En los rasos de la sierra de Abodi me encuentro con cientos de ovejas y charlo con el pastor, un hombre en la cincuentena cuyos ... rasgos me despiertan un recuerdo. «¿Eres de Otsagabia?». «Sí». «¿Y sueles bajar con el rebaño a las Bardenas?». «Sí». «Las llevarás en camión, ¿no?». «Qué va, hago el camino a pie. Ya solo quedamos tres pastores que vamos caminando». Se me disuelven, entonces, las dudas: es el hijo de José Antonio Ballent, el pastor al que conocí en las Bardenas en 2006.
José Antonio llevaba entonces 54 años -desde sus 14 hasta sus 68- caminando con las ovejas de las Bardenas al Pirineo en mayo y del Pirineo a las Bardenas en septiembre, una trashumancia que se repite desde la prehistoria y ganó reconocimiento oficial en el año 882, cuando el rey de Pamplona concedió a los roncaleses el derecho a llevar ovejas a las Bardenas y construir allí cabañas. José Antonio era el penúltimo de este oficio milenario y sentía el peso: «Te vendo todas las ovejas, todas pa' ti, ¿las quieres? Que yo ya no tengo edad, que ya me he cansado de andar todos los días durmiendo en el suelo, comiendo seco y bebiendo caliente». Pero me contó su motivo para seguir un poco más: «Es que mi hijo le ha cogido el gusto al pastoreo; tengo que ayudarle». Y se le escapó una sonrisilla. José Antonio Ballent murió en 2010. Su hijo, también José Antonio, me dice en 2025 que el oficio se acaba. Se encoge de hombros, pega dos voces y mil ovejas lo siguen, igual que seguían a su padre.
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