Rock y rebelión en la noche más larga: el Boss enciende el verano con su épica
Bruce recorre sus grandes clásicos e invoca valores democráticos con oraciones llenas de furia
La noche más larga del año trajo algo más que el solsticio de verano. Mientras el cielo se resistía a oscurecer del todo, Bruce ... Springsteen pisaba el escenario de nuevo, nueve años después y cinco minutos antes de la cita.
Con su chaleco tweed, corbata bien anudada, camisa azul y su desgastada Telecaster entre sus brazos, el Bardo de New Jersey vino dispuesto a reconectar con la épica de su cancionero y la realidad que le duele, lo inspira y despierta su furia. En cada gira, su voz se ha vuelto más firme y contundente, situándolo como una de las figuras más críticas con el gobierno y el panorama cultural estadounidense. Anoche las críticas a la deriva política de su país tampoco fueron una nota al margen, y dejó claro que rendirse no entra en su vocabulario. Afinó la guitarra como conciencia de una América que aún lucha por no traicionar su idea de justicia, y animó a sus fieles a unirse a la «lucha contra el autoritarismo».
Para ello, prometió estar listo para volver a ser joven e invocar lo que él llama «el poder justo del arte, de la música, del rock 'n' roll en tiempos peligrosos». Así lo volvió a remarcar antes de embarcar al público —ese coro transgeneracional que lleva décadas cantando con él desde el andén— a bordo de su tren particular, 'Land of Hope and Dreams': una América soñada, construida sobre el pluralismo y la tolerancia. La E Street Band, ampliada a un elenco de diecinueve músicos con sección de metales, coristas y percusión, fue la locomotora de un nuevo viaje comandado por un Little Steven en la guitarra de doce cuerdas que apuntalaba el sonido con esa mezcla característica de fuerza y teatralidad.
Springsteen, maestro narrador de historias, presentó un repertorio cuidadosamente seleccionado para este tour con escasos cambios y unas canciones que han cobrado una nueva vida en su voz.
Dio comienzo al verano con 'No Surrender' sonando, una declaración que marcó el tono de una noche en la que el espíritu de «lucha» y «esperanza» se mantuvo, y que llevó sin pausa a la promesa sincera de 'My Love Will Not Let You Down'. Ese estallido dio paso a 'Land of Hope and Dreams', el primer giro hacia lo épico, y desde entonces, la intensidad no cedió: 'Death to My Hometown', una feroz protesta contra la desindustrialización, seguida por la mezcla de melancolía y fuerza de 'Lonesome Day'.
El tren no siguió una ruta marcada por décadas ni álbumes, sino que navegó entre paisajes diversos de su obra, guiado más por el pulso emocional que por un orden cronológico. Apareció 'Rainmaker', dirigida al presidente de los Estados Unidos, y continuó con cuatro clásicos de sus directos: 'Darkness on the Edge of Town', 'The Promised Land' con quien saltó al público y jugó con él y su armónica. En 'Hungry Heart' siguió coqueteando con los presentes, y viajaron por su eterno 'The River' con el estadio iluminado por las linternas de los móviles.
Fueron el punto de partida de una secuencia que incluyó 'Youngstown' o 'Long Walk Home'. El bloque concluyó con un viraje íntimo: una interpretación acústica en solitario hacia la luz de 'House of a Thousand Guitars', y recordando el clima social y político de su país introdujo 'My City of Ruins' transmitiendo un mensaje de resistencia y esperanza ante un contexto marcado por restricciones a la «libertad de expresión» y otras formas de «presión» y «abusos» bajo el gobierno americano actual».
Llegó 'Because the Night', compuesta por Springsteen junto a Patti Smith, que anoche resonó con una reverberación particular, y el concierto terminó con una tríada poderosa y varios cambios de guitarras: después de 'The Rising' y 'Badlands', en 'Thunder Road' con el público coreando, Springsteen repitió un gesto que se ha vuelto marca de esta gira y estos años: regalar su armónica –y púas– a una niña entre abrazos, choque de manos y selfies.
Tras dos horas de directo sin pausa, llegó el momento de anunciar la despedida con una recta final de siete canciones que encadenaron otros momentos icónicos, hilando un éxito tras otro. Fue entonces cuando irrumpió con toda su potencia una de las piedras angulares del repertorio, 'Born in the U.S.A.', la crónica de un país dividido y de sueños rotos que se resisten a desaparecer y que continúa conectando a generaciones.
Sin pausa, 'Born to Run' tomó el relevo como un grito de escape más allá del horizonte, por autopistas desiertas, rugidos de motores y sueños juveniles, donde en la próxima curva puede estar esa tierra prometida llamada 'salvación' que dibuja en cada estrofa desde los setenta.
Tras el vértigo, la leyenda del rock bajó una marcha para despertar la melancolía, pero volvió a revolucionar el estadio con el 'Dancing in the Dark'
Después del vértigo, el concierto giró suavemente hacia la memoria. El Boss bajó una marcha, esta vez para mirar desde el retrovisor de los recuerdos, y en su forma más humana comenzó a despedirse con gratitud haciendo un pequeño alto en el camino. Pero no permaneció mucho tiempo en la melancolía. Como quien se sacude el polvo del pasado y vuelve a la batalla diaria, Springsteen volvió a revolucionar el estadio en un instante al dar paso a 'Dancing in the Dark', una invitación a encontrar una salida, aunque sea en lo más simple, bailar.
Ese impulso desembocó en 'Tenth Avenue Freeze-Out', la maravillosa y potente pieza de góspel y soul-rock de 1975. Sigue siendo uno de los momentos más emotivos al evocar la memoria de Clarence Clemons, Danny Federici y Terry Magovern, figuras esenciales en su vida y en la historia de la E Street Band, fallecidos entre 2007 y 2011, que nunca abandonaron del todo el escenario. La canción no solo narra la formación de la banda, sino que rinde homenaje a su historia y miembros fundamentales.
Sin más pretensión que hacer vibrar el cuerpo, llevó al público directo al corazón del rock and roll con 'Twist and Shout', otro clásico inmortal. Bajó el volumen con 'Chimes of Freedom', de Bob Dylan, rescatada en el repertorio para esta gira desde 1988, con la que quiso tocar el corazón de su público de camino a casa. Por un instante convirtió la libertad en un sonido casi palpable donde las campanas no anunciaban el final, dispuestas a resistir al cierre de un discurso.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.