El Senado delibera, Mediolanum espera
Simon Yates baja del pedestal a Bernal en el tremendo Sega di Ala, le mira a los ojos y le recuerda que el Giro termina el domingo
De todos los ciclistas del Giro, solo tres saben lo que es ganar una vuelta de tres semanas. El Senado lo componen el ... emperador Vincenzo Nibali, que las ha ganado todas, y los cónsules Egan Bernal (Ineos) y Simon Yates (BikeExchange), uno con su Tour y otro con su Vuelta. Esa circunstancia, haber ganado una grande, marca una frontera. Más allá hay un mundo que solo conocen los que lo han pisado y, cuando llega la hora de la verdad, esa es la ley.
Es lo que sucedió ayer en las rampas del tremendo Sega di Ala, puerto inédito en la historia centenaria del Giro. Por sabio y por viejo, Nibali era el único que lo conocía: ganó en su cima en el Giro del Trentino de 2013. Pero el siciliano ya está a otras cosas –podría abandonar tras golpearse ayer en el brazo lesionado en una caída bajando San Valentino, en la que también se vieron implicados Ciccone y Evenepoel, entre otros–, por lo que la conversación se estableció cara a cara entre Bernal y Yates.
El Senado deliberó y el inglés miró a los ojos al colombiano para bajarle de su cátedra. Con un ataque a tres kilómetros de meta, recordó al líder que la carrera no termina hasta el domingo en Mediolanum, ciudad hoy conocida como Milán. Allí se otorgará la gloria, no antes.
Bernal dio muestras de flaqueza por primera vez. Después de su exhibición el lunes en el Giau, ayer parecía otra carrera. No era una de esas etapas cortas que adora el inglés –tenía 193 kilómetros–, pero fuera por el buen tiempo, por la suavidad descendente de los cien primeros junto al río Adigio rumbo a Trento o porque el día de descanso del martes le sentó mejor que a nadie, Yates se lanzó al ataque de pie sobre su bicicleta Bianchi celeste.
No fue una maniobra improvisada al ver que el colombiano flaqueaba. Puso a trabajar a su equipo todo el día y jugó con las cartas boca arriba, con la solemnidad que se espera de un senador.
Legionario Martínez
A tres kilómetros de la meta, en los confines de la divisoria entre el Trentino –la tierra de Moser–y el Véneto –la de Argentin–, Bernal entró en una crisis indisimulable. La chispa de Yates y de Joao Almeida (Deceuninck) podía con su pedaleo profundo. Se quedaba descolgado, no había matices.
Pero correr en el mejor equipo del mundo tiene que tener alguna ventaja y en ese momento, el peor del Giro, en el corazón de las tinieblas para el fenómeno de Zipaquirá, encontró a su legionario más fiel: Daniel Martínez, colombiano como él, hombre de lucha por el podio en este Giro si corriese para sí mismo. El de Bogotá, crecido en las conflictivas calles de Soacha, no se iba a asustar por el ataque de un fino inglés. Se dio la vuelta, miró a su líder y le echó una bronca terrorífica, sin dejarle más opción que bajar los ojos, apretar los dientes y morirse hasta la meta. Es lo que hizo Bernal, sometido al látigo de Martínez, que además de fiero es buenísimo: es el último ganador del Dauphiné.
Yates sacó a Bernal 53 segundos, que añadidos a cuatro de bonificación elevaron la cuenta a 57. Ahora es tercero en la general a 3:23, una diferencia más que respetable. Pero cuando estos grandes nombres entran en la discusión, los términos del debate cambian. Lo sabe Yates, que tras dominar el Giro de 2018 sucumbió el último día tras una cabalgada a lo Coppi de Chris Froome en la Finestre. La situación no es análoga, Yates no es Froome aunque ganara una Vuelta a España, ni es Bernal, un ciclista superior.
Sin embargo, la crisis de ayer resucita los fantasmas de la espalda del colombiano, las dudas con las que se presentó en la salida del Giro en Turín y había despejado de forma brillante. Ahora se trata de descubrir si se trata del día malo que cualquiera puede tener en una vuelta de tres semanas o la primera señal de un declive. Hoy es un buen día para pensar: 231 kilómetros hacia las cercanías de Milán. Pero la carrera termina el domingo.
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