La gente que tenía Oro
Aquella gente apenas tenía nada, salvo montones de oro. Durante unos días, su hipódromo parecía Ascot. Sus rincones se llenaban de forasteros, llegados en busca de lo que más les faltaba; lo que da el oro. Un reencuentro con el comienzo. Un impás en el tiempo. Borrar el signo de los años para volver por la senda antes recorrida. Un sonido, un reencuentro. Una vista. Un abrazo amigo.
Aquel lugar vetusto y algo ajado, venido a menos, escondido en un valle no lejos del paraíso. Algunos pasaban de largo junto a él, reparando de reojo en una vieja pintada. En un muro reforzado con cristales de botellas rotas, para que los más pillos no lo saltasen. Una vieja puerta verde a la que la roña impedía volver a abrirse.
Muchos lo creyeron irrelevante, sin saber escuchar los susurros y confidencias que escondían sus rincones. Porque allí se corría la carrera que ocupaba los sueños de su gente. Aquellos que cambiarían todos los grandes premios por una sola Copa. Los que lo tenían casi todo y sentían que, sin embargo, aquello era lo que más les faltaba. Los que se entregaban a las lágrimas de emoción al tocar el oro con sus dedos. El sueño de una vida para aquella gente que apenas tenía nada, el mismo sueño de aquellos que casi todo tenían. La carrera que iguala a unos y otros, la que les pone a la misma altura.
Como el tiempo es oro, aquella gente no quiso retrasarse jamás un 15 de agosto, el día en el que las historias pasan a ser para siempre, eternas, imposibles de olvidar. Según la ciencia, una emoción tiene una duración aproximada de 90 segundos. Minuto y medio. Pero la podemos alargar toda la vida gracias al pensamiento. Sin embargo, ¿cuánto tiempo es para siempre? En la Copa de Oro, basta un segundo.