El talento femenino vasco copa los Max

El instante previo a hacer historia se le hizo «eterno, excitante y muy intenso» a Lucía Lacarra (Zumaia, 1975) por la rebeldía del sobre que anunciaba su nombre como ganadora del Max en la categoría de mejor intérprete femenina. Por primera vez una bailarina de línea neoclásica se alzó con el galardón. «Los Max están relacionados con un mundo más innovador, contemporáneo y de creatividad, del que la danza clásica no ha solido formar parte. Me sentía verdaderamente honrada y feliz con ser finalista por segundo año consecutivo, pero venía a Menorca concienciada de que no me iba a llevar el premio», confiesa.

La casualidad ha querido que obtenga este reconocimiento en la isla balear donde se gestó 'In The Still of The Night'. Ni siquiera llevaba el discurso preparado, por lo que las emociones se apoderaron de ella cuando subió al escenario del Teatre Principal de Maó. «Han pasado muchos años desde que recibí el Nijinsky o el Benois, pero éste ha sido tan especial por saber que mi hija y toda mi familia estaban viéndolo en directo; también es tan emocionante porque ha sido un trabajo nuestro y no por un rol que te han regalado en una compañía», explica.

En sus improvisadas palabras, la dedicatoria fue a parar a su partenaire Matthew Golding «porque sin él yo no habría conseguido este premio. Siempre le digo que él sueñe, que yo me encargaré de hacer sus sueños realidad». En su opinión, el galardón «puede abrir puertas para que la pieza se programe en otros teatros, ya que es el premio mayor de las artes escénicas en España».

El espectáculo debe continuar y mañana se sube al escenario en Dortmund, antes de sus actuaciones en Sidney y en México porque la zumaiarra tiene más cuerda que la canción 'Unchained Melody' que suena en 'In The Still of The Night', la obra que le ha reportado el Max como mejor intérprete femenina de danza 2022.

Se confiesa «aún en una nube, viviendo el Max y su resaca como algo nuevo y emocionante». Ayer, aún en Mahón, donde tuve lugar la gala la víspera, Sandra Ferrús (Valencia, 1979) atendía a los medios y a los amigos para celebrar el éxito de 'La panadera', la obra que ha escrito, dirigido y protagonizado y que le dio el Max a mejor autora revelación, y que pronto podrá verse otra vez en los escenarios vascos.

- Los titulares de los periódicos de Valencia dicen que ha ganado el Max una valenciana; los vascos, una guipuzcoana. Todos se apropian de su figura.

- Y me encanta que se apropien porque yo me apropio de los dos lugares. Nací en Valencia, ahí viven mis padres y mis hermanos. Hace 18 años empecé a conectar con el País Vasco y vivo en San Sebastián desde hace doce. Tengo dos hijos y en mi casa se habla en euskera. Donostia me adoptó. Dicen que la vaca es de donde pace...

- Ha participado en numerosas películas, series y obras de teatro. ¿El Max marca otra fase en su carrera?

- Yo me entrego en cuerpo y alma en cada proyecto, pongo toda la carne en el asador. Cada vez que interpreto a un personaje pongo mi vida en ello. Ahora mismo participo con el grupo Hika en 'La tarara', también con mucha carga social, y lo doy todo, como en 'La ternura', la obra de Alfredo Sanzol.

- 'La panadera', el título con el que ha ganado, es una historia muy personal.

- Es la historia del personaje de Concha, una mujer que podría ser yo, o mi vecina, o cualquiera. Casada y con dos hijos, trabaja como panadera y un día descubre que se ha vuelto viral un vídeo sexual que grabó quince años antes con quien era su pareja. Aquella pareja es hoy concursante en un 'reality' en su país , reaparece el vídeo y el día a día de Concha se convierte en una pesadilla. Escribí para entender y apoyar a esa mujer, y a todas las mujeres que sufren.

- ¿Sigue viva la obra?

- ¡Sí! El 15 de julio actuamos en Olite, y hay previstas funciones en más localidades vascas.

Las alegrías mejor compartidas es lo que piensan Iratxe Ansa (Errenteria, 1976) e Igor Bacovich (Turín, 1982), quienes recibieron el Max a la mejor coreografía por 'CreAcción'. «Es una pieza hecha con mucho rigor. Recibir un Max por un esfuerzo así es una alegría enorme para nosotros y nuestro equipo», explica la bailarina y coreógrafa guipuzcoana. «Hay que tener en cuenta que fue un experimento donde quisimos hacer una pieza de danza que mirara a la excelencia, pero basando su creación en un proyecto participativo con personas que no tienen que ver directamente con el mundo de la danza», añade el artista italiano.

El nivel de compromiso con el proyecto fue tal que los bailarines y el tándem Ansa-Bacovich viajaban cada lunes a la Universidad de Navarra para hacer un ensayo ante el grupo de colaboradores, y proseguir al día siguiente con los ensayos en su sede de Alcorcón. «Fue un esfuerzo muy grande con una gran recompensa», reconoce Ansa. En su caso es el segundo año consecutivo que suma una 'manzanita' de Joan Brossa a su vitrina, ya que recibió el Max como mejor intérprete femenina en 2021 por 'Al desnudo'.

«Un Max no es más importante que otro, pero creo que éste viene en el camino que estamos desarrollando más ahora. Este Max es más nuestro futuro porque va en la línea del trabajo que estamos desarrollando como coreógrafos para conseguir una identidad y un vocabulario propios, a la vez que hacemos proyectos muy bonitos, bien con nuestra compañía, Metamorphosis Dance, o como coreógrafos invitados en compañías europeas», detalla la errenteriarra. Por ahora les esperan invitaciones como coreógrafos en Berna, Basilea o Augsburg, y la nueva creación para Metamorphosis,'Prisma', «una obra muy importante que será estrenada en Euskadi a finales de septiembre». Y cerrarán el año en el Teatro Real de Madrid con la coreografía de 'La sonámbula'.

Ana Garay (Bilbao, 1964) creció en un entorno propicio para destacar en el arte y la moda. Su padre, que ama el teatro, ejerció de sastre y propietario de tiendas de moda. Ella bailaba desde niña. Estudió Bellas Artes en Bilbao y Arte Dramático en Barcelona, donde descubrió que tenía «alma de escenógrafa». En esta faceta ha sido candidata a los Max en dos ocasiones por 'El mágico prodigioso' y 'El caballero de Olmedo', «un Calderón y un Lope de Vega». Ahora lo ha conseguido por el vestuario de 'Rebelión', un espectáculo de danza inspirado en la célebre novela de George Orwell.

- Después de una carrera de 32 años , ¿qué supone este reconocimiento?

- Lo estoy asimilando porque entran en juego muchas cosas aparte del trabajo. Tu amor propio, cómo remontas los períodos de crisis, cómo te reconstruyes para empezar una nueva etapa cuando las cosas no fluyen. Sigo viviendo la vida inesperada, no me imaginaba que esto iba a ocurrir. Estoy con resaca emocional, al encender el móvil me quedé abrumada por la cantidad de mensajes. El Max y yo nos estamos conociendo, lo voy asimilando. No me lo quiero creer mucho porque hoy tengo que volver a la faena.

- Esa es buena señal.

- Sí, te podría decir nombres de gente muy potente que le dan un premio y se pasa cinco años sin hacer una película.

- ¿Le gustaría trabajar más en Euskadi?

- Sin duda, ahora es un buen momento en lo personal y estaría muy a gusto haciendo proyectos con compañías que conozco. Las últimas veces que he colaborado me he podido mirar en ese espejo al que pertenezco y sin duda estoy más por esa labor que por meterme en un musical en Gran Vía, que ya he hecho muchos. Quiero algo que me trascienda desde otro lugar.

- ¿Qué importancia tienen el vestuario y la escenografía?

- Mucha, porque vivimos en una sociedad hiperestimulada desde lo visual. La caja escénica y todos sus recursos ofrecen al espectador una inmersión inmediata.

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