Fallece a los 97 años el escritor y periodista Santiago Aizarna
El reconocido literato, trabajador durante décadas de El Diario Vasco, deja un amplísimo legado bibliográfico y de artículos periodísticos
«Quería morir con las botas puestas, escribiendo». Y así se ha ido el escritor y referente del periodismo guipuzcoano Santiago Aizarna Echaveguren, que falleció el pasado jueves a los 97 años de edad tras una vida dedicada a las letras. El autor, nacido en Oiartzun el 1 de agosto de 1928, participó activamente en la vida cultural donostiarra en las décadas 60 y 70 del siglo XX, y escribió numerosos artículos y reportajes casi hasta el final. Durante décadas fue redactor de El Diario Vasco, donde firmó desde críticas de cine a críticas literarias y decenas de reportajes y artículos sobre la actualidad, el último hace apenas dos años, titulado 'De lecturas, ¡cómo no!' -y reproducido en las siguientes páginas-. «Siempre decía que quería llegar a los cien. No ha podido ser, pero ha vivido como ha querido», explicaban desde su entorno familiar, donde destacan su carácter «bohemio» y casi «ermitaño», que le llevó en los últimos años a no salir apenas de casa debido a sus problemas de movilidad.
El reconocido y prolijo escritor, con una literatura de fondo clásico muy reconocible en sus textos, deja un legado bibliográfico amplísimo. Con numerosas obras literarias escritas a lo largo de 30 años, y en las últimas décadas, como periodista en DV y tras su jubilación, como colaborador, cientos de reportajes y artículos periodísticos para este medio, y otros diarios y revistas, sobre asuntos culturales, sociales, políticos o de historia vasca, siempre marcados con un estilo muy característico. «Solo dejó de escribir hace unos seis meses porque ya no podía, pero de leer, y de leer siempre su Diario Vasco, no dejó nunca», explica un familiar que ha estado con él los últimos días, cuando su estado de salud, delicado desde hace tiempo, empeoró hasta que falleció el pasado jueves 9 de octubre.
Admirado y recordado por escritores, literatos o personalidades vinculadas al cine en Gipuzkoa, destacan su prolífica obra literaria y periodística, su amabilidad y su intensa dedicación a la lectura. De hecho, «su casa era un museo de libros, estaban todas las paredes absolutamente forradas de ejemplares», recuerdan quienes le han tratado puntual o habitualmente durante esta longeva vida dedicada a las letras. «Tiene dos casas -abundan en ese sentido desde su familia-, y en ambas, apenas se ve algún trozo de pared en la cocina o en el baño». El escritor, reacio a actos sociales, dejó expresamente indicado que no quería ninguna ceremonia de despedida, y así lo cumplirá su familia, que solo llevará a cabo la incineración esta tarde en el tanatorio de Rekalde, pero sin ninguna ceremonia civil.
Aizarna vivía solo, y desde que hace dos años y medio se rompió la cadera, permanecía siempre en casa, porque «no quería molestar a nadie, pero también por cierto sentido del ridículo, de que no quería que le vieran en una silla», indican sus allegados. Por eso, estos últimos años se dedicó a leer, era un lector empedernido, y a escribir hasta que su estado físico se lo permitió.
Cofundador de Kurpil
En su dilatada trayectoria profesional, fue escritor de una treintena de obras, aunque algunas no se publicaron que van desde la novela, relatos, poemas o recopilaciones de artículos. Perteneció al Consejo de redacción y fue colaborador de la revista Noray (1963) y fue cofundador y director de la revista Kurpil (1973-1977), impulsada junto a los poetas Jorge G. Aranguren y Javier Vicente de Vera. Además, Aizarna fue uno de los fundadores del Premio Ciudad de San Sebastián del que resultó ganador en el año 1968 con el relato 'Al terminar la fiesta'.
Con la novela inédita, por voluntad del autor 'Los zamuras' obtuvo el premio 'Puente Colgante' de Portugalete, aunque no quiso que se publicase «porque él era el primer crítico de su literatura», recuerda Félix Maraña, escritor y periodista que evoca que sus primeros pasos en la profesión fueron de la mano de Aizarna.
La literatura realista del autor fallecido cultivaba cierta crítica social. Comenzó su obra como escritor en 1956 con la novela 'Los pecados de la calle'. Continuó dos años después con 'El carrousel de la vida' (1958, Rumbos), y hasta 1989 publicó 'Cuentos con hombre' (San Sebastián, V. Echevarria), 'La mujer de Lot' (1977, Durango, Leopoldo Zugaza), 'El ojo insomne: relatos (1986, San Sebastián, Primitiva Casa Baroja); 'Crímenes truculentos en el País Vasco: artículos' (1987), 'Amesgaitzak' (1988) o 'Don Pío el Chapelaundi Ensayo'. Pero escribió muchas más que no llegaron a editarse, «por no tener editor y también porque, de ponerme a publicar por mi cuenta me arruinaría mucho más, y porque en realidad, sin mi concurso, ya se publican libros en exceso», decía.
Cronista y crítico
Pero a lo que más horas, años y tiempo dedicó, además de la lectura, fue al periodismo, al que dedicó su vida aunque, según recuerda Maraña, durante medio siglo firmó críticas culturales y crónicas de pelota con el seudónimo de Jaime Aizpitarte.
El mismo Aizarna recogió en un 'autorretrato' que legó hace años, cuando se jubiló, a sus compañeros de este diario, un resumen de su trayectoria hasta entonces, con «3.240 artículos, 45 por mes», publicados en periódicos como 'Unidad' o 'La voz de España', antes de comenzar a trabajar el El Diario Vasco, donde «durante unos 18 años vendría a escribir, como mínimo, un artículo diario entre críticas de cine y teatro, comentarios de todo topo, que vienen a sumar 6.570, a los que hay que sumar otros tantos comentarios como pies de foro, que la mayor parte de las veces eran, también artículos. Con todo lo cual llegamos a 16.380».
Después seguiría como colaborador con artículos semanales hasta hace dos años. Y eso que, según dejó escrito, «aunque creo que el hecho de escribir es una tontería como otra cualquiera, aun ahora que estoy jubilado sigo escribiendo, seguramente porque no sé hacer otra cosa».
También conferenciante habitual en San Sebastián, que generaban intensas controversias, Aizarna tuvo también que hablar de sí mismo en público. «Heme aquí ante una circunstancia que nunca se me hubiera ocurrido. Quisiera que este ejercicio no fuera para ustedes tan aburrido como resulta ya para mí, porque ya me conozco algo, no sé si bastante o demasiado, aunque a veces trato de engañarme con alguna mentira espiroloide o meándrica, a ver si de esta manera resulta algo más entretenido», escribió y pronunció, con esa ironía que también era su sello de identidad.