De 'las chicas del cable' al Facetime
DV visita el edificio de Telefónica, en Amara. El corazón del que parte una inmensa red de miles de kilómetros de cables, que se expanden bajo San Sebastián
Se encendía una luz. La telefonista, frente a esas centralitas manuales, metía la clavija:
- ¿Qué población desea?
- Madrid ... - ¿Qué número tiene usted?
- 16 101.
- ¿A qué número desea llamar?
- 23 34 00
- Un momento, por favor.
El mundo de la telefonía ha protagonizado una revolución como pocos sectores, y en algo más de medio siglo ha pasado de tener a un cliente esperando durante horas para poder hablar con un familiar que vive en Andalucía, a hacer una videollamada con alguien que está en la otra punta del planeta.
Es innegable que la pandemia, y fundamentalmente, el confinamiento inicial, con tantas horas frente a los televisores, consumiendo plataformas de vídeo, como Netflix, celebrando reuniones por videoconferencia o simplemente pasando el rato con el móvil, ha puesto a prueba el sistema de la telefonía. De hecho, en el caso de Telefónica, entre marzo y mayo, la red móvil se vio incrementada un 77% respecto al año anterior, y la red fija, un 69%.
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Para los ajenos al mundo de las telecomunicaciones, estas conexiones suceden, y punto. Pero tras ellas existe un complejo entramado de cables -miles y miles de kilómetros de cables- que se expanden por los bajos fondos de la ciudades. «En Gipuzkoa tenemos 80.668 postes, cámaras de registro o arquetas, dispuestas cada 50 metros, lo que supone que la red de canalizaciones tiene una longitud de 4.033,4 kilómetros en una provincia que de punta a punta tiene poco más de 100 kilómetros», explica Carlos Santiuste, jefe de operaciones locales de Telefónica en el País Vasco y Cantabria, junto a Pablo Fajarnes, coordinador de operaciones locales de Gipuzkoa.
En Donostia, el corazón de todas esas conexiones está en Amara. El edificio de Telefónica es un laberinto con múltiples salas, millones de conexiones metódicamente identificadas, etiquetadas, y duplicadas para evitar sustos, que permite la comunicación a 81.481 clientes guipuzcoanos que tienen contratado su servicio, además de las interconexiones con otros operadores y la salida interprovincial e internacional de todas las telecomunicaciones del territorio de voz, datos y TV.
Pero todo lo que está en las plantas altas de este edificio, con suelos de un metro de grosor «para que en caso de terremoto el edificio siga en pie», porque de lo contrario las consecuencias serían nefastas, es solo la punta del iceberg.
Bajo tierra, y tras cruzar a una sala a la que es preciso acceder con medidores de gas, llegan tuberías de todos los tamaños, repletas de pequeños e innumerables cables en su interior, que al tocar la pared del fondo del habitáculo parece que fueran absorbidas por el cemento. Pero al otro lado de esa pared solo se extiende una red compuesta por miles de kilómetros de cables por toda la ciudad, que está en pleno proceso de reconversión, o más bien, de traspaso hacia un servicio formado exclusivamente por fibra óptica, más eficaz y mucho menos voluminoso que el cobre que ha funcionado hasta la fecha.
Donostia, pionera en telefonía
La telefonía en San Sebastián empezó a despuntar en 1926, que gracias a una alianza con Ericsson, automatizó la central de la calle San Marcial, siendo la primera ciudad del Estado con el servicio local automatizado. Dos años después, desde esta central se hizo la primera llamada telefónica entre el rey Alfonso XII y el presidente de EE UU, Calvin Coolidge, «por cable submarino internacional».
A mediados del siglo pasado, Gipuzkoa contaba con centrales en Azpeitia, Bergara, Tolosa e Irun. En Donostia, la central estaba en la calle San Marcial, pero el servicio era del Ayuntamiento, hasta que en 1971 Telefónica compró la compañía municipal, porque la red urbana no podía crecer al mismo ritmo que lo hacía la ciudad. Así, «a las 10.000 líneas de San Marcial, Telefónica sumó las centrales de Gros y Amara con capacidad de 30.000 líneas cada una y Ondarreta, con otras 10.000».
Además, la empresa de telefonía tenía su base en la Avenida de la Libertad, 26, y por allí «pasaban todas las llamadas que iban fuera de Gipuzkoa, incluidas las internacionales, que también pasaban por ese edificio, con un cable que unía Donostia con Baiona».
Entonces llegó la gran expansión, y Gipuzkoa llegó a albergar 51 centrales y 300 estaciones base de telefonía móvil. En los años 80, arrancó la digitalización y las centrales empezaron a custodiar «macroordenadores». Hace años, empezó además a sustituirse el cobre por la fibra óptica y «actualmente, de las 51 centrales hemos apagado dos pequeñas y la intención es apagar otras dos de gran tamaño próximamente».
El siguiente gran paso de la telefonía, reconocen, es la llegada del 5G. Y precisamente, «gracias a que teníamos la red sobredimensionada» para el despliegue de la quinta generación «que sabíamos que iba provocar un aumento de datos, no hubo incidencias ni se colapsó el sistema durante la pandemia». Entonces, ¿dónde está el límite? «No existe, o de momento al menos, no lo conocemos».
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