Expectativas
Generar ilusiones para que digan que eres ambicioso es una idiotez que rara vez he evitado que cometan mis jefes
Inauguro esta serie de reflexiones sobre el entrenamiento mental, la fortaleza mental y la mentalidad en el deporte (y fuera de él) metiéndome en el ... primer charco que cualquier club, equipo o deportista debe solventar antes de empezar su temporada: ¿Cuál es el objetivo que te marcas?
En primer lugar, trataré de combatir lo que creo que se suele confundir en este asunto, que generalmente viene precipitado por la vorágine de las redes sociales, parte de la prensa y la sociedad fast food, que empujan a los protagonistas a tener que mojarse sin ningún criterio ni base coherente, tan solo para salir del paso y cumplir el expediente, demostrando una ambición tan infundada como falsa, al poner el listón lo más alto posible para evitar así ser calificado de perdedor o de mediocre, ya antes de empezar. Generar expectativas porque sí, para ganarse el calificativo de ambicioso antes de saltar al campo, es una idiotez que muy rara vez he conseguido evitar que cometiesen mis jefes. Hace un tiempo «porque hay que generar ilusión y vender abonos» y ahora, además, para evitar el hedor de las redes sociales.
Aunque la mayoría de los twitteros generalmente no lleguen a leer a esta altura de un texto, a los que sigan aquí y piensen que se trata de un argumento cobardica les diré que, de eso nada. En primer lugar, ser consciente de tus limitaciones y de la realidad, así como ser capaz de decirlo con franqueza, es un acto de valentía digno de elogio, que además no impide, en absoluto, el poder desarrollar la verdadera ambición donde realmente se debe manifestar: durante el proceso. Es cuando te caes, cuando fallas, cuando te golpean, cuando no te alcanza, cuando te perjudican o cuando incluso 'los tuyos' te dan la espalda, cuando la valentía y la ambición han de darte el plus de fortaleza necesaria para levantarte, superarte y crecer. Una y otra vez. Y esas sí que son una valentía y una ambición bien enfocadas. No las de la sala de prensa sino las que te ayudan cuando estás en el pozo, llueve y hace frío. Pero es difícil que esto lo lleguen a comprender los deportistólogos. ¿Acaso no es la mayor cobardía decir lo que la audiencia quiere oír, solo para no tener que oírla tú a ella?
Ahora bien, lo que no cabe en esta tesis (de hecho, la desarma) es que los deportistas se agarren a la idea de no marcarse objetivos como excusa ideal para no autoexigirse o incluso como tirita antes de la herida. De hecho, los objetivos implícitos del deporte (y de la vida) deberían ser siempre el crecimiento personal y colectivo a través del desarrollo de la fuerza de voluntad, la tolerancia a la frustración y la perseverancia, además de la destreza y la habilidad técnica en la disciplina en la que se actúe.
Y he ahí la esencia misma del deporte, perfectamente aplicable también a la vida ordinaria de cualquiera, manteniéndose lejos de la demagogia de quienes te exigen y te juzgan desde la trinchera. ¿Hay algo más valiente y ambicioso que ser capaz de dar la espalda al qué dirán, mirarse al espejo, ser sincero con uno mismo y afrontar el reto de tu desarrollo, tu crecimiento y tu mejora continua, aunque se trate de un proceso exigente y doloroso?
Todo lo demás es tratar de complacer al auditorio hipotecando los cimientos del proceso. Pan para hoy y hambre para mañana. Expectativa falsa, frustración segura.
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