Un toro de bandera
PRIMERA DE SAN IGNACIO ·
BARQUERITO
Sábado, 30 de julio 2022
La corrida de Ana Romero fue de una seriedad imponente: el cuajo, las caras, el trapío. Los seis toros llevaban impreso el sello propio de la edad. Iban a cumplir dentro de dos meses los seis años, tope reglamentario de obligado cumplimiento. Además de la marca de la edad, la belleza distintiva del encaste Buendía-Santacoloma: su armonía, su hondura acentuada por la carga de los años, su característica pinta cárdena clara, la cuerna bien conformada. De los seis del envío, tres fueron auténticos cromos. Primero, tercero y un quinto de sorteo que se jugó de sexto.
Este último de corrida fue no solo el más bello de todos. El más completo también. Ritmo extraordinario, el inconfundible son de la bravura. Le cortó las orejas Álvaro Lorenzo y sin ellas fue arrastrado en una vuelta al ruedo clamorosa. Para los cuatro toros que saltaron de toriles a cañón a la manera clásica de los viejos buendías hubo de salida ovaciones de reconocimiento. Y para todos en el arrastre también, salvo para un segundo brusco y áspero, de aire y hechuras diferentes a los demás.
La aparición del sexto fue un aquí estoy en yo en toda regla: el toro pareció tomar la plaza, a todo el mundo le entró sin más por los ojos. Un espectáculo. Embestidas acompasadas al capote de Álvaro Lorenzo, fijeza en dos puyazos certeros, viveza en banderillas, prontitud, un formidable estilo por la manera de tomar engaño, hacer el surco y repetir.
El toro del remate fue, de paso, una especie de alivio. Por encastada, la casta brava, la corrida había sido hasta entonces dura de pelar. El primero, de despampanante hondura, violento de partida, se blandeó en varas –la cara arriba en dos puyazos– pero se empleó en serio por la mano derecha. Un punto celoso y pegajoso, y eso hizo de él toro de riesgo. Se enteró por la mano izquierda. Estuvo firme y centrado Serrano. Picado muy trasero y dolido en banderillas, las manos por delante, derrotó por sistema el segundo, que midió mucho a Álvaro Lorenzo y lo prendió de lleno en la reunión con la espada. De la cogida salió Álvaro descalzo pero ileso. Fiero en el caballo –empujó más que ninguno–, el tercero, recogido de salida por Alejandro Marcos con sabios lances camperos y templado en un airoso quite a la verónica, descolgó en la muleta. Faena de cierta fragilidad, pero sembrada de muletazos suaves, templados, cosidos en dos y hasta tres tandas en redondo. Por la mano izquierda el toro, la cara alta, despacito pero distraído, fue otra cosa. Ni Serrano ni Marcos pasaron con la espada. Álvaro se eternizó con el verduguillo. Tres toros, hora y media. Y antes del arrastre del tercero, el zortziko fúnebre. La banda, espléndida.
El cuarto cogió a Serrano en la larga cambiada en tablas de saludo, hizo hilo con él cuando se escapaba en busca del burladero y volvió a prenderlo y voltearlo con gran violencia. El susto fue monumental. Pareció cornada grave, porque Sergio no se tenía en pie. Una cornada en el gemelo. Pudo haber sido mucho peor. Se hizo con el toro Álvaro Lorenzo. Toro celoso, muy mirón, pendiente del torero, no consentía perderle la cara. Y, además, gazapón. En terreno de toriles tuvo trato. No mucho. El quinto -sexto de sorteo- arreó de salida, se empleó en el caballo y algo probón obligó a Alejandro Marcos a recorrer mucha plazas buscando el dónde y el cómo. Faena tensa, de desigual asiento pero buena compostura. Los mejores muletazos de la tarde. Y, en fin, la seguridad, la inspiración, el acierto y el sentido de la medida de Álvaro Lorenzo con el toro de la tarde y seguramente de la feria.