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José Ignacio Aristondo, en su consulta de Donostia en la que lleva cuatro décadas trabajando. MICHELENA
José Ignacio Aristondo: «De joven el lunar es bonito, con 60 se vuelve una verruga asquerosa»

José Ignacio Aristondo: «De joven el lunar es bonito, con 60 se vuelve una verruga asquerosa»

Confesiones de... ·

El dermatólogo José Ignacio Aristondo no pisa la playa por dos motivos: porque le aburre y para evitar que pacientes en bañador le paren cada dos metros para mostrar sus nuevas manchas

Estrella Vallejo

San Sebastián

Domingo, 2 de febrero 2020, 16:12

Como un castillo de naipes, el dermatólogo José Ignacio Aristondo (Eibar, 1949) echa por tierra de un plumazo las precauciones adoptadas por el ser humano durante décadas. Ni el chocolate hace que salgan más granos ni tampoco los embutidos; el ritual de darse tres cremas milagrosas no es necesario ni efectivo porque con una lavante es más que suficiente para cuidarse la piel, y con estar 15 minutos al aire libre ya se recibe la cantidad de vitamina D y calcio que necesitamos para todo el día. Porque él, pese a dedicarse a 'photoshopear' la piel de sus pacientes en vivo y en directo, y en cinco minutos hacer desaparecer una mancha, una vena dilatada o esos lunares que con los años van cogiendo cuerpo, es un dermatólogo que levanta ampollas. Ironías de la vida, pero es así.

Se inició en esta especialidad médica cuando apenas había cinco dermatólogos en Gipuzkoa, y tras cuatro décadas de profesión, en las que ha sido docente en la universidad durante 20 años, trabajado enérgicamente en el Oncológico o en su consulta privada donde continúa, conserva un discurso directo y sin edulcorantes. «La cosmética es ilusión, toda la que le ponga la persona que la compra. Y si además en el envase pone que ha sido elaborado por la Nasa; algún suizo; tiene agua de un manantial que hay que peregrinar, o barro de una fosa japonesa única, ni te cuento». Así, insiste en que en cosmética se juega con el ego. «Los que lo patentan destinan el 60% a publicidad, el 30% al envase y el 10% para el producto. Si alguien se deja 300 euros al mes en cosmética, ¿cómo no se va a ver mucho mejor? Y si le preguntas a una amiga, ¿qué te va a decir? ¡Que estás fabulosa!».

Historias

  • La ilusión de la cosmética Defiende que la cosmética es solamente ilusión, «toda la que le ponga el que se compra una crema».

  • Rayos solares Explica que el bronceado es un mecanismo de defensa del cuerpo al 'ataque' del sol. «A nadie se le ocurriría tomarse algo para tener diarrea, porque sería un disparate, ¿verdad? Con el sol se hace».

El volumen de pacientes que acude a consulta privada por motivos estéticos ha crecido «estratosféricamente» y no se corta un pelo al opinar sobre el negocio generado en torno al cuidado de la piel, que considera en buena medida «una falacia». «Las cremas no hacen absolutamente nada», a lo sumo, comenta con generosidad, «dejan más suave la piel, pero nada más». Y explica la comparativa entre patentar un medicamento y una crema. En el primer caso exigen cumplir un protocolo «de cinco años, en el que se debe explicar el desarrollo molecular, que es inofensivo, el nivel de absorción, interacción con otros medicamentos, ensayos con animales y luego con humanos. Cuesta una pasta». Sin embargo, a la hora de patentar una crema que redensifica, ilumina, elimina manchas y retrasa la aparición de arrugas «solo piden dos papeles»: el registro de la composición y «un certificado de una empresa homologada en la CE que garantice que esa sustancia no penetra en la piel. Y yo me digo, ¿si no penetra en la piel, qué efecto va a hacer?», pregunta de forma retórica.

Curioso y profesionalmente infatigable, hablador con el paciente pero serio en su ejecución, Aristondo se siente «fascinado» con poder estar al día a golpe de clic en lugar de tener que esperar, como en sus inicios, a recibir por correo postal las publicaciones a las que estaba suscrito. Es un ferviente defensor de que el saber no ocupa lugar ni tiene límites, y es de esas personas que disfrutan de aprender y de enseñar. De hecho lo que más le gusta es su relación con el paciente y, en base a sus conocimientos, ayudar a alguien, aunque reconoce que es ese trato el que debería cuidarse más. «Hay médicos que ni se levantan, te recetan algo y ya. Pero la culpa no es suya, sino de los 7 minutos por paciente que tienen», apunta.

Pero si hay algo que le supera es cuando el profesional resta importancia a la consulta de un paciente. «Si viene un adolescente lleno de acné, no le puedes decir que lo que tiene no es importante, porque si ha acudido a ti es porque le preocupa», defiende.

Desde pequeño tuvo claro que la medicina era su futuro, le venía de familia, pero descubrió una especialidad, en la que la parte emotiva tiene un papel importante, y que le fascinó por completo en cuanto empezó a bucear en ella. Empezó en la dermatología cuando aún no existía el láser para quitar unas verrugas que se paseaban con orgullo y como seña de personalidad. Aunque para este eibarrés en realidad esa relación de amor-odio con las protuberancias que a veces aparecen en el rostro va en función de la edad. «De joven, siendo novios, te dices: 'Ay que lunar más bonito tienes'. Y ya con 60 se convierte en un 'quítate esa verruga que es asquerosa'», dice con tono teatrero. No se considera 'verrugófobo' pero a fin de cuentas, resume, «mi profesión es ver defectos». Y en su caso ese defecto es profesional y le acompaña cada vez que sale por la puerta de casa. No lo puede evitar. Un lunar, una psoriasis, lo que sea. Le llama la atención. Y normalmente lo piensa para sí y continúa su camino, «pero alguna vez ya he parado a alguna persona por una mancha que tenía mala pinta».

Guerra al sol

Ha dedicado buena parte de su carrera a la dermatología oncológica y por suerte, se felicita, los índices de detección precoz han mejorado considerablemente. «Ahora los pacientes no vienen con los enormes cánceres de piel que venían antes, y viendo con el dermatoscopio cómo son por dentro muchos se quitan en estadios muy muy tempranos», indica. Una mayor conciencia existe, no hay duda. Pero cada vez que se asoma a la barandilla de La Concha en pleno verano se resigna por completo al ver «a un montón de niños blanquitos al sol a las 12 del mediodía». Es consecuente con su discurso y no va a la playa. En primer lugar porque no le gusta. Le aburre. Y en segundo, porque se niega a exponerse al riesgo de cruzarse con pacientes que le insten a mirarle en un segundo de nada una mancha, dos o tres. «Un profesor que tuve en psiquiatría ya lo decía: 'consulta de pasillo es mala el prestigio, y el bolsillo'», recuerda en tono divertido.

Por eso, en caso de ir a la playa lo hace con camiseta «pero soy prácticamente el único y en eso sí que deberíamos incidir más». Pelirrojo de joven y piel blanquecina, cada verano se quemaba de forma sistemática. Eran años en los que la crema Nivea se utilizaba casi más como acelerador del bronceado que como protector solar. Quizás por eso se ha volcado tanto en concienciar de los peligros de los rayos solares. «El bronceado es un mecanismo de defensa del cuerpo que estamos provocando deliberadamente. A nadie se le ocurriría tomar algo para tener diarrea porque esté de moda. Sería un disparate».

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