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Los trajes han vuelto a los armarios y los tambores vuelven a estar apilados en los almacenes, al tiempo que de las estanterías vecinas se bajan las cajas que contienen sartenes y martillos, y se desempolvan los mantones que lucirán las reinas de las distintas ... tribus zíngaras. Existe una frase que me gusta decir porque en su sencillez expresa la filosofía que se esconde detrás de nuestras fiestas invernales: en la Tamborrada nos vestimos, en Carnaval nos disfrazamos.
Esta aparente simpleza motivó, por ejemplo, que allá por el año 1924, cuando se prohibió el Carnaval, nadie pensó que el veto alcanzaría a la tradición del 20 de enero, porque la Tamborrada no era, no es, aunque en su origen lo fuera, un carnaval: va mucho más allá.
Apenas dos semanas más tarde, el 2 de febrero, llegaba la Candelaria. Cuentan las crónicas que en San Sebastián era costumbre, a primera hora de la mañana, acudir a las ceremonias religiosas para bendecir las candelas y el romero que luego se repartía entre las amistades. Más pragmáticos, ese día los arrantzales se reunían para repartirse los beneficios obtenidos con la pesca del besugo, terminando con comidas en caseríos cercanos.
Seguramente, cuando el Papa Pío X, en 1912, declaró día hábil el 2 de febrero, no tuvo asesores que le dijeron que ese día, desde 1884, «era sagrado» para los donostiarras. Aquel año, la Comisión de Festejos creó la Comparsa de Caldereros de la Hungría, con antecedente en la Comparsa de Caldereros Turcos que desfiló en 1828. Salían los húngaros a las 10.00 de la plaza Lasala, donde tenía su sede la Unión Artesana, y acudían a Santa María para recibir a la feligresía que salía con el romero y las candelas bendecidas.
Enviados por el dios Momo para anunciar que pronto llegaba el Carnaval, la comparsa estaba basada en las tribus gitanas que por estas fechas acampaban en Amara durante su viaje en busca de tierras más cálidas, motivo por el que sus componentes vestían pantalones y chaquetas oscuros, botas altas, sombrero ancho con plumas y largas melenas; muchos collarones, el rostro amarillo oscuro, pipa prusiana y una cartera en la mano.
La supresión del carácter festivo del 2 de febrero, tras unos años de «descanso» para tratar de solucionar el problema, dado que siendo jornada laboral no se podía salir a las diez de la mañana porque había que acudir al trabajo, fue en 1924 cuando Gaztelupe volvió a recuperar la fiesta y en lugar de salir a las diez de la mañana, lo haría a las diez de la noche, con la Banda Unión Bella Iruchulo y bajo la batuta del presidente de la Sociedad: Luis Irastorza.
Recordando a los húngaros que intentaban ganar algunos reales arreglando utensilios de cocina, y ofreciendo espectáculos haciendo bailar a los animales domésticos que les acompañaban, en 1925 se incorporó 'Gabilondo y su oso', figura que se ha mantenido hasta hoy. Entre las comparsas tradicionales de la época, a partir de 1885 destacó la de Iñudes, reminiscencia de las antiguas Pastorelas o Comparsas de Jardineros. Dado que el traje de iñude era habitual en calles y paseos, para darle el carácter carnavalesco que se le suponía, en las primeras ediciones se eligieron «para representar a ellas hombre gordos y delgados para los artzaias».
Salían por la mañana del día 2 de febrero y, a diferencia de los caldereros, no pudieron adaptarse a la nueva situación laboral. Su historia es alterna hasta que en 1981 cogió las riendas Kresala. Este ciclo se cerraba el día de San Blas, 3 de febrero, con la bendición del alimento que se daría al ganado y de las rosquillas que, bendecidas, protegerían de todo mal.
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