El corazón de El Cairo despierta con la llamada a la oración que brota desde el minarete de la mezquita Al Husein. En el bazar de Jan el-Jalili, el viejo Abbas pasa de la sorpresa al enfado a medida que desembala el nuevo cargamento de souvenirs. Por más que abre cajas, sólo ha encontrado imanes de nevera con la Estatua de la Libertad y Torres de Pisa de resina imitación marfil. Ni rastro del pedido de Nefertitis que tan bien se venden. Sabe de sobra que el busto de Nefertiti está en un museo de Berlín pero qué más da, los turistas se lo quitan de las manos.
A la misma hora, en el centro logístico de Yiwu, provincia de Zhejiang, los teléfonos no paran de sonar. Llueven las quejas desde los principales centros turísticos del mundo. Al parecer, un algoritmo defectuoso cambió las direcciones de envío de los últimos pedidos. Mr. Young, en Londres, se lamenta de que ha recibido dos mil coliseos romanos de PVC. El gerente de Artigiani Fiorentini acaba de abrir dos palés con sombreros mexicanos y el danés Fred Nielsen, que había encargado un container de Sirenitas, no sabe que hacer con tantos abrebotellas con forma de Venus de Milo.
Tiempos extraños. El 90% de los souvenirs del mundo son Made in China y se venden como artesanía tradicional. La diferencia de precio entre una Torre Eiffel china y una francesa es de 3 a 30 euros. Margen de sobra para que el tendero gane más y un turista, orgulloso, se lleve un souvenir a buen precio después de un intenso regateo.
