El otro día» no significa ayer ni anteayer ni hace tres días. «El otro día» es sólo un pretexto, una muletilla, un cortahielos, desgastado por ... el uso, que no sorprende pero atrae la atención del oyente. El otro día son las tres primeras palabras de un millón de historias, una anécdota inconfesable, un suceso truculento, un chisme, un despelleje que ha ocurrido hace poco tiempo. O no.
No me pidan concretar cuánto tiempo es poco tiempo. Las vacaciones de verano siempre fueron cortas, cada una de las clases, en cambio, se hacían eternas. El tiempo es caprichoso y le gusta jugar a equivocarnos. Una historia que comienza por «El otro día» ocurrió en un pasado reciente pero su cercanía no depende del tiempo transcurrido sino de lo fresco que se mantiene el recuerdo en tu memoria.
Toda anécdota personal comienza por un cuándo, un dónde o un quién. Ayudan a situar la trama y dar credibilidad a la historia. «El otro día» es la referencia de tiempo menos precisa, no concreta si era laborable o festivo, después de comer o de madrugada, si ocurrió ayer o hace 10 años, pero no es relevante. Aporta más información a la historia observar si «El otro día» llega precedido de un carraspeo o una risa nerviosa o si el narrador musita esas palabras entre dientes.
La vida es un relato que vamos escribiendo en la memoria. «El otro día» mantiene vivo un recuerdo, lo protege de que quede enterrado bajo nuevos sucesos y trenza en una sola historia recuerdos, fantasías y experiencias vitales.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión