Historias de Gipuzkoa
Tolosa, un privilegiado nudo de comunicacionesHasta la primera mitad del siglo XIX, cualquier navarro, aragonés, castellano o portugués que quisiera viajar en diligencia a Francia tenía forzosamente que hacer noche o, por lo menos, parar en la villa
El médico y escritor José Antonio Recondo destaca en su libro 'El camino real de Tolosa a Pamplona. Balnearios, ventas y diligencias. La vida en ... torno al camino' que hasta la primera mitad del siglo XIX, cualquier navarro, aragonés, castellano o portugués que quisiera viajar en diligencia a Francia tenía forzosamente que hacer noche o, por lo menos, parar en la villa. Había dos rutas fundamentales: el Camino de Castilla, o Carretera General de Coches, que enlazaba Madrid y Castilla con Francia a través de Vitoria, Tolosa e Irun y, en segundo lugar, el Ramal de Navarra o camino de Gipuzkoa, que comunicaba Tolosa con Pamplona y también con Zaragoza gracias a una prolongación del mismo, el llamado Camino de la Ribera». La localidad se convirtió en un privilegiado nudo de comunicaciones, lo que permitió su industrialización y que alcanzara una prosperidad económica que le permitió conseguir la capitalidad de Gipuzkoa en 1844, que hasta entonces se repartía anualmente con San Sebastián, Azpeitia y Azkoitia.
Hasta 1847, cuando se construyó el camino a Francia por Belate, todo navarro, aragonés o incluso catalán que quisiera viajar a Francia en diligencia tenía que pasar por esta vía, mientras castellanos y portugueses lo hacían por el Camino de Castilla. Unos y otros convergían necesariamente en Tolosa, donde cada día entraban o salían hasta catorce diligencias y decenas de galeras.
Tolosa tuvo que realizar reformas importantes para adaptarse al paso de carromatos. Se mantuvo el recorrido por el interior del pueblo: las diligencias procedentes de Madrid e Irun atravesaban la calle Correo. El empleo de vehículos obligaba a disponer de cocheras. La casa de postas se localizaba en el número 1 de la calle Correo, pero no resultaba idónea pues no disponía de cocheras, ni de un mesón y habitaciones adecuados. De ahí que el maestro de postas de la villa, Juan Pedro de Mendía, iniciara en 1786 la construcción de una nueva casa de postas, el hostal o Parador Mendía, en el otro extremo del casco antiguo.
Al mismo tiempo, se acondicionó una nueva plaza para que pudieran estacionarse y maniobrar los vehículos. Se llamaría plaza de Arramele, más tarde rebautizada como Plaza Gorriti. «Esta plaza solía estar muy animada y concurrida», cuenta José Antonio Recondo, siempre abarrotada de carruajes y gentes. En ese punto estaba el café La Paz (actual Iruña), que era el lugar de espera de los parientes de los viajeros y también de los comerciantes tolosarras, «que aguardaban la llegada de los postillones que eran utilizados por los primeros para realizar pedidos, recibir encargos o efectuar pagos a comerciantes de otras ciudades».
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En el camino Tolosa-Pamplona tenían gran importancia las posadas y ventas. Recondo ha constatado la existencia de unas veintisiete. No sólo ofrecían alojamiento y comida. Poseían cuadras con animales de tiro para el cambio de caballerías. La actividad principal de esos propietarios no era la de venteros o mesoneros, sino el comercio de vino, granos o ganado. También se convertirían con el paso del tiempo en la cartería, panadería o tienda de ultramarinos del pueblo, estanco y casino. Y muchas de ellas funcionaron a la vez como casa concejil y cárcel. Todas las ventas tenían cochera, con una puerta de entrada y otra de salida. Y en esas cocheras se hacía el cambio de caballerías; los animales cansados eran sustituidos por otros frescos. Esos sitios eran también usados para el apareamiento de los ganados.Tras la aparición del tren del Plazaola, sólo sobrevivieron las de Mugiro y Ayestarán de Lekunberri.
El recorrido de Tolosa a Pamplona costaba doce horas. Las mayores diligencias, como las de la empresa La Coronilla de Aragón, que realizaban el trayecto Zaragoza-Tolosa, podían llevar hasta 21 personas y eran tiradas por nueve mulas que en algunos lugares, como el puerto de Azpiroz, no podían con la carga y tenían que ser reforzadas con una pareja de bueyes. Ello dio origen a un negocio de boyeros, como los del pueblo de Lezaeta, que prestaban sus animales para subir la cuesta. En estas condiciones, los accidentes eran frecuentes en los puertos de montaña y también en las calles de Tolosa y Pamplona, donde las diligencias entraban al galope.
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