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Jose Mari Albisu ha iniciado un nuevo camino después de trabajar como deshollinador durante más de 15 años. «Quería un trabajo que no tuviera muchos profesionales»En tiempos pasados acostumbraban a trabajar sobre la bicicleta y anunciaban su llegada con un silbato cuyo sonido se convirtió en la banda sonora de ... las mañanas en muchos lugares. El de afilador es un oficio del pasado venido a menos que poco a poco va quedando en el olvido en el presente, pese a que todavía quedan algunas personas que lo mantienen vivo.
Si se tiene en cuenta la antigüedad del oficio, podría decirse que los últimos supervivientes de una actividad de otro tiempo serían personas que comenzaron a ejercerla en el siglo pasado y acumulan ya una dilatada experiencia a sus espaldas. Nada más lejos de la realidad; uno de los afiladores que se encuentra en activo actualmente en Gipuzkoa lleva apenas tres meses dedicado a su nueva ocupación.
La puesta en escena de Jose Mari Albisu, natural de Lazkao, dista bastante de la del afilador tradicional de siglos pasados. En lugar de una bicicleta, Jose Mari utiliza una furgoneta como medio de transporte. Tal y como hacían sus homólogos en el pasado, este lazkaotarra de 59 años también lleva el instrumento para afilar incorporado en su vehículo. «He instalado una máquina industrial para afilar en el interior de la furgoneta», cuenta.
Afila los diferentes instrumentos con una lija. «La máquina le da movimiento a la lija, que es lo que afila los utensilios. Lleva incorporado un refrigerador de agua para que no se sobrecaliente y, al final, lo paso por la pulidora para que quede mejor», explica. En medio del proceso de afilado de un hacha, Albisu mete el dedo en la lija, que está girando a máxima potencia. «¡No os asustéis, no pasa nada!», bromea. «Si el grano de la lija es fino, se puede tocar. El tamaño del grano varía en función de la medida de lo que quieras cortar. Depende de lo que quieras afilar. Si es un cuchillo, tendría que ser un grano mucho más fino porque es más pequeño».
Pero un artilugio así necesita una fuente de energía importante. «Tengo un generador para cuando tengo que estar mucho tiempo fuera de casa, por si me quedo sin electricidad para encender la máquina». La instalación de Jose Mari también está equipada para los casos en los que no se le permite acceder en furgoneta. «Debajo tiene una ruedas y cuando no puedo entrar con la furgoneta, deslizo la máquina y la transporto en un carro».
El lazkaotarra se inició como afilador hace tres meses porque «quería un trabajo para hacer solo y que pocos profesionales ejercían». Precisamente, esta fue la premisa que le llevó a escoger su anterior profesión en 2008. «Trabajaba en la construcción y con la crisis financiera el trabajo bajó muchísimo, así que pensé en un oficio en el que no hubiera muchos profesionales». Hace 15 años se decantó por las chimeneas y decidió comenzar su aventura como deshollinador. «El trabajo como tal me gustaba, pero las condiciones eran muy malas», reconoce. «No podía estar otros siete años tragando humo. Era muy malo para la salud. Aunque era más lucrativo que el de afilador, no compensaba. Me ponía de todo para protegerme pero aun así era muy peligroso», admite el lazkaotarra. «Me costó dejarlo porque me gustaba mucho, pero esto es mucho más limpio».
Ahora, ha decidido cambiar las chimeneas por los cuchillos y ya está presente junto a su furgoneta en ferias como la de Ordizia, Arrasate o Zumarraga. «Principalmente lo que ofrezco es el afilado pero también tengo expuestos algunos productos como cuchillos de diferentes tamaños que los clientes pueden adquirir». Aparte de su puesto en varios mercados, Jose Mari también ofrece sus servicios a través de los pedidos que se pueden realizar en su página web (zorrozketak.com). «Tengo algunas carnicerías y pescaderías a las que voy siempre y ahora estoy empezando en las ferias», cuenta.
En los tres meses que lleva ejerciendo su nuevo oficio al goierritarra ya le ha dado tiempo de encontrarse situaciones cuanto menos llamativas. «Una vez me trajeron una catana cortada para que la afilara. Pregunté por curiosidad para qué era y me dijeron que la utilizaban como pelador de corteza de árbol, aprovechada como machete». Aun así, este caso ha sido una excepción. «Generalmente me traen cuchillos, de media o buena calidad porque los baratos pierden el filo rápidamente. Un cuchillo cebollero económico y que dé resultado ronda los 20 euros».
Tarda «unos tres minutos» afilando un cuchillo y «cuatro o cinco» con un hacha. Los precios de sus servicios varían en función del tipo de herramienta y su tamaño. Afilar un cuchillo de hasta 20 centímetros cuesta 4,5 euros, y el precio asciende a los 5,5 cuando el utensilio supera la medida mencionada. Afila las hachas grandes por 9 euros y las pequeñas por 7. En el caso de machetes, su afilado tiene un valor único de 6,5 euros. Para las tijeras, en cambio, es distinto dependiendo de su utilidad. El afilado de las normales cuesta 4,8 euros y el de unas de podar 6,5.
Como todas las profesiones, la de afilador también ha evolucionado y así lo demuestra la máquina instalada en la furgoneta de Albisu. Aun así, sigue manteniendo la esencia. «Tengo el chiflo guardado y suelo ensayar en casa, pero me tienen que pagar más para tocarlo», asegura entre risas. Con silbato o no, en bicicleta o en furgoneta, lo que está claro es que Jose Mari es uno de los pocos que mantiene viva una profesión olvidada en Gipuzkoa.
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