Joxe Mari Garmendia (Misionero): «Quizá somos los religiosos los que contribuimos a que se vacíen las iglesias»
El guipuzcoano, que regresó el pasado domingo a Ibarra tras 23 años en Ecuador, se suma hoy al Día de las Misiones
ESTRELLA VALLEJO
SAN SEBASTIÁN.
Domingo, 18 de marzo 2018, 08:01
Tranquilo, melancólico y aún algo desubicado. Es como se siente el religioso Joxe Mari Garmendia (Ibarra, 1944) tras haber regresado el pasado domingo de Ecuador, ... donde ha desempeñado su labor de misionero durante 23 intensos años. Aún no tiene móvil ni parece importarle, porque su mayor preocupación se centra en dos cuestiones: que su partida no suponga una paralización de los proyectos puestos en marcha durante su estancia en la Provincia del Oro, y por otro lado, no saber qué decirles a los fieles que acudan a misa a la parroquia que le asignen hasta su jubilación dentro de dos años. «Si no les conozco, no sé de sus vidas, ¿cómo voy a saber de qué manera ayudarles?», se pregunta.
- Ha dedicado su vida a las Misiones Diocesanas Vascas, además de haber estado 13 años de párroco en Oiartzun. Estuvo una década en Venezuela y 23 años en el pueblo ecuatoriano de Santa Rosa. ¿Cómo supo que había llegado el momento de poner fin a esta etapa?
- Me costó dar el paso, pero un día en 2014 me preguntaron hasta cuándo pensaba estar allí, y el tope que marqué fue 2017. El pasado domingo llegó la hora y regresé a mi casa, mi tierra, aunque tengo muy claro que volveré de visita.
«Ayudar a los demás exige callarte, escuchar, ver y aprender. Romper tus propios esquemas»
- ¿Cómo fue su último día allí?
- Me ha costado dejarlo... La gente, el estilo de vida, los proyectos que llevábamos entre manos, y otros que estaban aún por hacer (se emociona). Vamos a ver cómo me asiento aquí, porque es todo muy distinto. Hasta el clima. Fíjate, ni me he quitado el abrigo.
- Le emociona hablar de la despedida.
- He sido el último en la diócesis en la Provincia del Oro y sí, me cuesta hablar de ello, porque ves que la gente te quiere y siente tu partida. Pero al mismo tiempo uno se da cuenta de que era hora de cambiar, y que quizás lo tenía que haber hecho antes, porque ya eran demasiados años.
- ¿Recuerda cómo fue su llegada a Santa Rosa?
- La experiencia que tuve en Venezuela me sirvió mucho. Pero fue un cambio grande y tuve que aprender a ver, escuchar y callar. Metes la pata, tienes que pedir perdón, reconocer que no siempre tienes la razón.
- ¿Esa ha sido su mayor lección?
- He aprendido a reconocer que no siempre tenemos la verdad, y que aunque allí se hagan las cosas de manera diferente, también están bien hechas. Ayudar a la gente exige callarte, escuchar, ver y aprender. Romper tus propios esquemas. Se dice que somos misioneros como si fuéramos los salvadores del mundo, pero nada de eso.
- ¿Qué proyectos concretos han desarrollado en Ecuador?
- Hemos creado varias comisiones. La de salud se mantiene gracias a un grupo de mujeres. ¡Ay, benditas mujeres! Nuestra iglesia allí es 'peregrina, pero femenina' solemos decir. Ellas se encargan de atender a los enfermos, de las medicinas y de terapias alternativas. En la comisión de educación antes concedíamos becas de no retorno para ir al colegio y a la universidad, pero llegó un momento que no nos iban a conceder más y, como teníamos una cooperativa de ahorro y crédito, decidimos meter ahí el dinero de esa última beca. De esta forma, concedíamos préstamos a interés muy bajo y las ayudas no se agotaban. En la comisión de vivienda concedemos ayudas para el arreglo y mantenimiento de los hogares. La gente que requiera de un préstamo tiene que hacerse socio de la cooperativa y de esta forma se les obliga a aprender a ahorrar y ser cada vez más autosuficientes.
«El poder de la Iglesia no debe ser mandar y que obedezcan como hasta ahora, sino servir»
- En la última etapa, ¿cómo conseguía atender las necesidades de todo un pueblo usted solo?
- A través de la pastoral conseguimos crear una red de 40 comunidades que son pequeños grupos que llegan a la población y que son las que nos trasladan las necesidades que tienen los ciudadanos. De otra forma sería imposible llegar a los 35.000 habitantes que se extienden por nuestra zona de influencia.
- ¿Teme que ese trabajo se vaya a ver debilitado tras su marcha?
- Si lo temo, pero confío en que no suceda. Dependerá en buena medida del cura que vaya, aunque hay mucha gente que sabe cómo seguir trabajando.
- Y su readaptación al estilo de vida guipuzcoano, ¿cómo lo ve?
- Al igual que cuando llegué a Ecuador, lo que tengo que hacer es escuchar y ver. No veo sentido a que me destinen de párroco a un pueblo, porque antes que dar una misa, tengo que sentarme con la gente y ver qué puedo aportarles. No me puedo presentar en misa diciendo aquí estoy yo, soy el cura y me tenéis que escuchar. Aquello ya pasó. Aquí hay mucha labor que hacer también, más reflexiva, de convivencia, y me atrevería a decir que como cura, mi misión aquí es más compleja que en Ecuador.
- ¿A qué se refiere?
- La Iglesia cada vez tiene menos poder. Pero, ¿qué es el poder? ¿Que la Iglesia mande y el resto obedezca? Eso se acabó. El poder del Evangelio va por otro lado. No es un poder de mando, sino de servicio. Y si hemos perdido la voluntad de servir ha sido porque hemos querido. La fe no debe estar en el Papa o en Munilla, la fe debe estar en Jesús. Nos lamentamos de que las iglesias se están quedando vacías, de que hay valores que se están perdiendo. Pero a lo mejor son valores que eran impuestos y somos nosotros -los religiosos- los que estamos contribuyendo a espantar a algunas personas. Quizás se está terminando una forma de expresión de la fe, y otra nueva está por brotar. Aunque no sea de la mano de la Iglesia, si la gente vive los valores del Evangelio, la fe puede brotar de nuevo... No sé, hay mucho que reflexionar.
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