Cómo contar un viaje lleno de dificultades

El corto, que todavía no tiene título ni duración precisa, aunque calculan que rondará el cuarto de hora, cuenta, según resume la responsable de la idea original, Gadea Reguera, «el viaje lleno de complicaciones y dificultades de un chico que va a la universidad a hacer un examen y para llegar tiene un montón de problemas».

Cómo contarlo y cómo dirigir a los actores profesionales que han interpretado a los personales principales, Telmo Irureta y Asier Oruesagasti, ha sido responsabilidad de los directores -en previsión de problemas derivados del coronavirus, formaron dos equipos de rodaje- Larraitz Aguinagalde y Julen Barrutia.

Pero, aunque a la hora de llevar a la práctica lo aprendido las funciones se han asignado de manera más precisa, durante el curso los participantes en esta experiencia pionera han tenido contacto con todos los aspectos del lenguaje audiovisual y con todos los pasos y tareas imprescindibles para conseguir que una idea llegue hasta la pantalla. Y no lo han hecho en solitario, ya que, como apunta Enrique Amilibia, «una de las cosas de las que estamos más satisfechos es de haber aprendido a trabajar en equipo».

Enrique ya había vivido la experiencia de un rodaje como actor, pero ahora se ha familiarizado, como el resto de sus compañeros, con lo que ocurre detrás de las cámaras. Lo que más le ha llamado la atención es la producción, «que no se ve y no se valora mucho, aunque es muy importante para hacer atractiva una historia». «Pero he aprendido de todo», destaca.

Esa era justamente la intención del proyecto: proporcionar una formación completa en el campo audiovisual a personas, preferentemente jóvenes, con 'diversidad funcional reconocida' para que tengan nuevas opciones formativas y laborales.

Después de dos años desarrollando el programa formativo en colaboración con 14 destacados profesionales del sector que también han asumido las tareas de formación -Telmo Esnal, Aizpea Goenaga, Michel Gaztambide, Karmele Soler e Iñaki Salvador, por citar tan solo a algunos de ellos- y trabajando en paralelo para buscar financiación -que finalmente llegó de la mano de Lanbide y el Fondo Social Europeo- el curso comenzó en octubre de 2019 con doce alumnos.

Con doce jóvenes de entre 18 y 38 años que, efectivamente, son muy diversos en sus opiniones y expectativas. Con toda seguridad, saben muy bien de qué hablan cuando se refieren a caminos llenos de complicaciones, que aumentan de grado cuando se trata de la inserción laboral. Julen Barrutia es muy claro al respecto: «Yo espero que lo que he aprendido me sirva para encontrar un trabajo, porque parece que para nosotros es imposible».

Aitor Gutiérrez, el más veterano de los alumnos de esta primera promoción, asegura que «hemos aprendido mucho en el plano profesional» y que la experiencia también les será «muy útil para la vida personal», pero lo que le resultaría útil de verdad es abrirse paso en un mundo laboral que hasta ahora, a pesar de los esfuerzos que ha hecho para formarse, no se lo ha puesto nada fácil.

Ni la crisis sanitaria ni el confinamiento han impedido que completen el itinerario formativo, aunque está complicando basante el último tramo, las prácticas en empresas. «Teníamos unas perspectivas muy buenas, pero estamos encontrando bastantes dificultades», lamenta Blanca Zaragüeta, de Ikertze, que junto con Raquel Romero y Olatz Lizarralde, 'coach' que se ocupa sobre todo el aspecto emocional, acompañan en todo el proceso a los alumnos.

«También en las prácticas y en el proceso de inserción laboral -precisa Zaragüeta-. El acompañamiento es fundamental, y está garantizado. Pero lo importante es conocerles, verles trabajar, y dejar que la relación fluya».

Enrique Amilibia expresa la idea sobre la que en realidad pivota todo el proyecto con sus propias palabras y desde su experiencia, recordando que «mi ama me enseño a ver las cosas con perspectiva, y que la inclusión verdadera es aceptar a las personas tal como son».

En este momento, los chicos y las chicas que componen la primera generación de Cecadi son personas muy satisfechas con lo que han aprendido y han hecho. Larraitz -bailarina, muy interesada en todo lo relacionado con el arte- valora mucho la experiencia, aunque reconoce que ejercer de directora «con todos hablando a la vez y teniendo que pensar cada plano» no ha sido fácil. Aun así, afirma que «esta experiencia ha marcado mi vida, no pensaba que hacer un corto podría convertirse en algo tan importante». Ya tiene en mente alguna idea que vincula cine y danza.

También a Gadea, «muy orgullosa de que la idea original del guión sea mía, y de que por fin una idea mía se escuche» le ronda un esbozo de guión basado «en un sueño muy chulo que tuve en el confinamiento». Ibon Onandia, que ya hacía sus pinitos, ha salido con la vocación reforzada. «Tengo muchas ganas de seguir haciendo cosas, y lo primero va a ser meterme en el mar con la cámara y hacer vídeos de surf», planea.