», termina en homenaje a ellos.
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