Crecimos en el patio del colegio, germinando un temor innombrable. Años antes de experimentar los cambios propios del despertar sexual, los niños de los 60 ... desarrollamos un miedo cerval a no parecer lo suficientemente hombres. Gesticular al hablar, llorar o mostrar miedo eran motivo suficiente para que te pusieran la etiqueta de marica. La masculinidad nos encerró en una cárcel invisible donde cualquier signo de fragilidad estaba castigado con la burla y el destierro. ¿ Será esta camiseta, postura o comentario suficientemente varonil?
El rechazo a lo homosexual era condición imprescindible para ser aceptado en el grupo y evitar el bullying. Evitábamos a los compañeros amanerados e imitábamos comportamientos hirientes como parte de una herencia cultural y moral que nadie se atrevía a discutir. Es la primera vez que escribo de esto. Me avergüenzo y me cuesta reconocerme en aquel niño. Hoy sé que rechazaba lo gay como un mecanismo de autodefensa, como una forma de proteger mi identidad masculina en un sistema que castiga al diferente. Afortunadamente, con los años comprendí que para convivir no es necesario entender las diferencias, basta con aceptarlas.
Este fin de semana se celebra la Fiesta del Orgullo LGTBIQ+. Ha llovido mucho desde aquellos 60 pero aún así, muchos hombres criticarán y cuestionarán el porqué de tanta exhibición, de tanta frivolidad. Les invitó a recordar durante un minuto a aquel compañero de clase al que el grupo condenó a vivir en la clandestinidad.
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