La «exigente» moda
Lola Horcajo y Juan José Fernández Beobide
Domingo, 14 de septiembre 2025, 00:37
En 1895, la famosa escritora Emilia Pardo Bazán, que veraneaba en nuestra ciudad, enviaba a la revista 'La Ilustración Artística' esta crónica del veraneo donostiarra: «Las exigencias de la vanidad obligan a llevar gran cantidad de ropa de todas clases, porque desde las diez de la mañana se emperejila la gente para el casino, las noches de cotillón se exhiben lo que nuestras vecinas llaman 'toilettes catapulteuses'».
Efectivamente, en aquel San Sebastián de la Belle Époque, la moda exigía al veraneante adinerado, si quería estar a tono, un atuendo diferente para cada momento y ocasión del día. Para bajar a la playa, por la mañana, tanto los hombres como las mujeres, utilizaban trajes o vestidos de algodón o de lino, de colores claros, y sombreros ligeros. Esta indumentaria se cambiaba por una más formal para el paseo y el café de la tarde. Aun se complicaba más el tema para asistir al hipódromo o los toros, sin olvidar los grandes acontecimientos sociales, como las fiestas y cotillones en el Gran Casino, que hacían imprescindible el uso de trajes de fiesta. Ya empezado el siglo XX, los deportes elitistas (tenis, golf y regatas de balandros) hicieron necesaria una vestimenta más cómoda, naciendo la moda sport, lo que supuso la mayor revolución de la moda para la mujer.
También, a mediados de los años veinte, se empezó a celebrar anualmente la Semana Vasca, que acercaba la cultura rural a la sociedad urbana, poniéndose de moda los 'trajes de casero y casera', imprescindibles para asistir a las romerías, como se pueden ver en las fotografías.
El comercio de la moda se intensificó durante los años de la #I Guerra Mundial, con la llegada de las casas de alta costura de París y Londres, cuyos talleres habían dejado de trabajar por la contienda. Así en 1917, Coco Chanel y el modisto Worth exhibieron sus creaciones en nuestra ciudad, repitiendo en años posteriores.
Sombrererías como Ponsol y Leclercq; sastrerías como Casa Gómez, New England, Derby, Ramón Hernández, Parra o Aristizábal; lencerías como el Andorrano y Elisa Arín que daban trabajo a un centenar de operarias que confeccionaban tanto ajuares de novia como canastillas de bebé y primorosos trajes infantiles; modistas de tanto prestigio como Paulina Alfaro, o las Hermanas Múgica quienes viajaban cada quince días a París para acercar las últimas novedades. A todos ellos y a muchos más, les debemos la fama de elegancia que caracterizó a Donostia y a Gipuzkoa durante el primer tercio del siglo XX.