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Lisa Lovatt-Smith.
La editora de Vogue que lo dejó todo para ayudar a los niños de Ghana

La editora de Vogue que lo dejó todo para ayudar a los niños de Ghana

Acostumbraba a tomar el té con Karl Lagerfeld y trabajar mano a mano con Mario Testino, desde hace trece años Lisa Lovatt-Smith destina su vida a ayudar a cientos de menores abandonados en orfanatos

Gloria Salgado

Domingo, 8 de marzo 2015, 08:07

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Sin recursos económicos, abandonada por su padre y víctima de acoso escolar, Lisa Lovatt-Smith (Barcelona, 1967) se convirtió en redactora jefe de Vogue tras recalar en la prestigiosa revista cuando frisaba los 18 años gracias a un concurso de redacción.

Aupada por la mismísima Anna Wintour, la joven Lisa tomaba el té con Karl Lagerfeld, trabajaba mano a mano con Mario Testino y se codeaba con las celebridades de París, Londres y Madrid. Una vida de ensueño que dio un vuelco cuando conoció a Sabrina, una niña de cinco años huérfana de madre al 'cuidado' de un padre alcohólico. Aquella pequeña de raíces marroquíes cambió las prioridades de la editora de sangre inglesa, que entonces solo tenía 23 años. La adoptó.

Pasaron unos años felices, pero la rebelde adolescencia de Sabrina no fue fácil. Desbordada por la situación, Lisa decidió irse con ella dos semanas a Ghana para ayudar en un orfanato, con la esperanza de que el periplo solidario sirviese para que su hija madurase y fuese consciente de lo privilegiada que era.

Con un carísimo bolso de Chanel colgado del hombro, Lisa se sorprendió sujetando a una niña de tres años con el tamaño de un bebé de seis meses. Con piernas que se podían rodear con los dedos y la piel cubierta de ampollas rojas. Su miedo crecía estando rodeada de niños abandonados que la llevaban a su propia infancia, rescatada por una familia que no era la suya -pasó una larga temporada acogida por una familia británica que la ayudó a ver el mundo con otros ojos-. Un gesto de amor había cambiado su vida, ¿podría hacer ella lo mismo por ellos?

Han pasado trece años desde entonces, y se ha atrevido a escribir 'Mañana quién sabe' (Turner), un libro narrado con una sinceridad que llega a doler. «Me abrí hasta un punto turbulento», comenta con calma en una de sus breves y escasas escapadas a Europa. «Escribir mi historia ha sido más barato que una terapia», asegura con una risa sonora y contagiosa. Su vida es un un mensaje de esperanza en si mismo, «un buen ejemplo de que una niña muy pobre de Barcelona ha podido hacer más o menos lo que ha querido en el mundo, es un canto al valor».

Ante la pregunta sobre sus carencias en su choza de barro y paja, asegura que solo echa de menos de su etapa europea «la belleza, la cultura, las exposiciones, el arte y las relaciones cotidianas con los amigos». Reconoce que estas se han hecho imposibles en un pueblo de Ghana de 350 habitantes, aunque muchos otros se quedaron por el camino al estar enamorados de su rol de redactora jefe de Vogue .

Sin embargo, se siente aliviada por vivir lejos del estrés. «Facebook no existía cuando me fui. Es muy importante que cada uno tenga su jardín secreto. No es bueno para el alma estar 100% disponible». Allí el tiempo es diferente. «Parece que los días pasan más lentamente, hay más tiempo para pensar» en un problema que no es africano, «nos aconcierne a todos», asevera.

Trabajo de detective

Cuando el Gobierno cierra los orfelinatos por problemas de corrupción o acusados de tráfico de niños, la organización que ha fundado Lisa, OAfrica, se ocupa de que esos pequeños sean reintegrados en sus comunidades en las mejores condiciones posibles. «El 90% de los menores dejados en orfanatos tiene familia». Una cifra escalofriante que sirve de acicate para su labor como detective. «Buscamos a sus familias y a sus tribus para ayudarles a vivir en su realidad», ayudando con microcreditos a las mujeres, que suelen ser las cabezas de familia, para que creen sus propios negocios y con el dinero que ganen puedan mantener a sus hijos.

«Me quedé allí porque me dí cuenta de que con el dinero que yo tenía en el banco podía cambiar el futuro de muchos niños porque podía mandarlos al colegio», afirma. Es importante pensar que una cena en un restaurante puede mandar a un niño o dos al colegio durante un año. Además, para alejar el fantasma del enagaño del que son culpables otras organizaciones, mediante la base de datos de la página web de OAfrica se puede hacer seguimiento a los niños a los que se ayuda haciéndose socio o realizando una donación.

«Cuando llegué moría gente cada día. Hoy llevamos cuatro años sin perder a nadie», cuenta Lovatt-Smith. «Es muy importante estar allí controlando la calidad del trabajo. Que cuando lleguen los fondos se utilicen bien», asegura una mujer que es «un orgullo para el género humano», como explicó su amiga, Inés de la Fressange.

Tras la promoción del libro (del que se donará el 30% de los beneficios a OAfrica), regresará con «sus niños», a los que está deseando volver a ver.

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