Las urnas dieron el triunfo al partido que ha gestionado la crisis de la Covid-19, y al partido que se ha mostrado más crítico ... con esa gestión. Al PNV y a EH Bildu. Hasta la paradoja de que mientras la izquierda abertzale insistió durante el recuento de anoche en que no era el momento de convocar elecciones, cosechaba los frutos de la abstención. Una abstención que no se debió tanto al miedo como a la indiferencia, y que reveló la existencia de una Euskadi militante y de otra bastante menos.
El PNV y el PSE se enfrentaron ayer a sus respectivas expectativas. El nacionalismo gobernante no logró superar el porcentaje de su representación en votos de 2016. Los socialistas lo consiguieron. Pero las sensaciones de la noche electoral se vuelven siempre endiabladas. Urkullu debió entonar el «Gogoa nun dugu» para exorcizar con un canto al voluntarismo el regusto amargo del éxito de EH Bildu. Los socialistas parecieron frustrados porque erraron en esperar más. Así es como el peso político de los socialistas pareció reducirse respecto al de los nacionalistas sin que el voto popular avalase tal cosa. Lo que, a cuenta de la noche electoral, permitiría a Urkullu remodelar la estructura de gobierno de manera más favorable a los intereses jeltzales. E incluso someter su composición a la negociación general que el PNV ha de mantener con un Pedro Sánchez que se desentenderá de los escrutinios de Euskadi y Galicia. Solo una renuncia personal justificaría que Idoia Mendia no pase a formar parte del nuevo gabinete. Quedarse únicamente al frente del partido mientras otros ocupaban los tres cargos de consejero concedidos a los socialistas se percibía desde hace tiempo como una ocurrencia fallida.
La suma de las izquierdas –EH Bildu, PSE, Elkarrekin Podemos– salió bien librada electoralmente. Pero el escrutinio constató al mismo tiempo su inviabilidad. Su principal valedora, Elkarrekin Podemos, quedó tan mal parada que es inimaginable el reverdecimiento de la idea como alternativa en la nueva legislatura. Arnaldo Otegi dijo anoche confiar en la tendencia al alza de la izquierda abertzale, apelando en el fondo a la paciencia histórica para desbancar al PNV. Una quimera que se basa en tres percepciones equivocadas. En la creencia de un devenir lineal que les aseguraría el triunfo final, en la presunción de que la izquierda abertzale pertenece a una generación distinta a la de los jeltzales de hoy, y en el interesado calificativo del PNV como una formación de derechas incluso neoliberal.
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