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Acaso algunos no lo veamos. Pero será maravilloso. Cuando les llegue el programa de la Quincena o del Ciclo de Música de la Antigua o ... un avance del repertorio de los coros de Puerto Rico o Colombia participantes en las Masas Corales de Tolosa a quienes hoy odian tanto el reguetón que no lo consideran malísima música sino que dan por hecho, sentado y rubricado que ni siquiera es música, condición que sí conceden, magnánimos, a lo que tocan las bandas militares.
Recibirán el folleto y verán que todos los programas incluyen piezas de ese género mestizo del reggae y el rap, fusionado con el dembow, influenciado por el dancehall, el hip-hop, y otros ritmos de origen caribeño, prohibido por gobiernos que proclamaban querer 'limpiar' el viejo San Juan empleando 'mano dura contra el crimen' (presidente Roselló, 1999). Y es que el reguetón fue, créanlo, el son del pueblo enrabietado.
Recuperarán la memoria (el juicio sería pedir demasiado) y se acordarán de que sus ancestros sentenciaron que los Beatles eran solo unos 'melenudos'. Lo que pensaban de los Stones es impublicable y Sid Vicious no pasaba de despojo. Eso por no retroceder hasta Elvis. O acercarnos hasta Perales, la Jurado o la Faraona. Ah, mejor no mentar lo que opinan los fieles a Chopin de Penderecki. Ni los amantes del tutú de la Bausch. Hoy, cuando Kortatu, Berri Txarrak. Las Vulpes y Rosalía son pura raza (nuestra).
Un día, la Berliner Philharmoniker dirigida por Nathalie Stutzmann (¿por qué no?) tocará ''Borró Casette'. Al tiempo.
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